Lo que voy a exponer no va contra los ricos o la riqueza. No se defiende el “pobrismo”, no se pretende subvencionar a los más necesitados, sino proveerlos de medios para que puedan labrarse una vida digna. De todo eso y más ya ha escrito largamente Antonio Escohotado (1941-2021) en su trilogía “Los enemigos del comercio”.
Por lo tanto, estas películas de las que hablo no van contra quienes crean riqueza, prosperidad, empleo y bienestar, sino contra una subespecie de ricos avariciosos, obtusos, engreídos, corruptos e hipócritas, que son ineptos y crean malestar social.
Hoy la cosa va de dos directores alejados en el tiempo, pero próximos en su crítica. Uno es el sueco Ruben Östlund y el otro, nuestro más grande cineasta, Luís Buñuel. Ambos orquestan en sus películas situaciones que hacen que la gente rica-opulenta se retuerza en la butaca.
Östlund utiliza, en su última obra El triángulo de la tristeza (2022), una técnica equivalente a la que manejara Buñuel en películas como El discreto encanto de la burguesía (1972). De estas dos películas equivalentes en su crítica a los dispendiosos y absurdos ricachones, me dispongo a hablar.
Y no olvidemos lo que dijera Miguel Delibes: «El cine, película aparte, es magia, y uno necesita penumbra, compañía discreta, sombras silenciosas en derredor, y un timbre nervioso anunciando la proyección para ser seducido». De modo que: ¡Vayamos al cine!
EL TRIÁNGULO DE LA TRISTEZA (2022). El director sueco Ruben Östlund, con apenas 48 años, es un cineasta meritorio y agraciado, pues con sus dos últimas películas: “The Square” (2017) y la que ahora comento, ha obtenido igual o más premios que algunos de los grandes genios del cine ya al final de su carrera. Premios como dos Palmas de Oro en Cannes y varias candidaturas al Oscar (este año, a mejor película, mejor director y guion).
El título de este filme se refiere a las arrugas del entrecejo que muchos/as modelos de pasarela se operan, para no amilanar a los compradores con un aire de preocupación o severidad. Cuenta la obra, en tres actos, la complicada relación de Carl (Dickinson) y Yaya (Dean, actriz que murió al poco de la presentación en Cannes de la película).
El primer episodio vale como prólogo al dulce penar de dos cuerpos perfectos, los de una pareja de jóvenes modelos. Con una incomodísima discusión en un restaurante entre ambos sobre quién paga o deja de pagar, quien gana más, etc., que acaba a duras penas en una discusión bizantina referida al rol femenino y masculino.
En el segundo capítulo, tras la Semana de la moda, Carl y Yaya son ya una pareja consolidada de modelos e influencers, que son invitados a un crucero de alto standing donde los pasajeros compiten a ver quién tiene más dinero.
No tardan en hacer su aparición, amén de otros personajes pintorescos, el capitán del buque, un americano marxista encarnado por un Harrelson excelente; o un oligarca ruso liberal y antimarxista, personaje encarnado por un brillante Buric. Se escuchan frases puntiagudas entre ambos hombres, como la que dice: "La diferencia entre uno de izquierdas y uno de derechas es que el primero ha leído a Marx y el segundo lo ha entendido".
También viajan una pareja de viejecitos británicos que se han hecho millonarios vendiendo granadas y minas antipersonas, una aristócrata francesa que obliga a los trabajadores del barco a bañarse… Östlund mete a la sociedad capitalista salvaje en un barco y la abre en canal.
Mientras la tripulación brinda todas las atenciones necesarias a los invitados y atienden incluso los antojos más peregrinos de esos millonarios estúpidos, el capitán, ebrio, se niega a salir de su cabina, a pesar de los ruegos del segundo de a bordo y de la jefa de personal, pues se debe celebrar la cena de gala que él debe presidir. Cena que con la zozobra de la tormenta da lugar a unas escenas en la que la panda de ricos avaros e idiotas vomitan y se vomitan entre sí, defecan y otras lindezas: un festival escatológico de altura.
Y es en estos pasajes cuando uno puede recordar “La gran comilona” (1973), de Marco Ferreri, o “El ángel exterminador” (1962) y “Viridiana” (1961), de Buñuel. Vómito sobre vómito.
Los acontecimientos toman un giro inesperado por una tormenta que pone en peligro el confort de los pasajeros. Además, hay bombas y asalto de piratas.
III. En el episodio tercero y final, el barco naufraga tras una gran explosión. A una isla supuestamente desierta llega a duras penas un contingente de los pasajeros y tripulación. La única que sabe pescar, cocinar y adaptarse a la difícil situación es la limpiadora filipina del barco (Dolly De Leon) que, de golpe y porrazo se hace con el mando. El equilibrio de poder se invierte.
No manda por el dinero, como antes los antojadizos turistas de lujo. Abigail, la limpiadora filipina que horas antes limpiaba los vómitos, se alza como poderosa matriarca tomando el mando por su capacidad para mantener la supervivencia de una pandilla de inútiles cuyos Rolex, joyas y dinero no sirven para buscar alimento o encontrar cobijo.
