La rutina perezosa me hizo cambiar algunos hábitos de vida, y aquello, lejos de disgustarme me devolvía la confianza en todo aquello en lo que creía.
La ausencia forzada de aquellos con quienes compartía mi vida era una realidad inmutable, el roce, las caricias, de momento habían desaparecido. Sin embargo, esa misma distancia me acerco la risa, el brillo de unos ojos a través de una pantalla.
Me devolvió la ilusión de lo lejano, el ansia del reencuentro, los sueños ya olvidados. A veces, los momentos más difíciles nos devuelven cosas ya perdidas, pero para ello uno debe alejarse de su propia miseria, del propio anhelo destructivo de su persona, de aquello que fundamenta el sacrificio de unos momentos.
Cuando siendo conscientes de que el sacrificio está, y que nada podemos hacer por cambiarlo, cuando dejamos de pensar en hacer algo para eludir, evitar o mutar lo que es una realidad, cuando surge ese momento, nace de nuevo el interior, busca y encuentra lo perdido, lo que olvido, nacen nuevas formas, y damos mayor importancia al momento vivido como tal.
Son tiempos de sonrisas a través de una pantalla, de miradas enamoradas a través de un ordenador, son tiempos de sueños y de proyectos, de recuerdos, son tiempos de cerrar los ojos y abrirlos con el corazón, rompiendo las distancias, volando al lado de quienes están lejos, y con alma tomar una mano o besar desde el alma.
Hoy el Sol, como ayer, vuelve a brillar, y al final del día solo nos quedarán nuestras sonrisas, porque, por mucho que queramos nadie nos hará sonreír como nosotros mismos.
Son tiempos de aprender que ni nos pueden pedir que hagamos sonreír ni podemos hacer sonreír, son tiempos de compartir sonrisas, de un lado y del otro. Son tiempos de aprender a valorar la fuerza de la distancia y el beso de una mirada.