Hay personas que forman parte de ti, personas con las que nada te une, pero aun así, te dejan esa marca que la distancia del Cinema Paradiso, nos enseñó.

A los 103 años de edad se apaga la luz de alguien que solo compartió con nosotros nuestra infancia, alguien que, cuando yo nacía, ya era más viejo que yo ahora. Y a pesar de todo, a veces, esas personas tan lejanas y a las que ni conocemos ni admiramos… como nos marcan.

Se ha muerto Espartaco, el eterno Espartaco. Sin embargo, para mí, siempre fue un bribón de fácil sonrisa, una persona que imprimía a los personajes tal dignidad que así le fue.

Muchas veces me pregunto por qué Amanece, que no es poco; porque para algunos, esos amaneceres saben a nada. Muchas veces, cientos de veces, me pregunto por qué algunos duran hasta que está Abierto hasta el amanecer, y es que, al fin y  al cabo, los bribones, los que verdaderamente viven la vida, no son bien recibidos arriba.

En vida no fue escandaloso, y lo era; en vida aguantó de todo, y ha muerto pasado el siglo, a pesar de que ese Hollywood era un antro en el que el vicio, los excesos y otras cosas se llevaban a uno tras otro. Hoy descansa, a sabiendas de que ningún compañero de reparto le despedirá, y sobre todo, a sabiendas de que a veces vivir, sin hacer daño a nadie, hace más daño que vivir en un sinvivir.

A las 103 primaveras, se va, como el buen brandy que solo recordarán algunos, alguien a quien sin querer imitar admirábamos, alguien que sin querer influenciarnos nos marcó, alguien con quien crecimos en aquellas sesiones de tarde de diez pesetas. 

Se marcha aquella quien todos mataron diez mil veces, hoy su Último tren parte llevándose un pequeño trozo de nuestra felicidad.