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El secuestro es un delito que ha ido en aumento en los últimos tiempos. Los daños que produce esta acción criminal son de diferente índole. Perjuicios materiales, los menos dramáticos, pues el mal mayor proviene de las graves secuelas psicológicas que padecerá el secuestrado, su familia y en última instancia la sociedad en su conjunto, durante años (estrés postraumático, ansiedad, etc.).

Las sociedades donde este delito es frecuente, junto al poder mediático de la prensa y TV, sensibiliza a la opinión pública alterando su cotidianeidad, lo cual se observa en una mayor paranoia, reducción de las relaciones diarias y tendencia a la individualidad. Este estado de cosas intimida y empuja al ciudadano a relegar su intrínseca condición de sujeto social. En los casos de secuestro médicos y psicólogos han observado en las víctimas, que han pasado por episodios de gran angustia e impotencia, generada por la probabilidad de perder la vida, la falta de libertad y el capítulo siempre incierto del rescate. Los que han sido secuestrados, tras recuperar la libertad presentan siempre en diferentes grados el temor a ser nuevamente secuestrados y una sensación de permanente amenaza. Cuando el temor y ansiedad se prolongan, las personas despliegan variadas formas malsanas de conducta que suele concluir en un transtorno depresivo. Y es fácil que sea el secuestro tema recurrente de conversación con sus amistades y familiares, y que toda situación dialógica gire en torno a esta penosa realidad. Así, el secuestro queda instalado en la psique del que fue secuestrado y entre quienes lo rodean. Tiene por tanto unas consecuencias que permanecen en forma multiplicadora, provocando inseguridad y recelo que se irradia a la familia y a su entorno próximo.

Breve anatomía del secuestro. En el secuestro hay maltrato psicológico, pues el secuestrado es privado arbitrariamente de su libertad y amenazado a cada tanto con ser asesinado, es decir, el secuestrado es colocado cara a cara con la muerte. Además, es sometido a la condición degradante de haberse convertido en objeto de negociación pecuniaria, con cuantas secuelas negativas esto comporta para la autoestima. El secuestro puede ser considerado como inductor de enfermedad mental, pues la mayoría de los secuestrados presentan síntomas post-traumáticos, melancolía y ataques de pánico, como consecuencia de la imposibilidad para vincularse con su entorno e incluso de tomar sus propias decisiones.

Para ilustrar tan terrible experiencia y lacra social comentaré dos películas de interés. La primera es un film de ese gran director argentino que es Pablo Trapero y que lleva por título El Clan (2015); y la segunda es una obra de otro gran director, Ridley Scott, que narra el secuestro de un joven de la familia Getty y que lleva por título: Todo el dinero del mundo (2017).

EL CLAN (2015). Esta película cuenta una historia real, el caso caso del denominado Clan Puccio cuyo capo principal, Arquímedes Raúl Puccio fue un reconocido secuestrador y asesino en serie, que aterrorizó a la Argentina en la década de los 80; un episodio que sobrecogió a la sociedad del país austral, y que se extiende desde la época del Proceso Militar hasta principios de los años ochenta, cuando advino la democracia tras la dictadura militar. En 1983 ganó democráticamente la Presidencia del Gobierno el radical Raúl Alfonsin. En la familia de los Puccio, tras la aparente y respetable figura del padre Don Arquímedes, se ocultaba un siniestro personaje que controla su clan dedicado al secuestro y al asesinato, para obtener fuertes sumas de dinero de los familiares de los rehenes. Incluso ni en democracia, con menos enlaces y conexiones patibularias, Arquímedes dejó de ser la autoridad criminal que era.

El director Pablo Trapero sabe conducir de forma brillante este filme inquietante sobre los entramados que unen la delincuencia criminal, la política, la justicia y la policía, en la dictadura. Como dato curioso, fue la película argentina más vista de la historia en su país, batió todos los récords de taquilla nacionales, superando a Relatos Salvajes (2014) y El secreto de sus ojos (2009).

Trapero cuenta con lenguaje claro cómo la oscuridad triunfaba en la Argentina del llamado “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983), e incluso después. Que los asesinos legalizados que torturaban y mataban jóvenes por sus ideas se buscaban la vida, en complicidad absoluta —y escaso riesgo— de ese poder policial, judicial y político de la dictadura, se había vuelto tras el ‘83, repentinamente demócrata y civilizado, pero igualmente peligroso.

