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La figura de Maria Callas bien vale otra entrega en esta sección. Además, han estrenado otra película que habla sobre su trágico final. Ya he referido la figura de la Callas en otros artículos: Centenario del nacimiento de Maria Callas: la Divina, Callas – París, 1958 (2023), o María by Callas (2017).

El compositor Kurt Pahlen afirmó en su momento: «Su canto asemeja una herida abierta, que sangra entregando sus fuerzas vitales como si ella fuese la memoria del dolor del mundo». Todo un aserto sobre el desamor y el padecer que sufrió la diva en su postrera semana de vida.

A propósito, comento ahora: Maria Callas (2024), de P. Larraín; y Callas Forever (2002), de F. Zefirelli.

MARÍA CALLLAS (2024). Este drama de Pablo Larraín sobre la legendaria soprano griega nacida en Estados Unidos comienza el día de su muerte, el 16 de septiembre de 1977. Espectralmente delgada, vestida con un camisón blanco, se desploma en el suelo del salón de su grandioso apartamento de París.

Entonces la historia vuelve a una semana antes; la mayor parte de la película tiene lugar durante esa semana (aunque vemos episodios clave de la vida de Callas). Así que sabemos desde el principio hacia dónde va la trama en una historia de una espiral neurótica de muerte.

Esta cinta del chileno Pablo Larraín, quien ya hiciera biopics como los de Lady Di o Jackie Kennedy (2016), lleva su sello y su estilo visual, utilizando encuadres minuciosos y una atmósfera mayormente melancólica. La cosa es capturar el aislamiento de la protagonista en sus días finales.

Hay una perfecta recreación de los años 70, desde la moda hasta los interiores parisinos; además, las tomas suelen transmitir una sensación de opulencia atrapada en el desgaste del tiempo, con muestras de un lujo señorial.

Pero, lamentablemente, Larraín no acierta a profundizar en los problemas y conflictos internos de la Callas, ofreciendo una exploración impresionista del mundo interior de la soprano en lugar de una dramatización directa. Su soledad y su ansia de fama, no se desarrolla en la extensión que habría requerido. Más parece, pues, un retrato que una inmersión en su vida.

El apartamento, con su lujo y sus excesos ornamentales, sugiere la aristocracia francesa del siglo XVIII. Este lujo equivale a la prisión que la misma soprano creó. Tal vez porque toda su vida se ha convertido en una prisión.

La Callas pasa los días abusando de un cóctel de estimulantes y tranquilizantes, en particular Mandrax, un sedante hipnótico que obtiene ilegalmente. Mal alimentada, sabemos que a veces no ingiere alimento durante tres o cuatro días seguidos, trastorno alimentario relacionado con su obsesión por la delgadez, en contraste con su obesidad infantil y juvenil.

Trata como vasallos a las dos personas que la han cuidado durante años –su ama de llaves, Bruna (Alba Rohrwacher), y su mayordomo y chófer, Feruccio (Pierfrancesco Favino)-. Ambos no sólo consienten sus caprichos y demandas, sino que lo hacen con agrado. Evita la diva encontrarse con su médico y fantasea que la visita el ectoplasma de Aristóteles Onassis, su antiguo amante.

Y está el tema de su voz. En la película Maria tiene 53 años y no ha cantado en público desde hace cuatro años y medio. Pero para una mujer poseída por la ópera, su mayor anhelo es cantar con la voz sublime de otrora. Sobre todo, la música de los compositores italianos del siglo XIX (Verdi, Rossini, Puccini) a quienes Callas elevó en su repertorio.

Podemos sentir que el canto persigue a la diva que no puede escuchar sus viejos discos; estos tienen una perfección que le produce dolor. Su voz está mucho más débil, pero suele ir a ensayar con su entrenador vocal (Stephen Ashfield) a quien visita cada la semana.

