EL PUERTO.- María Corzo, una joven portuense enfermera de profesión, está ejerciendo su labor sanitaria en un hospital de Castilla La Mancha, donde se marchó hace un tiempo, debido a la falta de oportunidades laborales en su tierra, Cádiz.
Y cuando comenzó la pandemia sanitaria derivada del coronavirus, María estaba trabajando en Castilla La Mancha “una comunidad muy azotada también por el virus. Ha habido muchos casos a los que hacer frente”. Y el hospital en el que trabaja como enfermera “ha estado casi dedicado al completo a pacientes de coronavirus”, y concretamente la planta en la que se encuentra sí que ha sido cerrada exclusivamente para este tipo de pacientes al cien por cien, pues están en la UCRI (Unidad de Cuidados Respiratorios Intermedios).
El Puerto cuenta con una gran embajadora en Castilla La Mancha, a pesar de que está viviendo “una experiencia muy dura. Es complicado tratar a un paciente hoy, y que mañana no esté, que no se puedan despedir, que seas la última persona que vean en muchos casos. Es complicado. Soy muy empática y me pongo en el lugar de los pacientes con facilidad”, explica. Asegura que, en muchas ocasiones “solo puedes coger la mano de los pacientes que empeoran y darle ánimos”, aunque en realidad nunca se sepa si va a poder superar la fase en la que entra el paciente. Además, ayuda a los familiares y enfermos a ponerse en contacto a través de videollamadas y otros medios y admite que “si ves que el paciente es lo que necesita, lo haces con mucha ilusión y te reconforta”, a pesar de que es un trance complicado también para los sanitarios.
La planta en la que trabaja, comenta María, es complicada. “Trabajamos con equipos de respiración mecánica no invasiva que lanza aerosoles”, por lo que hay que seguir unos protocolos determinados, así como “ir con los EPI (Equipo de Protección Individual), gafas estancas, mascarillas, un mono que no es transpirable, no comes, no bebes, no puedes salir de la planta en todo tu turno, por lo que se hacen muy duros”.
Pero si hay algo que le da fuerzas, cada día, para afrontar un nuevo turno es “mi familia”, a la que confiesa echar de menos, “pero mi profesión es lo que tiene, que es vocacional”, por lo que no se arrepiente de haber estudiado Enfermería ni de haberse marchado fuera. Su familia y sus amigos son su pilar, “les debo la vida”, asegura. “Hoy he recibido un ramo de flores de ellos, y eso me da fuerza para seguir. Es de agradecer que siempre estén conmigo, gracias a ellos no desfallezco. Ellos no me dejan desfallecer”, porque cada día es una gran incógnita, ya que “no sabes qué te vas a encontrar. Estamos viviendo experiencias muy duras”, afirma María.
María tiene gran fuerza, que recarga con los suyos, pero a la vez confiesa estar “muy enfadada”, porque no ha conseguido que le hagan un test para confirmar si ha estado o no contagiada, si ha pasado o no el virus, y por tanto, se plantea que “si llega el momento de bajar a El Puerto, no pueda por miedo a contagiar a mi familia y amigos”. Y estar con los suyos es algo que le apetece mucho, que necesita para recargar pilas, por lo que confía en que, hasta entonces, los sanitarios puedan obtener la tranquilidad de saber si han pasado o no el coronavirus.
Además de pedir test para el personal sanitario, María también solicita algo de cordura a la ciudadanía en general, porque “aún parece que hay gente que no se cree que esto sea tan grave” y se salta las medidas de confinamiento, la distancia social, las reglas para salir a la calle, no utiliza medidas de protección, etc, “y aunque se ve un poco de luz al final del camino, porque han bajado los casos nuevos, puede haber un repunte si no nos lo tomamos en serio y seguimos las normas”, señala esta joven enfermera. “Llevamos más de 25.000 muertos, ¿cuántos más necesita la gente para creer que esto es serio?”.
“Tenía un miedo horrible"
María cuenta que “cuando comenzó el estado de alarma me pilló en El Puerto, porque me fui unos días, y cuando me volví ya no se podía circular ni salir, excepto para ir a trabajar”, como le ocurrió a ella. “Fue muy duro subir”, porque la incertidumbre era la mayor de las certezas en ese momento. “Tenía un miedo horrible, me tenía que ir a 700 kilómetros de mi familia y de mi tierra, para ponerme en primera línea”. Pero entre tanta desazón y desasosiego, María explica una anécdota que sin duda hace pensar en los primeros brotes de la solidaridad portuense, y que ha ido germinando y creciendo conforme han ido pasando los días, las semanas.
Esta joven, en un chat con amigas de profesión, supo que apenas había material para los sanitarios, a pesar del riesgo que corrían y corren, por lo que acudió a la librería Casiopea, en El Puerto, “para comprar material para hacer pantallas de plástico para protegernos y me las regaló cuando se enteró para qué eran”. Un detalle que para María no pasó desapercibido y que quiere que todo el mundo conozca.
Después “hemos recibido muchas otras donaciones de monos, mascarillas 3D, y otro material”, pero María tiene especial recuerdo de esa primera donación realizada por una paisana.
A pesar de la dureza de sus turnos y lo complicado de pasar sus días tan lejos de la familia y amigos, María es optimista y confía en que “la normalidad llegue lo antes posible, para poder abrazar y besar a los míos”.