Marchándose el verano, los paseos por las calles me llevan entre las hojas caídas, entre el marrón sin claridad de los otoños que preparan los inviernos. El Puerto, cual la playa que dorada se marchita, se refresca con los vientos, con los vientos que ya ni molestan ni levantan las arenas. El Puerto, la ciudad teñida de calichas desvencijadas se duerme en silencio, dejando paso a los fríos y los frutos secos.
Un otoño, como siempre, que rebrota como cada año, relajando las calores ya pasadas, refrescando con los aires que del rio, sin dejar la sequedad, nos preparen para la húmeda brisa de los mares.
Corren tiempo inciertos, de proyectos sin final, de ilusiones destrozadas, de paseos interminables que nos llevan a ningún lugar, y que sin embargo, van acercando los rebrotes de la primavera, que como siempre, volverá a sonreír.
Mirando la ciudad, contemplando el pesimismo de algunos, se vuelve a teñir de sequedad, los colores que emanan de las hogueras buscan refugio en los hogares, y en las copas de los pinos que se desnudan ante el frio. Y sin embargo, me refugio en esa orilla, mirando como las olas, que regresan, sin importarles el ni el tiempo, ni el frío, ni las miradas vacías de quienes ya no van a jugar con ellas.
Mi Puerto me devuelve la ilusión del verde rebrote de lo que habrá de venir, de las ilusiones, que aun hundidas, vivirán en el recuerdo, y en el anhelo de que volverá a reír el bosque olvidado.
Corren tiempo duros, tiempos de sonrisas obligadas, forzadas por los aromas que obligan a extinguir los rictus de dolor. Corren tiempos de lágrimas que servirán para regar una tierra, unos corazones, y una ciudad que año tras año crece o merma en función de sus mares y sus mareas.
Llegan tiempos de rebrotes, de ilusiones, y de historias que pudiendo arañar el llanto, tendrán su día de sonrisas. El Puerto y sus rebrotes cabalgaran sobre las estaciones y al final, cuando no nos demos casi ni cuenta, volverán a reverdecer y a ocupar las orillas doradas de su atalaya frente al mar.