El mito de la gran diva que fue, la “Divina”, ahora tiene prisionera a María. Pues, si no puede volver a ser la gran Callas la vida no tiene sentido. Lo cual deviene historia tan trágica como una de las óperas que interpretó.

“María” tiene muchas de las características de la habilidad cinematográfica de Larraín. Sin embargo, la película, está impulsada por un fatalismo dramático que no le viene bien. Acaba convirtiendo a Maria en una figura menor que las heroínas de “Jackie” o “Spencer”, que trató en sus anteriores cintas.

La Jolie hace un buen trabajo de playback con los matices del esplendor vocal de Callas. La actuación de Jolie está bien, aunque me parece afectada. Intenta y a veces consigue crear una Maria imperiosa, misteriosa y deprimente plan “femme fatale”. La Jolie, a pesar de algún exceso, hace un trabajo serio y por momentos sutil. Pero el guionista Steven Knight no acaba de encontrar el temple de una mayor vulnerabilidad en la desesperada Callas.

El reencuentro de Larraín con el guionista Knight está carente del preciso vaivén entre la alegría y la tristeza que hace que un buen melodrama sea perfecto. Al insistir en un paralelo entre la tragedia de la ópera y la de la vida de Callas, sólo vemos a la diva a través del valor trágico de sus desgracias, negando a su talento y su oficio, que es lo que conforma su verdadera dimensión humana. No sólo penas, también la comprensión que el arte puede promover.

La fotografía de Edward Lachman tiene calidez visual, es hermosa y seductora. Los flashbacks, en blanco y negro, son el contrapunto del pasado de María, aunque suelen quedar a medias. Lo cual sucede igual en sus entrevistas con un entusiasta cineasta joven (Kodi Smit-McPhee).

Los flashbacks clave son los que giran en torno a Onassis, el magnate naviero griego del que se enamoró en 1959. Haluk Bilginer lo interpreta con el carisma de un millonario irresistible que se deleita en el poder de su riqueza que atrapa a Maria, aunque finalmente, como es sabido no se casa con ella.

Sin embargo, más de uno de estos flashbacks son particularmente torpes, sobre todo algunos de su tumultuosa relación con Onassis o una conversación estúpida con JFK que no se sabe bien a qué viene.

Hay una sensación de destino fatal cerniéndose sobre esta Callas de Larraín. Como que María observa que cantar ópera es tan agotador que atenta contra su vida. Especie de argumento elegíaco, asombroso, y al final tengo la sensación de que es la misma película la que acaba muriendo.

 

CALLAS FOREVER (2002). Película dirigida por Franco Zefirelli, amigo de la diva que ha dirigido grandes montajes operísticos, en declaraciones afirmó: “Los hechos y los personajes representados en esta película son producto de mis recuerdos y fantasías”. Se trata de una obra que hibrida drama y biografía. Al igual que el anterior título, en esta cinta se intenta retratar los últimos días en la vida de la inmortal soprano Maria Callas.

Reflexiona Zefirelli sobre el arte y el final del éxito, personalizado en Callas, mostrando su carácter pasional y rebelde. Además, recrea un tiempo y una época con sus mejores arias.

En reparto, Fanny Ardant borda su papel encarnando a Callas, en especial en su doble papel encarnando a la gitana Carmen.  Jeremy Irons interpreta a su antiguo representante Larry Kelly y está muy bien como manager musical gay con ganas de sacar a la Callas del ostracismo; quiere propulsarla de nuevo mediante una versión fílmica de Carmen dirigida por una especie de imitación de Carlos Saura (grotesco Manuel de Blas, disfrazado a veces de Léo Ferré).

La película es en gran medida una fantasía personal de Zeffirelli, más que una biografía precisa. La representación de Callas aceptando un papel en una película-ópera de "Carmen" que nunca realizó en vida, es un punto de controversia, ya que su voz en la película es una grabación de tiempos pretéritos.

Estamos ante una reflexión sobre el ocaso del éxito y la gloria, y un homenaje a una de las más grandes cantantes de ópera de siempre jamás.