Abigail será también la que se va a “beneficiar” a Carl, el muchacho bonito, el influencer y modelo, para tormento y celos de su novia Yaya. Ahora ella ejerce el poder y puede disfrutar, como los ricos antes, de ciertas ventajas, sobre todo alimenticias y sexuales. Y en este punto cabe también asociar y recordar el filme “Parásitos” (2019), de Bong Joon-ho. Östlund vuelve a ejecutar al capitalismo.
El reparto es importante. Para conectar con la estupidez de los personajes y la capacidad de los actores para traspasarla tenemos a Harris Dickinson y Charlbi Dean, la volátil pareja joven; un Woody Harrelson desmelenado y en su salsa es el capitán marxista y borracho; el croata Zlatko Buric es el impresentable ruso, el Emperador de la mierda (fertilizantes); la severa y cumplidora jefa de personal del barco, Paula, está muy bien interpretada por Vicki Berlin; y la filipina Abigail es Dolly De Leon, mujer de la limpieza que será la pieza que coloca a todo el mundo frente a sus contradicciones.
Digamos que Östlund disecciona los influencers, los hombres deconstruidos, el feminismo, la lucha de clases, los juegos de poder, el sexo como botín, el marxismo, la opulencia, el abuso, el esclavismo y tantas cosas más que el director ataca con tanta mala uva que al final hay que aplaudir y decir ¡chapó!
Tragimedia divertida, ácida, brutal y sarcástica que arremete sin piedad a una parte de la actual sociedad del dispendio y el exceso. Mucha acidez, genialidad también, causticidad a raudales, surrealismo y verismo a la vez.
En suma, película insurrecta y políticamente incorrecta. Una crónica, a través de la sátira, de las miserias del capitalismo silvestre.
EL DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESÍA (1972). Estamos ante uno de los mejores títulos de la historia del cine, con un Buñuel genial como siempre y un reparto a la altura. El filme combina dominio del medio con un sentido anárquico y malicioso de libertad imaginativa.
Esta obra fue ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1972. También una de las obras más accesibles del maestro del surrealismo. La acción gira en torno a media docena de sofisticados amigos adinerados, que siempre intentan reunirse para cenas y veladas elegantes, para al final descubrir que el evento es arruinado por la ausencia del anfitrión, algún misterioso malentendido o un giro raro de las cosas.
Los guionistas, Jean-Claude Carrière y el propio Buñuel, colocan a los personajes un día antes de lo previsto en una primera cita ordinaria, en el caserón de dos de ellos, y a partir de aquí todos sus encuentros se enrarecen y son siempre interrumpidos.
La película está construida mediante secuencias con introducción, nudo y desenlace que bien podrían ser consideradas como cortometrajes individuales. Sin embargo avanza. Sus personajes también avanzan, pero desorientados, hacia ninguna parte, siempre con una fachada elegante y afectada.
La cosa es que Don Rafael Costa, embajador de Miranda, y el matrimonio Thévenot están invitados a cenar en casa del matrimonio Sénechal, pero a causa de un malentendido tienen que ir a un restaurante. Mas al llegar no pueden cenar porque el dueño ha fallecido.
A partir de este momento, las reuniones de este florido grupo de burgueses se verán siempre interrumpidas por las circunstancias más peregrinas imaginables, algunas reales y otras, fruto de su imaginación.
Película extraña, alocada, divertida y trágica que cuenta con actores y actrices de la talla de Fernando Rey, Paul Frankeur, Delphine Seyrig, Jean-Pierre Cassel, Stéphane Audran, Michel Piccoli, todos en sintonía y trabajo coral de lujo.
Película irónica, por momentos mordaz y en ocasiones brutal, que ridiculiza a la aristocracia y a la burguesía del dinero a manos llenas. Para ello utiliza el mismo refinamiento de esta clase social decadente.
En el filme se dan, tras la impecable fachada: desasosiego, hipocresía, corrupción, deseo, egoísmo, egolatría, violencia, sexo. El animal que el ser humano trata de encerrar en sí mismo se escapa por las rendijas de la apariencia. En términos psicoanalíticos, el deseo se manifiesta cuando la moral interior se descuida un instante o se ve sobrepasada.
Como es sabido, es en los sueños donde el inconsciente y la sinceridad afloran con mayor fuerza, y esta película añade situaciones oníricas a las situaciones reales, confundiéndose entre ellas. Esto crea incertidumbre en el espectador, quien llega a no saber si está presenciando parte del mundo real o es el mundo de los sueños, pues un plano a menudo es tan onírico o absurdo como el siguiente.
Y es justamente esto lo que la obra señala en última instancia: la vida que llevan los individuos que forman parte de la alta burguesía es irreal, un espejismo, un islote en medio del océano de la genuina realidad. Son seres que no logran ser felices, y esta frustración se ve reflejada particularmente en la imposibilidad de conseguir lo que más desean, simbolizado aquí por la comida que no consiguen disfrutar nunca y por la inconveniencia de practicar sexo cuando y con quien desean.
La estrategia consiste en colocar en situaciones especiales a los personajes para que terminen desnudándose frente a la pantalla. Hay también sarcasmo, fijación sexual, irreverencia, carácter crítico, costumbrismo vesánico y demás ideas y recursos permanentes de la insobornable poética buñueliana.
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