Un padre perverso que tuvo sometido a sus hijos a una tiranía sin límite a cambio de grandes ganancias fruto de sus fechorías de secuestro y cobro de rescates. El guion, también de Trapero, está muy documentado, resultando una historia contada con con objetividad y gran genio narrativo. Sabe dibujar a los personajes, sobre todo el espíritu maligno de Arquímedes Puccio. Gran música de Sebastián Escofet, que intercala piezas del rock de la época con Charli García y varios grupos argentinos más, que llenan de densidad dramática la obra. Muy buena la fotografía sombría de Julián Apezteguia y un reparto que es ejemplo de la calidad de los actores argentinos. Por sobre todos destaca Guillermo Francella, que hace un papel tan imponente, poderoso y convincente, en el papel del funesto “padrino” de los Puccio.

Lo que describe Trapero era entonces (y aún hoy) tan lamentablemente cotidiano como sórdido, el crimen en sus diversas variantes: angustia, corrupción, acorralamiento y la certidumbre de que no puedes dirigir tu propia vida; la relación entre víctimas y verdugos, una geografía tan inhóspita y tan sucia como veraz. Como señala Boyero: “Da mucho miedo esta película. Y ninguna compasión por el destino trágico de esa familia ejemplar”. Ese terror se prolonga en la mirada muerta y en el contenido tono de voz de Guillermo Francella, un actor brillante y camaleónico.

 

TODO EL DINERO DEL MUNDO (2017). En la escena que abre el film, los miembros de las Brigadas Rojas sacan de una calle de Roma a Paul Getty III y lo arrojan a una camioneta, hasta que el viejo Getty I, ahora un sujeto británico, desembolsa más de 17 millones de dólares por su devolución, algo que no había querido hacer, una demanda que había rechazado reiteradamente el avaro anciano.

El director Ridley Scott acomete de manera eficiente un thriller sobre el secuestro real de Paul Getty III, que estuvo durante cinco meses en manos de sus captores, incluyendo la amputación de una oreja. Inevitablemente, la escena en la que los secuestradores, después de cuatro meses de espera frustrada, amputan la oreja derecha del joven Getty para presionar sus demandas es central, y se maneja hábilmente para obtener un impacto necesario, pero sin estridencia.

Es una cinta que funciona a modo de reportaje periodístico sobre este secuestro sucedido en 1973. El guion de David Scarpa, basado en el libro de 1995 de John Pearson originalmente titulado Painfully Rich: The Outrageous Fortune and Misfortunes of the Heirs of J. Paul Getty, ofrece de manera veraz los aspectos básicos del secuestro y sus secuelas. Pero la película alcanza su mejor momento cuando traza el comportamiento de la madre, Gail Harris, quien está afligida pero se muestra también ingeniosa y luchadora, ante las numerosas circunstancias adversas, dado que su inútil esposo, John Paul Getty II (Andrew Buchan), está prácticamente desaparecido. El guion de David Scarpa está muy bien escrito, aunqur con alguna laguna. Buena la la música de Daniel Pemberton y la puesta en escena recreando la Roma de los setenta, y una fotografía ocre muy pertinente de Dariusz Wolski.

En el reparto destaca Michelle Williams en su papel de “madre coraje” que apuesta por recobrar sano y salvo a su hijo; sobresaliente, pues, a modo de corazón de la película, la madre del dulce Jean Paul Getty III de 16 años. Y es meritorio el trabajo de Charlie Plummer como Guetty Jr. Y el soberbio Christopher Plummer como el abuelo inmisericorde que se niega a pagar el rescate, una mefistofélica y despiadada figura; sin la presencia del carismático y superlativo Plummer, esta obra no sería lo que es.

Es un relato de lo que fueron los acontecimientos reales cargado de extremos, de riqueza, excentricidades personales, dolor, tensión, audacia, medios criminales para fines políticos, impulso maternal y suerte, malos y buenos. También es la mirada de un mundo enrarecido donde el dinero no conoce límites, lo es todo.

La película combina flashbacks explicativos en los primeros minutos para luego dar paso al desarrollo del relato en forma lineal, el resto del metraje. Un recorrido por la codicia y la soberbia de Getty desde el mismo comienzo, un hombre cuyo único afán fue acumular dinero, frío como el hielo a la hora de soltar una minucia para salvar la vida de su nieto secuestrado.

Ridley Scott elige esta historia real para retratar, Plummer por medio, el desvariado e increíble ego, la avaricia y la irracional ambición de Jean Paul Getty, el empresario estadounidense y fundador de la compañía Getty Oil, un hombre enfermo de ambición por las riquezas.

Película pálida y emocionante con un Christopher Plummer que ofrece la mejor presentación en pantalla de un actor que, un mes antes del debut de la película, aún no había sido elegido para el papel.