Partimos de la base de que todo cambio tiene una explicación, la cual —nos guste más o menos, nos venga mejor o peor— es, al fin y al cabo, la más acertada para quien puede y debe decidir.
Aun así, eso no impide que la nostalgia, el recuerdo, los momentos vividos y los sueños formen parte de nuestro acervo, de nuestras vivencias, de nuestra pequeña e insignificante historia.
De la mía, forman parte aquellos martes de Feria. Porque, aunque estuviéramos enfrascados en el montaje, en los últimos retoques, en esa decoración que nunca se terminaba... para mí, ya era Feria.
Con esa Feria a rebosar de miembros de peñas y asociaciones, había una caseta que siempre estaba de punta en blanco: la del Helo-Libo. Lista para su pregón, ni oficial ni oficioso, pero cita ineludible, entrañable y acogedora, en la que todos, al final, terminábamos. Cambiábamos la última copa oficiosa en El Chicharito por la primera oficial en Helo-Libo.
Aquel pregón, sin pretenderlo, era el pistoletazo de salida. Porque quien, empezando el pregón, no tenía lista su caseta... ni era feriante ni era nada. Tendría que volver la mañana del miércoles a terminar. Porque cuando Helo-Libo hablaba, la Feria callaba y escuchaba.
Igual que el pregón no era oficial, aquella inauguración tampoco lo era. Era la de los de casa. Y con eso no me refiero a los portuenses o porteños, sino a los de casa casa. Los que llevaban dos semanas montando cerchas, tendiendo toldos, inventando fachadas, extendiendo albero. Levantando una ciudad, que ahora —gracias a Dios, a los puitos y al dinero— ya nos encontramos lista solo para decorar.
Eran otras ferias, eran otros tiempos. Tampoco tan lejanos. Y era… otro pregón. Antesala de un Martes de Prevelada, algo que ninguna feria tenía. Se imponen modas, como llamar a las cenas de socios, amigos o allegados “la del pescaito”, como si aquí comer pescado frito fuera una novedad.
Y aun así, pensando y pensando, jamás una feria —de aquí a Finisterre, pasando por Suiza— ha tenido velada, cena del pescaito o alumbrado como nosotros tuvimos Prevelada. No oficial, ancestral, y de obligado cumplimiento para todo aquel que quisiera entrar con buen pie y con una copa de Fino Quinta brindando por El Puerto, en nuestra Feria.
Cambia el día. No cambia el sentido.
Por eso, larga vida a Helo-Libo.
Pero ahora… ¿qué hago yo el martes?