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La música es desde mi modo de ver la modalidad artística más sublime. Tal vez la más antigua en nuestra especie. Y sus creadores son gente admirable, con una entrega absoluta a componer obras que nos hacen más felices.
Hoy me referiré a películas que hablan de la vida de algunos de estos compositores geniales. Películas como: Bolero (2024), de A. Fontaine; Amadeus (1984), de M. Forman; y La pasión de vivir (La otra cara del amor) (1970), de K. Russel
BOLÉRO (2024). Rubenstein, mujer instintiva y sensible, le pide a Maurice Ravel la música de su próximo ballet. Fue así como el maestro acabó creando su mayor éxito: Boléro. Casi levitando, en trance por momentos y bloqueado, vemos a un Ravel en acto de creación, en busca de las notas justas para una obra inmortal.
La película
Esta película sobre la vida y obra de Ravel (1875-1937), genial músico impresionista, audaz estilo neoclásico y autor del conocido Bolero, además de biográfica, es un tratado sobre el proceso creativo.
Película suavemente deconstruida sobre el músico, está bien llevada por la directora franco-luxemburguesa Anne Fontaine, con un guion coescrito con Claire Barré. Fontaine nos hace apreciar la novedosa música del maestro, sus susurrantes sonidos de percusión, sus instrumentos de viento y sus ritmos acelerados y rotundos.
La mayor parte de la película Ravel se extiende durante los seis años de demora y efugios que transcurren entre que acepta el encargo para el nuevo ballet de la coreógrafa Ida Rubenstein (Jeanne Balibar), mujer impetuosa y extravagante, con turbante y exhortaciones teatrales, hasta su estreno.
En este período, Ravel ya era el compositor vivo más importante de Francia. Pero era también un hombre que olvidaba sus zapatos de vestir, un artista despreocupado y tímido, lo que ocultaba paradójicamente una enorme fe en su propio proceso creativo y en su perfeccionismo.
Era muy autocrítico, por eso las críticas de los demás apenas tenían peso para él. Tras el debut de “Bolero” en 1928, Ravel le dice a su amigo Cipa (Vincent Perez) que probablemente se convertirá en su obra maestra; y con ironía añade: «Lástima que le falte música».
La cinta se envuelve en una elegante fotografía de Christophe Beaucarne. La Fontaine hace uso de una estructura de bucles, equivalente a la circularidad del famoso bolero raveliano, para ilustrar episodios de su vida antes y después de la egregia composición que lo catapultó.
De modo que vamos visionando en una composición clasicista y hermosa, acontecimientos señeros en la vida del compositor: su fracaso en cinco ocasiones para ganar el prestigioso Prix de Rome, su servicio en la Primera Guerra Mundial y la muerte de su querida madre (Anne Alvaro), con quien mantenía una vinculación marcadamente edípica.
Todo ello se va desplegando junto con sus giras a los EE. UU. o las reuniones con amigos e incluso con un dato sorprendente: fue una criada de su casa, de origen español, la que le que enseña a Ravel la conocida canción “Valencia”, del compositor José Padilla Gómez, cuyas notas y melodía le sirvieron como inspiración para componer el bolero.
Después vemos el declive de su salud, cuando una afección neurológica no diagnosticada le afectaba y ya no podía pasar al pentagrama las notas que imaginaba, pues Ravel pensaba en música; tras una creciente confusión, desorientación y los recurrentes olvidos. Moriría una década después a los sesenta y dos años.
En la película de Fontaine se sugiere que la imaginación erótica de Ravel, su talento musical, se alimentaba de su relación con el sonido. La Psicología lo denomina «Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma», una experiencia física y psíquica placentera y de ensimismamiento, en respuesta a sonidos suaves o patrones visuales.
Vemos cómo Ravel se transporta interiormente por el sonido metálico repetitivo en el suelo de una fábrica o el aleteo de un ventilador. Sin embargo, la asunción del "Boléro" no tiene una explicación sencilla. Vemos que trabajaba, se estancaba, a veces el bolero no existía y al poco reaparecía. Al final de su vida, cuando escucha una grabación se pregunta: «¿De verdad lo escribí? No estuvo mal».
Por cerrar
¿Se podría decir las causas o razones de cómo sale el genio de una persona cimera? Claro está que no se pueden argüir explicaciones definitivas sobre el misterio de estas producciones. Ha de haber talento, tiene que concurrir la perseverancia y la vocación. Y la búsqueda personal hacia alguna manera de encuentro deslumbrante en la profunda psique del artista. «No creo en las musas, creo en la música; la honro y le rezo, pero no siempre me responde», eso dijo Maurice Ravel.
Una delicia musical con piezas de Ravel interpretadas al piano por Alexandre Tharaud, un filme cuyo fondo oculta un dolor opacado y la minuciosa observación de un genio mayormente perdido en su propia música.
Revista Encadenados
AMADEUS (1984). