
“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.
A veces suceden en la gran pantalla uniones, alianzas o vinculaciones que no tardan en declararse imposibles y que, por lo tanto, no suelen acabar felices; o al menos no en el medio plazo del relato.
Esto es lo que ocurre con estos títulos del cine francés que ahora comento: La historia de Jim (2024), de los hermanos Lamieu; y Los vecinos (2024), de André Téchiné.
LA HISTORIA DE JIM (2024). La película de los directores franceses Arnaud y Jean-Marie Larrieu (novela de Pierric Bailly, "Le Roman de Jim"), fue presentada en el 77º del Festival de Cine de Cannes.
La historia es complicada, porque se trata de un padre que no ha engendrado, aunque sí ha criado con amor a un niño cuyo padre biológico un día reaparece. La pregunta es si se puede compartir la paternidad.
Comienza la cosa con Aymeric (Leklou) un joven de 20 años que busca encontrarse a sí mismo. En 1996, Aymeric abandona la escuela y regresa a vivir con sus padres en Saint-Claude, en el Jura. Trabaja en un almacén
La mala fortuna quiere que se junte con amigos poco recomendables que lo involucran en el robo de cuadros en casas particulares y pasó dos años en prisión.
En el invierno de 2000 comienza lo que habría de marcar su vida. Una noche se encuentra con Florence (Dosch), ella está embarazada de seis meses y es soltera.

El muchacho la recibe en tono muy amable. El padre del hijo, casado, no quiere dejar a su familia por Florence. Pronto, se mudan juntos, la chica da a luz con Aymeric presente y nace Jim como si fuera suyo.
Durante siete años Aymeric hace de padre modelo de Jim (Eol Personne), paseando al nene, jugando con él, compartiendo mil cosas, años felices, un padre entregado a su hijo y un niño que adora a su padre.
El niño crece pronto, lo hace como un niño seguro, alegre y lúdico. Esta feliz con su vida. Ama pasar el tiempo con Aymeric, el único padre que ha conocido, que inspira y guía su infantil mirada del mundo que lo rodea.
En el corazón de la campiña donde se establece la pequeña familia viven contentos esta osada aventura. Hasta que aparece Christophe (Belin), el padre biológico del niño. Lo que podría derivar hacia el melodrama, es el inicio de una odisea hacia la paternidad.
Christophe ha aparecido de súbito y es presentado a su hijo como un «viejo amigo de mamá». Pero para Aymeric y Jim, nada volverá a ser igual, el destino cambiará sus vidas y trocará su unión en alejamiento.
Y es que, el regreso de Christophe desordena el devenir de la que hasta entonces era una familia. Aymeric se pregunta qué hacer con una existencia que quizá ya no incluya a Jim. Su hijo no tarda en desaparecer de su cotidianeidad. La madre y el padre migran a Canadá.

Regresará veinte años después, momentos de tensión, incomprensión, ira incluso de un joven que se sintió abandonado, hasta que se descubren los secretos y ocultaciones, hasta que el Jim ya mayor (Manet) haga las paces con su "primer padre", su genuino padre, al que tanto echó en falta.
El filme está narrado en of por Aymeric, una historia que alumbra interiormente de manera sensacional a su protagonista a todos los niveles: de frente, en los laterales, a ras de suelo y desde el cielo, a través del destino poliédrico de un hombre y la perspectiva reflexiva del hijo.
Los hermanos Larrieu, en un libreto junto a Antoine Jaccoud, van tejiendo las diversas elipsis temporales con una inteligente fluidez. Aciertan a dotar a cada personaje de una identidad real (mención especial a Sara Giraudeau, la que será pareja estable de Aymeric).
También, le dan a la historia una dimensión conmovedora y tierna, retratado por la sutil fotografía vintage de Irina Lubtchansky, junto a la música de Bertrand Belin y Shane Copin, todo lo cual hace de esta película una obra por demás interesante y, seguro, un eslabón principal en la carrera cinematográfica de estos dos hermanos.
Los Larrieu tienen en la templada maestría interpretativa de Leklou un aliado perfecto para encarnar esa la bondad machadiana, la de un hombre en el buen sentido de la palabra bueno. Pero, además, cuentan con un reparto de lujo con actores y actrices como Laetitia Dosch, Sara Giraudeau, Bertrand Belin, Andranic Manet, Noée Abit o Robinson Stévenina. Todos muy bien, en línea con sus roles y en una actuación conjuntada y brillante.

