El escritor, productor y director de cine John Michael McDonagh nació en Londres en 1967. Su hermano es el dramaturgo Martin McDonagh (para no confundirlo). McDonagh es un cineasta entusiasta y a la vez profundo en sus abordajes. Tiene una corta carrera que se inicia en 2000, tras haber escrito, dirigido y producido el cortometraje "The Second Death".
En 2011 estrenó su primer largometraje, "El irlandés”, de la que hablo más abajo. Después de participar con esta cinta en diferentes festivales con notable éxito (Sundance, Berlin y Tribeca), acometió otras obras estupendas (en menor medida “Contra todos”, 2016). McDonagh tiene en su haber al menos tres películas que merecen la consideración de cualquier aficionado al cine.
Es autor del estreno este verano de Los perdonados (2021); ya antes se había revelado aficionado a inquirir en las diferencias raciales y de clase en otros dos filmes sensacionales: la estupenda e inolvidable comedia negra, aviesa e impúdica, El Irlandés (2011); y Calvary (2014), de la cual ya escribí en estas páginas.
Hablaré a continuación del estreno Los perdonados y de El irlandés.
LOS PERDONADOS (2021). Filme de John Michael McDonagh (novela de Lawrence Osborne) con el cual quedamos pegados a la butaca, porque hay una interesante idea de redención, de la liberación de un cínico, que, con el paso de los acontecimientos, tiene una iluminación interior que le hace ver el dolor del otro. También su propia vida estúpida.
Es una obra novelesca y teatral, y dentro de la tragedia hay diálogos sutiles, chocantes, en ocasiones con cierto humor, reflexivos también, y triunfa la apuesta vital y reparatoria del protagonista, sobre la inmoralidad de los otros personajes.
El filme habla de confrontación entre culturas. Se da un juego de contrastes entre los adinerados anglosajones y los humildes árabes. Esta confrontación resulta sutil y violenta.
Una pareja adinerada compuesta por un cirujano y una escritora de fama, pareja mal avenida, David (Ralph Fiennes) y Jo Henninger (Jessica Chastain), hacen un viaje a Marruecos desde Londres para asistir a una gran fiesta de lujo y dispendio, durante un fin de semana.
Son todos horribles sin excepción, personas con las que nadie cabal querría tomar ni un café, ni hablar de nada porque son incultos y carecen de empatía. Su fiesta consiste en esnifar cocaína, emborracharse y lucir palmito.
Tras la cena, la bebida excesiva y todo tipo de juergas, aparece la tal pareja del cirujano y la escritora, a la que ha acontecido una tragedia. Esto convierte la gran diversión en un fin de semana que ninguno olvidará jamás. En el medio, un muchacho ha muerto atropellado por el coche de David. El padre del chico no tardará en presentarse para solicitar la presencia del autor del atropello.
Toda esta gente pija y vividora ve cómo cambia la cosa cuando aparece Ismael Kanater, actor que hace una gran interpretación de Abdellah, el padre del niño muerto, un personaje que arrastra una gran tristeza y odio, por haber perdido al único que tenía.
Abdellah insiste en que David vuelva con él a su casa para ayudar a sepultar al niño. La reacción inmediata de David es negarse, pero acaba accediendo con la intención de volver pronto y pagar al padre unos mil euros. Eso es lo que vale el cadáver del joven atropellado por él.
Está también la “servidumbre” de la villa (personal de cocina, habitaciones, camareros, etc.), a quienes llaman eufemísticamente empleados, aunque más parecen sirvientes. También asoman los habitantes del pueblo de Abdellah.
Los trabajadores de la villa son gente humilde, con principios muy distintos a lo que ven a diario en los extranjeros. Entre el “occidente” de la villa y el “oriente” de los empleados se produce un brutal efecto de contraste a todo nivel.
Para más inri, Richard supervisa su “paraíso” de alcohol y bikinis como algo normal, como si no hubiera nada indecoroso en el hedonismo y las drogas, justo en una zona del mundo donde los musulmanes pasan cada minuto del día desenterrando fósiles para venderlos a los turistas.
McDonagh parece querer que sintamos desprecio hacia los ricachones presentes, y satiriza el racismo de los millonarios que utilizan el Medio Oriente como un destino exótico, como una curiosidad. De hecho, los europeos o americanos de la fiesta no ven a los habitantes de la zona como seres humanos; tampoco poseen capacidad para entender sus sentimientos o tradiciones.
Finalmente, acontece para David algo parecido a la caída del caballo de Pablo de Tarso. Porque la mundanidad y los excesos tienen un límite. Y David lo ha comprendido. Él debe dar paso a un hombre nuevo. Poner fin a tanta impiedad. Sólo así habrá perdón. Su historia de redención tiene un aire postcolonial, de exorcismo del sentimiento de superioridad occidental hacia la cultura árabe.
David, en una historia llena de personajes frívolos y planos, acierta a elevarse por encima de sus fallas y es el único que llega a ponerse a la altura del clan marroquí y encontrar su propia esencia humana.
