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Con motivo de un estreno de Anderson, he querido traer hoy a colación un ramillete de películas interesantes con el trasfondo de los movimientos revolucionarios.

Películas como Una batalla tras otra (2025), de P.T. Anderson; Después de Mayo (2012), de O. Assayas; Rojos (1981), de W. Beatty; La cólera del viento (1971), de M. Camus; y El don apacible (1954), de S. Gerasimov.

UNA BATALLA TRAS OTRA (2025). Ambientada en una distopía contemporánea, narra el enfrentamiento entre dos facciones radicalizadas: un grupo de activistas revolucionarios liderados por Perfidia Beverly Hills (Taylor) y una coalición de supremacistas blancos encabezada por el Coronel Steven J. Lockjaw (Penn).

Ambientada en 1984 refleja una variedad de avances post-Reagan en el llamado fascismo étnico. En medio de esta guerra ideológica, Willa (Infiniti), hija de Perfidia, cuidada por su “padre” (DiCaprio), se convierte en el eje emocional de la historia, atrapada entre el legado de su madre y la maquinaria represiva del Estado.

La película adapta la novela “Vicio propio” (2009), del novelista Thomas Pynchon, sobre los movimientos radicales de los años sesenta, pero que Anderson la reinterpreta con una estética más agresiva y contemporánea, incorporando redes sociales, vigilancia digital y polarización política.

Es la cosa que cuando el enemigo resurge después de 16 años, una banda de ex revolucionarios se pone de nuevo en contacto para rescatar a la hija de Bob, uno de los suyos, interpretado por DiCaprio.

Bob Ferguson es un experto en explosivos de una facción de revolucionarios que bombardeaba edificios, robaba bancos y organizaba redadas de rescate en campos de deportación.

Bob fue el principal aliado de la ardiente líder del grupo, Perfidia, una defensora de la apertura de fronteras y la liberación negra. Su feroz ardor es tan magnético que incluso un enemigo, el despiadado coronel Lockjaw se siente fatalmente atraído por ella. Lo que surge de esa atracción inicia una odisea de años de liberación, con consecuencias.

Comedia-thriller paranoica, hilarante y tierna, de interesantes persecuciones automovilísticas, que no solo mira a un país roto con su relato de centros de detención de inmigrantes. Usa también caricaturas de nacionalistas blancos y su afán de “pureza étnica”.

Retrata un clima de violencia política en Estados Unidos y lo hace con una energía enfurecida. Los inmigrantes latinos de fondo. Así, se prende una mecha que nos lleva en zigzag de escenarios cuasi distópicos a momentos actuales e incluso de hilarante parodia.

Anderson parece indignado y horrorizado por la situación actual en su país con Trump, temeroso por su esposa e hijos mestizos, y por todas las personas marginadas que sufren ataques y desprecio a diario.

Estupenda dirección de Paul Thomas Anderson, destacan en el reparto DiCaprio y Sean Penn, que encarnan extremos políticos: del revolucionario al facha integral obsesionado por la pureza norteamericana, ambos caricaturizados.

Teyana Taylor brilla como Perfidia, una revolucionaria atractiva y sensual. Chase Infiniti aporta profundidad emocional como la hija Willa que vive con su padre sin saber de la misa la mitad. Sin olvidar al hombre solidario que encarna Benicio del Toro.

La película son varias. Comienza en un centro de detención de inmigrantes en la frontera con México, donde actúa un grupo revolucionario y violento que siembra el caos en las calles.

Luego viene la otra parte, 16 años después. Los que antes eran rebeldes ahora se hacen llamar la resistencia. Han perdido la batalla y las élites blancas supremacistas copan el poder.

Pero también hay un cinismo resignado que lleva la película a un segundo acto y encuentra a Willa, la hija de Perfidia, ahora una adolescente que vive escondida con su padre, Bob.

Lo que queda del antiguo grupo revolucionario, Bob, permanece latente, entregado a los placeres adormecedores del alcohol y la marihuana, y apenas vigilando a su hija. Aunque no se ha vendido, el tiempo le ha alejado de la causa, ha suavizado su determinación y se ha ido apagando poco a poco.

