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Ir al cine es mucho más que cruzar una puerta; es el inicio de una experiencia única y a veces, inquietante. Al recorrer el pasillo hacia la sala oscura, dejamos atrás la realidad cotidiana, para adentrarnos en un mundo de historias y de magia.
Es así como la pantalla grande se convierte en un portal que nos conecta con otros universos, que tienen el poder de inspirar, conmover o divertir. El sonido envolvente, el olor a palomitas y la expectativa del comienzo hacen del cine un lugar muy especial.
En el caso de hoy me referiré a dos películas distintas pero presididas por la “intriga”, por ese tipo de estado psicológico que surge cuando algo despierta nuestra curiosidad o interés al mantenernos en un estado de incertidumbre.
Estas películas que ahora comento se caracterizan por una sensación de misterio o suspense, ya que deseamos descubrir lo que está oculto o lo que sucederá más adelante. Se trata de Cuando cae el otoño (2025), de F. Ozon; y La cita (2025), de C. Landon.
CUANDO CAE EL OTOÑO (2025). Hay en la última película de François Ozon la búsqueda de las raíces y la necesidad de asirse vitalmente a la tierra natal y en las propias creencias. Vemos al comienzo a Michelle, la protagonista, que devota, escucha recogida el sermón del sacerdote sobre la parábola de María Magdalena. Michelle es una señora jubilada que ejerció la prostitución y que vive en un remanso de paz, alejada del tumulto de París y apegada a sus rutinas y a la naturaleza.
Michelle (Vincent) pasa su retiro en un pueblecito en la campiña francesa, donde también reside Marie-Claude (Balasko), su mejor amiga. Está emocionada con la visita de su hija Valérie y de su nieto Lucas, con la idea de quedarse al pequeño durante la semana de vacaciones escolares.
Michelle cocina, cultiva el huerto, limpia su bonita casa y ayuda a su vecina y amiga Marie-Claude (antigua colega de profesión). La cámara de Ozon retrata a la protagonista como mujer sosegada y cabal, que transmite al espectador esa especie de sabiduría de la vida rural.
La visita de su estresada y mal encarada hija Valèrie es como ruido en el silencio. Viene acompañada de su hijo Lucas. Desasosiego para Michelle. Valérie es mujer ansiosa, agresiva, en vía de divorcio y muy desagradable, sobre todo en el modo de tratar a su madre, como que hay algo oculto entre ambas.
Para más, un episodio aparentemente accidental acaba con Valérie ingresada en el hospital por comer setas tóxicas. Las setas las había recolectado su madre y aunque Michelle se disculpa, Valérie siembra la duda de la intencionalidad, como queriendo decir que su madre ha intentado matarla, y acaban marchándose. El nieto, que muestra un gran afecto por su abuela, queda afligido: no han podido disfrutar de las vacaciones juntos.
Este hecho, que podría parecer anecdótico, se convierte en el detonante para una exploración profunda y plena de intriga sobre los conflictos familiares y las tensiones no resueltas. Ozon utiliza este evento como una metáfora de las fragilidades humanas y la imprevisibilidad de la vida, mientras los secretos familiares comienzan a salir a la luz.
Marie-Claude, la amiga de Michelle, también tiene una relación ambivalente con su hijo Vincent (Gottin), actualmente en la cárcel y al poco excarcelado (no sabremos por qué estuvo en presidio). Michelle colabora en la reinserción del joven contratándolo primero para adecentar el huerto y luego, prestándole dinero para que abra un Bar en el pueblo.
En circunstancias poco claras muere Vialérie, la hija de Michelle, al caer desde el balcón de su casa en París. Vincent (Gottin), vamos viendo que ocupa un lugar importante en la desaparición de Valérie. Al poco fallece también Marie-Claude, y el trío de personajes supervivientes: Lucas, Michelle y Vincent acaban por construir una familia.
Vincent ejercerá como hermano mayor protector de Lucas y hace las veces de hijo de Michelle. Defenderá incluso su pasado como prostituta, profesión que ejerció para mantener a su hija hasta que nació su nieto.
Vemos en pantalla una recreación del hogar confortable de Michelle, con todos los cachivaches propios de una casa solariega, con su huerta, herramientas y chimenea. El aroma de los platos cocinados con productos de la zona cultivados por ella misma.
Esa calidez y belleza que impregnará el espíritu del nieto Lucas y le inducirá con el tiempo a estudiar Historia del Arte, una disciplina tan carente de pragmatismo como necesaria para saber vivir, o apreciar la belleza.