Es una película escrita, dirigida y actuada con inteligencia y brío, una película como para pensar pero que no es pesada ni aburrida, un drama moralmente alerta, que deja flotando una llamada de atención moral.
Publicada en revista de cine Encadenados.
EL IRLANDÉS (2011). Se trata del primer largometraje de McDonagh. En el filme, el personaje principal es una especie de policía de un pequeño pueblo irlandés, Connemara, aunque en realidad es todo un sargento.
El policía Gerry Boyle (Brenda Gleeson) es un individuo corpulento, de facciones rudas, con una personalidad propensa a la ofensa y a lo políticamente muy incorrecto, sin pelos en la lengua, con un humor alarmante y soez, conflictivo con sus superiores y compañeros.
Es amante de la cerveza, el güisqui, los tóxicos y las prostitutas, con frases de su cosecha como cuando dice: “Como dijo el gordo, sí debes tener cuidado de no beber mucho, es porque no eres de fiar cuando lo haces”.
El pueblo irlandés fronterizo y perdido, lejano del mundanal ruido, verá rota su tranquilidad cuando aparecen unos cuantos muertos y tres rufianes que tienen que ver entre ellos.
Gerry se ve forzado a trabajar con un sofisticado agente norteamericano del FBI, hombre negro de nombre Wendell Everett (Don Cheadle), que anda tras un importante alijo de drogas por valor de más de quinientos millones de dólares. La relación entre ambos personajes es sorprendente, sobre todo para el recién llegado.
Lo es por la ristra de calificativos y comentarios racistas y ofensivos que hace Gerry del americano; como él dice, “soy irlandés, y el racismo forma parte de mi cultura”. Es tan brutal y fuera de tono lo que dice, que el teniente Wendell le interpela: “No estoy seguro de si eres increíblemente listo o increíblemente tonto”.
Coincide también que la madre de Gerry, a quien éste ama profundamente, está ingresada en una institución en fase terminal; él le lleva una petaca de güisqui y entre trago y trago hablan sobre el fatalismo de los escritores rusos tipo Dostoievski, decantándose Gerry por Nikolái Gogol, y charlan también de otros temas más prosaicos.
De otro lado, sus colegas policías del pueblo son una panda de corruptos. Nuestro policía irlandés, al principio despreocupado del caso de las drogas, empieza a interesarse en el asunto, casi por su cuenta y sin el apoyo de nadie.
Además de una dirección impecable, McDonagh ha escrito un magnífico libreto donde describe perfectamente a su personaje: un policía incalificable, excéntrico, de la policía irlandesa, con cuyas insólitas costumbres y actitudes uno no sabe bien qué pensar ni por dónde saldrá la cosa.
Los diálogos son geniales, a pesar de la abundancia de palabras burdas; la trama es muy interesante y el ritmo de la narración es emocionante. La música del grupo norteamericano indie, Calexico es excelente y es el complemento perfecto para dar ambiente. Y magnífica la fotografía Larry Smith, una Irlanda misteriosa e interesante.
El reparto es superior con un Gleeson que borda el papel del sargento estrafalario; su gestualidad como su imponente físico encajan con el personaje. Genial la interpretación de Cheadle como el policía de color del FBI; interpretación medida y sobria con unas miradas` que, aunque fruto de la exasperación, provocan hilaridad, por su contraparte con el irlandés.
Los mafiosos, interpretados por unos sembrados Liam Cunningham, David Wilmot y Mark Strog son de auténtica carcajada; siendo tan malos pueden hablar sobre Nietzsche, Schopenhauer o Bertrand Russell.
Hay en el filme una buena dosis de costumbrismo grotesco, a la vez que un canto a la idiosincrasia irlandesa, con sus habitantes cerrados en su lengua gaélica, su atavismo, y su no querer hablar con el extranjero, menos aún si es negro.
Hay una trama criminal relacionada con el narcotráfico, para buscarle una némesis a Gleeson, que funciona como apología de la sensatez. Pero los gestos de subversión del policía al margen de la ley, solo ante el peligro y deslenguado héroe de western vestido de azul, sirve para hacer una descripción vívida y orgullosa de las peculiaridades de una identidad irlandesa a la que parece traérsela al pairo lo que pasa a su alrededor.
No sé si se puede hablar, ya puestos a géneros, de “comedia crepuscular”; si así fuera, El irlandés es eso. Una cinta que nos expone una manera de actuar, una manera de enfocar la vida, una película que puede parecer añeja y fuera de lugar en un mundo cada vez más apresurado y preocupado por lo que es o no conveniente.
Sobre cómo acaba la película es un misterio. Se puede adivinar alguna cosa, pues Gerry afirma que “los irlandeses no olvidan”; sabiendo además que Gerry es un gran nadador (participó en unas Olimpiadas); y teniendo en cuenta que desaparece; e incluso oyendo en las escenas finales la maravillosa canción de John Denver, Leaving on a Jet Plane, algo se puede deducir:
Pero esta historia va a su bola, discurre de la mano de pautas y costumbres que al modo del Asterix y Obelix de Goscinny y Uderzo, aún perduran en el perdido pueblecito de Connemara, lo cual se personifica en la figura de Boyle y sus vecinos.