Con el año agonizando, una vez más, no podemos dejar pasar la oportunidad de hacer balance. Si nos centramos en los críticos, en las voces crispadas de El Puerto, terminamos el año en una ciudad insoportable, cruel, vieja y abonada; una ciudad gobernada —según ese relato— por auténticos sinvergüenzas, chorizos y ladrones, vagos e inútiles, carentes del más mínimo sentido de la dignidad, alzados al poder por cuatro paletos que, curiosamente, representan a la mayoría, pero que merecerían ser privados del voto por cometer semejante estupidez.

Según los últimos sondeos de las cloacas, es una ciudad sucia, llena de mierda, tomada por vándalos peores que los hunos, que campan a sus anchas. Vivimos, siempre según ellos, en un auténtico caos apocalíptico, en una ciudad en ruinas y arruinada.

Sin embargo, para la gran mayoría de los portuenses —los que vivimos en los mundos de Yupi—, y sin dejar de ser conscientes de las carencias, la ciudad está de moda. Los nuevos tiempos no nos convierten de nuevo en la locomotora de la Bahía, pero sí en un referente turístico y, además, en una ciudad escogida cada vez más como segunda residencia, con rehabilitaciones que poco a poco van mejorando el entorno.

Los comercios siguen la tendencia, con un mercado online cada día más en boga. El comercio tradicional se muere de forma irremediable y, aun así, como en toda España, nos vamos reinventando, buscando nuevas formas, nuevos servicios, y con el tiempo todo se adaptará.

El turismo es quizá uno de los motores de nuestra economía y, aunque la oferta cultural dista mucho de ser óptima, va siendo aceptable. La juventud, que no ha cambiado desde que Balbo se corría las juergas con Julio por Gades, sigue eligiendo la ciudad para emborracharse: a veces pasándose, y otras animando y dando vida a una ciudad que llegó a parecerse a Mordor.

Todo es mejorable, pero finalizado el año, mi ciudad no es una mierda seca y abandonada. Es una gran ciudad, mejorable como todas, con muchas cosas por hacer, pero también con muchas cosas hechas y destacables. Eso sí, con algún que otro amargado que nos alegra el día, curiosamente siempre los mismos, pero que deberían tener sitio entre los superhéroes: los Flashgordos, porque siendo cuatro parecen doscientos.

Feliz año nuevo a todos, incluidos nuestros amargaos, que también son de El Puerto y se les quiere… aunque ahora que lo pienso, más que superhéroes, a estos les pega más lo de Pitufo Gruñón.