La narrativa combina momentos de introspección con giros argumentales. Temas como la culpa, el perdón y la conexión intergeneracional se entrelazan, logrando que la película se convierta en una obra de calado.
François Ozon demuestra nuevamente su maestría en la dirección, creando una atmósfera que captura la esencia del otoño, tanto en sentido literal como simbólico. La fotografía de Jérôme Alméras aprehende los paisajes bucólicos de Borgoña, contrastando la serenidad de los exteriores, con la tensión emocional del interior familiar.
El uso de encuadres cerrados y movimientos de cámara pausados aporta una sensación de intimidad, mientras que los silencios cuidadosamente organizados en el montaje permiten que la tensión narrativa se desarrolle de manera orgánica.
La banda sonora de Evgueni Galperine y Sache Galperine, discreta pero efectiva, funciona como extensión emocional de los personajes y subraya los momentos clave de la historia.
El reparto es sensacional, con una maravillosa Hélène Vincent en el papel de Michelle, interpretación que captura la vulnerabilidad y resiliencia del personaje, que es el corazón de la obra. Muy bien Ludivine Sagnier como la hija Valérie, Josiane Balasko como la buena amiga Marie-Claude, y un Pierre Gottin estupendo como Vincent.
Un canto de Ozon a la vida a través del retrato de una vejez labrada con el sudor del esfuerzo corporal. Un enjuague purificador que limpia los errores y nos absuelve de nuestros pecados. Una oración en estos tiempos sin fe ni creencias.
Esta obra consolida a Ozon como uno de los grandes cineastas contemporáneos en la exploración de las relaciones humanas. Una experiencia visual que invita pensar sobre la familia y el paso del tiempo, una cinta que se recuerda por su elegancia y hondura.
LA CITA (2025). Violet es una madre viuda que en su tiempo fue maltratada por su esposo. Tras mucho tiempo de dolor y dedicada a su hijo y a su consulta como psicóloga, decide tener su primera cita en años con un hombre.
Dirigida por Christopher Landon, es un thriller psicológico que navega con cierta habilidad por los terrenos del suspense y del misterio. La película abre con Violet dispuesta a salir una cita a ciegas.
Cuando llega al restaurante donde ha quedado descubre que el joven que aparece como partenaire, Henry (Theo James), es más encantador y guapo de lo que podía esperar. Pero la velada empieza a estropearse cuando comienza a recibir inquietantes mensajes en su teléfono. La noche, que prometía ser romántica, se convierte en un juego de supervivencia y paranoia cargado de intriga y suspense.
El relato utiliza un ritmo calculado, intercalando momentos de calma, con escenas de alto voltaje. Tiene un guion aceptable de Jillian Jacobs y Christopher Roads que plantea interrogantes sobre la privacidad y las consecuencias de enfrentarse a lo desconocido.
Landon demuestra su habilidad detrás de la cámara con el uso de planos cerrados, teléfonos móviles y el recinto donde se encuentra la pareja para cenar, ciertamente abigarrado, las idas y venidas a la toilette de la protagonista y otras, todo lo cual hace a una sensación de claustrofobia y peligro inminente.
Es de destacar una fotografía tenue de colores fríos de Marc Spicer, que acentúa la atmósfera oscura y la incertidumbre de cada escena.
El montaje consigue un ritmo cuidadosamente diseñado que crea subidas y bajadas emocionales, lo que mantiene la atención todo el rato. La banda sonora, aunque sutil, de Bear McCreary, actúa cual guía emocional, subrayando las dificultades que la protagonista debe afrontar.
Meghann Fahy está muy bien en su trabajo, llevando al personaje de Violet con autenticidad y verismo. Su actuación transmite a la vez su angustia y la fortaleza que la situación exige, consiguiendo que el público empatice con su situación. La pareja en ciernes está interpretada por un Brandon Sklenar como joven atractivo, confiable y que tiene química con la protagonista.
Hay también pequeñas historias, sobre todo con el servicio. Jeffery Self está muy bien en su rol de camarero familiar y chistoso que aporta un poco de humor al drama; Gabrielle Ryan es la camarera que ofrece una bienvenida de solidaridad femenina a Violet; y Reed Diamond es el caballero mayor que espera nervioso su cita y que esconde algo.
Aunque en sus inicios, con tanto WhatsApp en el móvil, con mensajes tan intrigantes y pavorosos, puede generar cierto aturdimiento. Sin embargo, el final, pleno de acción, resulta trepidante y es sin duda la parte más interesante del filme.
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