Segundo peldaño de la breve escalinata teatral de este otoño en el Pedro Muñoz Seca. Apuesta segura la del pasado sábado, porque la obra que pudimos ver, El inconveniente, aglutina todos los elementos para haberse convertido en una suerte de long seller de la escena española en los últimos años. Y el primero de esos elementos es su actriz principal, la septuagenaria Kiti Mánver, que sobrepasa la edad jubilación recomendada por todos los organismos nacionales e internacionales y demuestra que sus muchas décadas de carrera no solo no aconsejan una retirada, sino que han hecho de ella una figura imprescindible, convertida en un inalcanzable listón para quienes vienen por detrás.
La secundan sobre las tablas un solvente Cristóbal Suárez, que demuestra sobradamente que no es nuevo en la profesión, y una hilarante y más que eficiente Marta Velilla brillando con desparpajo en cada una de sus intervenciones.
El tema de la obra es otro elemento coadyuvante de la excelente acogida de esta pieza de Juan Carlos Rubio en cada uno de sus montajes, con versión cinematográfica incluida – también celebrada por crítica y público-, protagonizada una vez más por la Mánver hace apenas tres años. Entramos en un piso elegante, bien situado y susceptible de ser adquirido por un cuarentón y, entramos, por ello, en la eterna y controvertida e irresoluble cuestión de la vivienda.
La vivienda de la obra, la que finalmente adquiere el cuarentón como inversión de futuro fracaso matrimonial, solo carga con un inconveniente: la dueña del piso vivirá en él hasta el día de su, más o menos cercano, fallecimiento, porque Lola, setenta y cinco castañas, ha sido operada del corazón en dos ocasiones, fuma como un carretero, se atiborra de toda clase de viandas y sin duda no aguantará mucho más. Pero aguanta, vive Dios si aguanta, y esa prórroga en el partido de su vida es la que dispara las situaciones que la enfrentan al nuevo dueño del domicilio, en una sucesión de escenas desopilantes, bien trabadas, poseedores del mejor nervio de las comedias cinematográficas americanas de toda la vida, entreveradas del tinte negrísimo hispánico de los guiones de Rafael Azcona.
A la buena calidad del paquete completo contribuyen el excelente diseño de escenografía de Juan Sanz (impagable ese armario con vocación de búnker) y la efectiva iluminación de José Manuel Guerra. Larga y merecida ovación final de un público que llenaba, hasta la bandera, las butacas del teatro Muñoz Seca.