Del Toro es el dueño de un pequeño negocio que trabaja en secreto para transportar a inmigrantes a un lugar seguro. Una red ordenada de personas anónimas que ayudan clandestinamente. Este es el aspecto más conmovedor y el argumento central: que la gente trabaja para ayudarse mutuamente, que existe un vínculo comunitario indestructible.

Gran música de Jonny Greewood, que acierta a acompañar la película con sutileza; mezcla de electrónica distorsionada, cuerdas tensas y percusión tribal. Funciona como un personaje más, amplificando la tensión y a veces el desasosiego. Estupenda la fotografía de Michael Bauman.

La película, en fin, aborda múltiples temas con una mirada crítica e incluso provocadora:

- La radicalización política, que muestra cómo los extremos ideológicos se retroalimentan y destruyen el centro.

- Vigilancia estatal, que denuncia el uso de tecnología para controlar, manipular y reprimir.

- Activismo y trauma generacional, explorando el legado emocional de los movimientos revolucionarios.

- Medios y manipulación, criticando la espectacularización de la política y la banalización del conflicto.

La película de Anderson no busca agradar, sino incomodar. Exige del espectador una postura activa, una reflexión constante e incómodas verdades. Anderson firma una obra que, aunque imperfecta, puede ser necesaria en tiempos de confusión ideológica y saturación mediática.

Es cine político, emocional y experimental. No es para todos, pero para quienes se atrevan a entrar en su universo, ofrece una experiencia intensa, desafiante y memorable.

 

DESPUÉS DE MAYO (2012). En el año 1971 Gilles, es un joven estudiante de 18 años metido en la ebullición política y creativa tras los acontecimientos del mayo de 1968. Al igual que sus compañeros, se debate entre la vinculación política extrema y sus objetivos personales y profesionales de futuro. Sus aventuras de activista, amorosas, los descubrimientos artísticos y otras circunstancias conducirán al personaje y sus colegas a Italia y Londres.

Relato autobiográfico del director y guionista Olivier Assayas, en el que describe con gran realismo lo que ocurría en aquellos inicios de los setenta del siglo pasado. Rebeldía, subversión y también la trampa de la droga.

Algunos se convirtieron en furibundos activistas políticos, luego fagocitados por los nuevos tiempos y reconvertidos en políticos moderados tipo socialistas u otros. En palabras de Albiac “comunistas muertos”. El resto acabó sus estudios y se desempeñaron en sus profesiones.

Llama la atención en esta cinta la visión ingenua sobre tantas quimeras políticas idealizadas en el mundo occidental, como la revolución cultural de Mao o los cruentos movimientos políticos de Camboya.

Es una obra un poco paternalista –Assayas rondaba los sesenta-, pero a la vez no es indulgente y la historia respira veracidad. Se trata, en fin, de una reflexión sobre aquel tiempo, sin maniqueísmo y sin adoctrinamiento, lo que es de agradecer.

 

ROJOS (1981). Dirigida por Warren Beatty, se trata de un drama sobre la vida del periodista John Reed (W. Beatty), el único americano enterrado en el Kremlin. Se desarrolla en la tumultuosa América de 1915 y sigue la historia de Reed y su relación con Louise Bryant (Diane Keaton), una inquieta mujer que luchaba por su emancipación y triunfar como escritora.

La cuestión es cómo un idealista “rojo” americano trata de trasladar a EE. UU. la revolución que está teniendo lugar en Rusia, para lo cual no duda en irse al país del comunismo naciente.

Dura más de tres horas y se hace lenta. Desde luego no es ninguna obra maestra, pero sí un biopic aceptable sobre la vida del máximo activista americano del comunismo, con una parte romántica importante.

Está bueno cómo muestra el desencanto que sufren casi todos los activistas del comunismo tras la revolución rusa, al ver cómo el pueblo quedó sumido en la máxima pobreza, ya que el sistema no fue implantado como todos querían.