Desconcierto pasivo
La impasibilidad de Aymeric es lo que define el pulso de este drama. Él mismo es consciente de que a menudo se deja llevar por la vida: «Atraigo historias complicadas y tratos turbios», le dice a Florence al principio. Nuestro protagonista, no casualmente se ha encontrado en medio de una historia de complicaciones.
Cuando Florence le dice que se va a Canadá con Jim y su padre biológico, Aymeric no protesta, simplemente acepta su decisión, y no sabrá cuando la comunicación con Jim vaya disminuyendo por la distancia.
Aymeric, de tan buenón es bobo, sus de ojos saltones delatan un desconcierto pasivo. Por eso que se siente atraído por la fotografía, colocándose como testigo, en lugar de actuar; observar en lugar de estar; documentar en lugar de involucrarse.

Cerrando y «falta básica»
Lo que puede parecer amabilidad y bondad en Aymeric, podría percibirse también como falta de pasión y de energía; le tendría que haber puesto las cosas en su sitio a la madre y al padre biológico, en su momento.
Es como que falta algo en el personaje, me recuerda el concepto psicoanalítico de “falta básica” de Michael Balint, que viene a significar, aplicado al Aymeric, una vivencia profunda de defecto y carencia surgido precozmente por una defectuosa crianza. En Aymeric hay una falta emocional original.
Mientras que la obra se precipita hacia un desenlace que juega con los clichés de los melodramas sentimentales, sin embargo, no puede escapar de la sensación de desapego emocional y pasividad en la que se basa.
Película meritoria que merece la pena y que da motivos diversos para reflexionar, particularmente sobre el concepto de paternidad, pues no basta con engendrar para ejercer la función paterna como es menester.
Más extenso en revista de cine ENCADENADOS
LOS VECINOS (2024). Lucie (Huppert), una veterana policía marcada por el suicidio de su pareja que era también agente de policía vive sola. Tras una baja psiquiátrica solicita una prórroga en el cuerpo para no perder su único medio vital. Su mundo se ve sacudido con la llegada de unos vecinos, una pareja formada por la profesora Julia (Herzi), el artista gráfico Yann (Biscayart), y su pequeña hija Rose.
Resulta que Lucie se encariña con ellos, especialmente con la madre y la niña, y oculta su profesión para no poner en riesgo la relación. Pero pronto descubre que Yann, además de artista es un activista antisistema, vinculado a movimientos radicales. Cuando él se ve envuelto en un conflicto legal, Lucie se enfrenta al dilema ético de si proteger la ley o proteger a quienes quiere.
El director André Téchiné, acostumbrado a hace cine social, hace un retrato esbozado para simplificar el conjunto de la trama, del contexto y las ideas. Lo que ocurre es que ni el ritmo (excelente montaje) ni el carisma de la actriz principal Isabelle Huppert, consiguen ocultar la fundamental falta de calado de la película.

Efectivamente, la Huppert domina la cinta con una interpretación contenida pero poderosa. Su personaje, Lucie, es una mujer endurecida por la vida, pero que sigue teniendo capacidad de ternura y amparo para con los demás. Nahuel Pérez Biscayart hace un trabajo interesante en el rol de Yann, un joven oscuro y ambiguo que encarna el conflicto entre la ideología y la convivencia. Y Hafsia Herzi es Julia, el cálido contrapunto humano, aunque su personaje queda algo desdibujado, por su breve desarrollo.
Es una película multitemática que aborda variados capítulos como las relaciones familiares y el duelo, el desgaste emocional de los cuerpos policiales, las implicaciones éticas del activismo radical antisistema, la identidad cultural y las raíces africanas o la dificultad de querer estar en dos bandos irreconciliables (policía y activistas radicales) a la vez. Pero el filme no ahonda en ninguno de estos aspectos los cuales apenas roza periféricamente.

Téchiné mantiene su estilo sobrio, con una puesta en escena invisible y sin subrayados. La narración en voice-over (voz superpuesta o sobrevoz) desde el punto de vista de Lucie aporta una dimensión íntima, casi confesional. Pero el libreto del propio Téchiné y Régis Martrin-Donos, presenta situaciones forzadas y un mensaje confuso e impreciso.
A pesar de estar impulsada por intenciones claras y loables, la cinta de André Téchiné carece en última instancia de credibilidad. Los personajes de Yann y Julia son meros bocetos, la introducción del gemelo de Slimane (que también es policía) resulta poco convincente, incluso la inserción de una voz en off resulta por demás literaria.
Ello incluye un epílogo que parece una completa evasión. Es como si Téchiné careciera de las convicciones que sus personajes deberían tener.











