He visto hace poco dos dramas judiciales franceses y con esto de las Olimpiadas, pues lo saco al aire. Son películas interesantes, dentro del sistema judicial galo.
Hoy me referiré a: El caso Goldman (2023), de C. Kahn; y Anatomía de una caída (2023), de J. Trier.
EL CASO GOLDMAN (2023). Nada más comenzar, antes de que Goldman aparezca en la pantalla, el director Cédric Kahn abre la acción con unas escenas contra dos de los abogados, Georges Kiejman (Harari) y Francis Chouraqui (Lewin), judíos los dos. Kiejman ha recibido una carta de Goldman explicando que los iba a despedir por ser “judíos de sillón”, o sea pasivos, lo que oculta el drama del reciente Holocausto.
Encuadre del proceso
Resulta singular y a la vez entretenida la forma en que se celebran los juicios en el país vecino, donde se permite a los miembros del jurado hacer preguntas a los testigos. A medida que cada testigo habla, Kahn va desvelando el racismo imperante.
Se va rodando la acción en forma cuasi documental (buena fotografía de Patrick Guiringhellli), y el guion que el propio Kahn y Nathalie Hertzberg han confeccionado aparenta la regularidad de un documento histórico. Ello conllevó entrevistas detalladas con Kiejman y Chouraqui, y un análisis a conciencia de artículos de periódico sobre el juicio.
Los guionistas hacen una labor de síntesis donde está, tanto la información de uno de los juicios anteriores de Goldman, como información de su libro biográfico.
Lo que viene se desarrolla mayormente en la sala del juicio, con una estructura sencilla. La acción apenas sale del salón, pero de manera brillante muestra la complejidad de la figura central de Goldman, encarnado de manera sensacional por el actor belga Arieh Worthalter.
La verdadera historia como preámbulo
No es un Goldman fácil el que interpreta Worthalter, conjugando y mostrando una iracundia a veces contradictoria, junto a unos argumentos simples: “Soy inocente porque soy inocente”, afirma en un momento.
No tardan en aparecer en escena el racismo y el antisemitismo de la sociedad, sobre todo de la policía, dejando Kahn que el testimonio y el desarrollo del juicio hablen por sí mismos.
Goldman es, como hombre de izquierdas que incluso ha luchado en guerrillas en Venezuela, un ser vehemente y arrojado.
Regresó a Francia en septiembre de 1969 y en breve tiempo cometió tres atracos en París. Detenido, Pierre Goldman reconoce su participación en los tres robos mencionados, pero niega rotundamente haber participado en el último atraco sangriento de una farmacia.
Apoyado por la izquierda francesa, el juicio de Goldman desata pasiones. En 1974, en un primer juicio, es sentenciado culpable y condenado a cadena perpetua. Pero el veredicto causó indignación entre la izquierda y hubo movilizaciones. La prensa se interesó por el caso e incluso varias celebridades francesas de la época, como la actriz Simone Signoret, manifestaron su apoyo a favor de un nuevo juicio.
Finalmente, la Corte de Casación anuló el primer veredicto y ordenó la celebración de un segundo juicio. Al finalizar este Goldman fue absuelto de los dos asesinatos y condenado a doce años de cárcel por sus tres primeros atracos. Gracias a una remisión de la condena, sería liberado unos meses más tarde.
Durante su estancia en la cárcel, escribió una novela autobiográfica de título, Souvenirs obscurs d'un juif polonais né en France (Recuerdos oscuros de un judío polaco nacido en Francia). El libro fue un auténtico éxito, con sesenta mil ejemplares vendidos, e hizo que la opinión pública simpatizara con su causa.
El personaje de Goldman y reparto
La película se centra en el último de los juicos que he referido. En su trascurso Goldman es todo un personaje vitoreado y ensalzado. Se ha convertido en un héroe popular, incluso para la intelectualidad, tras la publicación de sus memorias, donde detalla su vida como hijo de refugiados polacos judíos.
El reparto es extenso, y está compuesto por excelente actores y actrices, además de Worthalter; figuras como Arthur Harari (abogado Kiejman), Jeremy Lewin (abogado Chouraqui), Christian Mazzuchini (abogado Bartoli), Sthéfan Guérin-Tillié (Presidente de la sala), entre otros.
Relato, la acusación y la defensa
En el transcurso de la cinta, Kahn retoma el argumento, muy cargado de prejuicios por parte de la policía francesa, que señaló a Goldman como el culpable de los asesinatos en la farmacia, sin prueba sustancial alguna.
El único testigo ocular significado es un policía fuera de servicio (Paul Jeanson), que recibió un disparo mientras el agresor huía y que nunca consigue contar su historia. Otro testigo, un antillano amigo de Goldman (Tshibangu), afirma que la policía lo obligó a testificar en su contra.
Está nuestro reo tan seguro de sí mismo que resulta convincente. Además, interrumpe a sus abogados, así como al fiscal del gobierno, Maître Garaud (Briançon), utilizando el juicio como arma arrojadiza contra la policía y el estado. Este drama judicial enfoca de manera directa a la iniquidad francesa y las tendencias anti izquierdistas y antisemitas de aquel 1970.