Warren Beatty demuestra tener oficio tras la cámara, y es un excelente director de actores, pero en ciertos momentos la película acusa un ritmo lento, amén de su excesiva duración. El reparto de Beatty, Keaton, Jack Nicholson o Edward Herrman es aceptable.

Gran fotografía de Storaro, merecido Oscar. Excelente ambientación. El guion está bien escrito, sin pretender ser aleccionador ni efectista.

En suma, obra que ofrece una visión apasionante de la revolución rusa y las luchas ideológicas del momento, pero requiere de paciencia para acabarla sin que te dé sueño.

 

LA CÓLERA DEL VIENTO (1971). Marcos y Jacobo son dos asesinos a sueldo que se dirigen a Andalucía, pues han sido contratados por un latifundista rico y poderoso para que pongan punto y final a una rebelión de los campesinos.

Mario Camus fue contratado por Suevia Films para dirigir esta cinta que se acerca más a un retrato social de principios del siglo XX que a una película del oeste. Está bien rodado, incluye momentos violentos bien resueltos y un reparto aceptable.

Tiene un extraño guion del propio Camus junto a otros (demasiados autores), basado en una idea del escritor, guionista y crítico zamorano Manolo Marinero. En la trama las clases sociales bajas se rebelan contra la opresión de los caciques andaluces.

La música, a cargo de Augusto Martelli, se quiere parecer a Morricone pero no llega; no está mal la fotografía de Roberto Gerardi.

El protagonista de este extraño espagueti western es Terence Hill, que ya era famoso por películas populares, pero aquí hace un papel dramático plan serio, dignamente. Maria Grazia Buccella pasa el corte y le pone ganas. Fernando Rey genial en los minutos que le tocan. Máximo Valverde me ha gustado. Manuel Alexandre desaprovechado.

Camus, perteneciente al Nuevo Cine Español, consiguió que esta cinta sorteara la censura, con un argumento que tiene un peso socio-político evidente, donde se recrea la revolución campesina a pequeña escala, en un imaginario y remoto pueblo andaluz que alcanza dimensión universal como ejemplo de la lucha entre explotadores y explotados.

Un argumento limitado, sencillo, desubicado en lo que concierne a la tipología western del film, pero con un soplo de interés en aquel 1971, época de dictadura aún.

En resolución, película que habla de la iniquidad, la injusticia social, el amor, el destino. Temas universales muy bien transmitidos en el escenario de una Andalucía atrasada.

 

EL DON APACIBLE (1954). Excelente y olvidada película de Sergei Gerasimov que adapta la novela épica de Mikhail Sholokhov (Nobel, 1965), “Tiji Dom”, una de las grandes novelas rusas sobre la vida y la lucha de los Cosacos del Don. Parte del filme se desarrolla en la región de Vechenskaia, lugar de los combates entre la caballería roja y los guardias blancos.

Superproducción soviética que originalmente duraba 340 minutos y que fue distribuida con un metraje de 107 minutos. Pretende emular las grandes producciones norteamericanas.

La película abarca el período histórico desde 1912 a 1922, la revolución soviética y la resistencia cosaca dibujada en toda su epopeya y dramatismo, imágenes llenas de vida y sufrimiento. Un pueblo amante siempre de su libertad que son finalmente vencidos.

Las interpretaciones son excelentes (Pyotr Glebol, Elyna Bystritscaya o Zinaida Kiriyenko), una fotografía luminosa de Vladimir Rapoport y escenas de batallas muy bien rodadas con numerosa presencia de caballería cosaca. Sensacional acompañamiento musical de Yuri Levitin y una puesta en escena inmejorable.

A ello hay que unirle el entramado familiar y amoroso que resulta intensamente dramático con cuestiones de honor y de palabra por medio, que hacen que este drama bélico sea muy interesante para conocer el cine soviético de la era Nikita Jrushchov.

Por cierto, no adoctrina, es más bien una película de guerra histórica e incluso antropológica, por el tratamiento que hace de los usos y costumbres del pueblo cosaco.