Algo de niño malote pervive en Pablo López, que este miércoles se subió al escenario del Cabaret Festival en la Plaza Real portuense ante un numeroso número de seguidores de toda la provincia.
A sus cuarenta años, el malagueño sigue concibiendo la música como gozoso juego antes que como puro lucimiento artístico y anunció “un concierto tranquilito”. Le hubiera gustado, declaró nada más empezar, haber actuado en bañador y con la camiseta de la selección española, pero tampoco era plan.
No obstante, bohemio como él solo, sí reivindicó los términos diálogo y conversación, y prometió no molestar demasiado a quienes viven y duermen en las inmediaciones del coso taurino, en la línea filosófica de la Gira 10, con la que recorre el país para celebrar su década en el mundo de la música.
Un tal Risto Mejide le auguró una vez poco futuro como cantante y trató de finiquitarlo llamándolo “pianista de hotel”. Erró, y de qué manera, el supuesto experto y, lejos de herirlo, clavó con ese sintagma nominal mucho del espíritu de Pablo, que aunque actúe para miles de personas sus propuestas tienen eco de concierto íntimo, sosegado y cargado de cercanía.
Bohemio y locuaz, arrancó con Unikornio y no se bajó en más de dos horas de ese équido mítico cabalgando a lomos de su piano que abandonó, no obstante, en alguna ocasión para coger la guitarra y hacer algunos acústicos de antología.
Todo en él es antológico, en realidad, porque pone en cada una de sus interpretaciones su pasión infinita por la música y el máximo respeto a quienes lo escuchan.
Fueron viniendo, con la emoción incontenida de un público entregado a su genialidad, sus temas más celebrados: Dónde, El patio, Te espero aquí, Ven, Mama No, El gato, La niña de la linterna o Quasi, entre otros.
Maestro de lo inesperado, sorprendió a todos con un Show must go on en un homenaje a Freddie Mercury, y en las postrimerías del concierto, desertó del escenario y cruzó las gradas en medio de la oscuridad para tener un detalle con los espectadores más alejados, a quienes dedicó un tema con guitarra, desarbolando más aún al personal.
El final fue mucho más apoteósico de lo que corresponde a un “concierto tranquilito” y se despidió presentando, con profundo agradecimiento, a la gran orquesta que lo acompaña y cuyos nombres no deben faltar en esta crónica: Santi González (guitarra), Micky Martínez (batería), Matías Esien (bajo), Jéssica Estévez y Santi Novoa (trompeta, coros y percusión).