Cerrando con algunas consideraciones
A diferencia de la mayoría de los dramas judiciales, aquí no hay respuestas fáciles, ni momentos en los que la música suene y reine la victoria: no hay banda sonora. Goldman parece un personaje demasiado difícil para un final de cierre fácil.
De otro lado, Goldman fue asesinado en 1979 y los acontecimientos que rodearon su muerte podrían dar lugar a una nueva película. Hay indicios de que el tal asesinato fue reivindicado por un grupúsculo de extrema derecha, Honneur de la Police (“Honor de la Policía”), pero hoy en día sigue sin esclarecerse.
Más extenso en revista ENCADENADOS.
ANATOMÍA DE UNA CAÍDA (2023). La historia sigue a Sandra, una escritora alemana que vive en los Alpes franceses con su marido Samuel y su hijo Daniel, que tiene pérdida de visión. La trama surge tras la misteriosa muerte de Samuel, y explora si fue un accidente, un suicidio o un asesinato.
Filme que pretende desafiar al espectador a discernir entre realidad y ficción. En tanto, quiere poner a prueba la relación de pareja y la personalidad de Sandra, quien es arrestada y juzgada por los hechos.
El proceso sirve a su directora Justine Priet como pretexto para poner en el punto de mira, la tumultuosa relación de la protagonista con su marido, y la ambigua personalidad de esta, con un guion de Arthur Harari junto a la propia Triet.
Película multipremiada, incluido Oscar a mejor guion original o Palma de Oro de San Sebastián a Mejor película.
Un digno artilugio narrativo, con la disección de un supuesto asesinato, poco entramado policial y un colmo para los desgarros matrimoniales y el impacto del caso sobre el hijo parcialmente invidente. El jurado popular no puede llegar a ninguna conclusión con tanta ficción psicológico-psiquiátrica, tanta imaginación, inducción y tan pocas pruebas palmarias.
Cierto es que la “verdad” es un intangible sometido a mil y una acometidas, lo cual hace que todo pueda ser discutido o recreado. De hecho, en el filme hay un juego sobre qué es la ficción, incluyendo la posibilidad de que sea real lo que escribe Sara en sus novelas, el desarrollo del personaje de Samuel mediado por testimonios diferentes o el hecho de que los nombres de los personajes de los protagonistas sean los mismos que los de sus actores (Sandra y Samuel).
Esto es el “pavo inductivista” del filósofo y matemático británico Bertrand Russell? (1872-1970), quien advirtió de los peligros de obtener conclusiones basadas únicamente en observaciones, por muchas que sean los exámenes de que podamos disponer. El tal pavo, bien cebado cada día, concluyó que «siempre comería cada mañana tan ricamente». Hasta que llegó la Navidad y le cortaron el cuello para ser cocinado.
En esta historia, hay mucho verso en las diversas declaraciones en el juicio. Las pruebas forenses sobre los golpes, la caída, etc. Es decir, los aspectos técnicos, nunca son aclarados con certeza. A cambio, hay mucha disertación con el psiquiatra de la víctima o los contenidos de las novelas de la sospechosa esposa, como que esta reflejara en su literatura su malquerencia para con el esposo. Para más, las inducciones del hijo invidente con relación a su perro intoxicado con una sobredosis de fármacos.
Todo habla mucho de cómo la ficción puede ocupar el lugar de la realidad; o de una sugerente y perversa ambigüedad, cara al espectador, y de la dificultad para emitir juicios en un terreno donde el límite entre la verdad y la mentira se diluye en la ambigüedad.
Pero claro, visto el caso por un jurado cabal, todo se queda en un bluf, en un globo que se deshincha rápido. Además, el filme tiene un exceso de metraje, demasiado tiempo para tan exiguas conclusiones.
Hay quienes han elogiado la actuación de la protagonista Sandra Hüller, describiéndola como hipnótica y llena de capas, puede ser. El filme pretende por algunos, tener ciertas resonancias hitchcokianas, algo desde mi manera de ver traído de los pelos. Como tampoco veo que haya verosimilitud en los personajes, ni punta de credibilidad en el retrato de estos.
Aunque narrativamente pretende trazar una reconstrucción de los hechos a través de puntos de vista diferentes, sin embargo, al volar los argumentos por encima de la realidad, sin evidencias, las escenas del juicio acaban por resultar cargantes e incluso exasperantes.
La película podría haber ganado más fuerza si hubiera apostado por la repetición del propio hecho, llevándolo al límite y poniendo en evidencia un suceso desde la empiría y la verificación, tal la caída, las heridas, el potencial móvil, etc. Pero no es así.
Porque si lo que se pretende es poner en cuestión la compleja vida de una pareja, analizar la esencia del matrimonio, la culpa por el acontecer del hijo o ciertas inclinaciones sexuales, para eso, Ingmar Bergman (Secretos de un matrimonio, 1974) profundiza mucho más, en línea existencialista, y con menos merodeo elucubrador que esta obra.
Difícil capítulo, siempre arduo, el de la descomposición de una pareja. También difícil la elucidación sobre cuál es la verdad del asesinato en la historia o si la señora Sandra es una asesina.