Alfonso Bello (Tribuna libre).- Un año más llegaba, como tenía que llegar, como se le esperaba… Es mi frase favorita, la que mejor define la llegada del inicio de un periodo grande para el cristiano, y casi imprescindible para el cofrade. Así llegaba, con los naranjos prematuramente en flor, inundando el camino de cualquier calle del centro de nuestra ciudad, hasta el Templo Mayor para imponerse las cenizas de las palmas que exornaran los balcones de nuestro Puerto durante el año anterior.

Todo parecía normal, en las peticiones se oraba por aquellos que estaban padeciendo las consecuencias del coronavirus, pero como siempre, lo veíamos lejos y surrealista. Los cultos del Señor del Huerto se desarrollaban con total normalidad, como inauguración de la Cuaresma. Ensayos, actos de presentación de carteles anunciadores de Semana Santa, pregones y oraciones poéticas, se hacían hueco en nuestras agendas mientras la peor amenaza que jamás nos imaginaríamos nos acechaba. El primer fin de semana de marzo, inmersos en funciones principales y besamanos, se desarrollaban cautelosamente ajenos al anuncio de otras Diócesis como Granada y Córdoba, que ya comenzaban a suspender como medida cautelar sus cultos más íntimos: besamanos y besapiés. [Se suspende el pregón de la Semana Santa de El Puerto]

En cuestión de días, el terror era nuestro despertador. Con el café y la tostada, ingeríamos dosis y dosis de noticias que rozaban la ficción. Y el cofrade comienza a resentirse, comienza a dividirse entre la razón y la devoción. Nuestros chats de Whatsapp se ven saturados de, inicialmente, simpáticas bromas causa de nuestro idiosincrático sentido del humor, pero poco a poco empiezan a tornarse de sabor amargo. Amargo porque, como una torrentosa lluvia de abril, comenzaron a llegarnos los mensajes de anulación de los ensayos de costaleros, desatados desde nuestra “ciudad matriz”: Sevilla. El lado cofrade de nuestras vidas comienza a sentir un miedo nunca antes conocido que, junto con el temor personal de cada uno en cuanto al trabajo, nuestros familiares más vulnerables, y demás facciones en peligro, nos sumergen en el caos. Nunca habíamos sentido esto. Quizás me juzguen por tratar este tema así, frente a problemas de mucho más peso para el desarrollo de nuestras vidas ante esta crisis, de los que creo (y deberíamos) todos los cofrades somos conscientes. Pero, si usted no lo entiende, mejor no siga leyendo.


El cofrade ya ha sentido el pellizco de la trabajadera, puesto que casi todos los primeros ensayos han sido llevados a cabo. El cofrade ha renovado su juramento en la Solemne Eucaristía de Instituto de su Hermandad. El cofrade ha sentido como arrancaba el motor de la Cuaresma como cada año, él sabe como son las vicisitudes de esta nuestra Pasión. Él sabe que pronto, muy pronto, comenzará a mirar sin que su consciencia lo sepa el pronóstico del tiempo. Sabe que se levantará el Viernes de Dolores mirando al cielo, y lo hará de forma acusada hasta el día de la Estación de Penitencia de su Hermandad. El cofrade lo sabe bien, y lo asume, y está acostumbrado a hacerlo. Pero no está acostumbrado a mirar Facebook, Twitter e Instagram en busca de una noticia que realmente no sabe si estará. No sabe qué hallar. Suspendidos todos los pregones, todos los actos que reúnan más de mil personas… Pero no, el cofrade aún no se atreve a mencionar a la Semana Santa. No se imagina la primavera sin las iglesias oliendo a cera fundida, plata e incienso. No se imagina no apretar esa bellota o colocar ese faldón este año, que lleva haciendo toda la vida desde que su abuelo le enseñó a hacerlo. Cuesta imaginarse no llevar a su hijo por primera vez vestido con el hábito ante sus Titulares. No se imagina romper ese ciclo de décadas bajo el paso de su Soledad. Sabe, es consciente cada año de que puede suceder, pero no de esta manera, ni con esta premura, ni con este miedo.

El cofrade se enfrenta a un antes y un después. Antes se enfrentaba a lo único que puede con la Semana Santa: el tiempo. No pudo con Ella la peste, no pudo la II República, ni la Guerra Civil, ni siquiera algunos políticos contemporáneos deseosos de hacer daño a una Semana que solo nos otorga beneficios. Ahora nos enfrentamos a algo que no vemos, a un miedo en masa, y a una desgracia sanitaria que no sabemos calibrar. Y no, no somos inconscientes, somos personas. Con sentimientos religiosos, tradicionales, y fe. Sea lo que sea, pase lo que pase, seremos los primeros en apoyarlo, agachar la cabeza, y ahogar unas lágrimas que nunca antes conocimos. Que no queremos conocer nunca más. Rezando a los que se queden en la capilla, si ocurre en el peor de los casos, aquellos motivos de nuestra fe, que remita pronto la pandemia, y acojan a los nuestros, y a todos, bajo su eterno consuelo. Ese consuelo que solo Ellos supieron dar a lo largo de la humanidad.

Que así sea…