Habían sido mis primeras navidades en la ciudad, unas navidades que sin poder comparar con otras me parecieron más que animadas. No había día en el que no hubiera un acto que sirviera de excusa para salir a tomar algo… me alegró que hubiera una cabalgata en donde Papa Noel fuera el protagonista, sobre todo porque siempre fui mas del veinticinco que del seis de enero, además, el verlo me animó a comprarme un regalo, y aproveche para acordarme de mi peculiar amigo, de mi barman particular, que agradeció el libro llevándose la mano al corazón para luego fundirse en un abrazo sincero y hermoso. [Lee aquí los capítulos anteriores]
También me acordé de mi nuevo amigo, el del labrador color chocolate que nunca tenía frío. Lo mismo el próximo año, si seguía aquí, tendría incluso algún regalo que no comprase yo.
En la calle, el ambiente era bueno e ilusionado, y como ya tenía mi propio Facebook seguí el pulso a la ciudad. Lo que más me sorprendió fue que algunos esperaban a la más mínima para criticar o intentar hundir a los que eran responsables de los eventos. Por curiosidad y viendo algunos comentarios le pregunté al bigote que como eran las fiestas antes.
Cuando me contó cómo fue la cabalgata de los dinosaurios no di crédito a lo que leía. Me lo explicó con una frase curiosa, y es que me comentó que, en esta ciudad, si alguien destacaba trataban de hundirlo, si alguien hacía algo bueno lo criticaban, si tenían un torero lo abucheaban… lo mejor fue cuando dijo que en ciudades como Jerez, aunque tuvieran una mierda, era la mejor del mundo. Curioso carácter que me permitió ir haciéndome una idea, aunque exagerada, porque lo cierto es que gran cantidad de gente eran normales y agradecidos, respetuosos y no crueles cobardes que usaban la distancia de las redes para sacar la espada.
En esas conversaciones estábamos cuando se nos acercó mi amigo, que había dejado al perro sentado tranquilamente frente al bar. Conocedor de mi afán por vivir todo lo que pudiera, quedó conmigo para la Romería de San Antón, que sería en breve, y a la que, como ya era normal, acudiría con mi corchete, como algunos lo llamaban, que sabía donde era y que me llevaría con sumo gusto.
Me gustó aquello, al fin y al cabo, parecía que la fiesta de la Navidad daba paso a San Antón, y este al Carnaval, luego la Semana Santa, para enseguida empalmar con la Feria y de ahí, al verano. Intuía que sería un buen año.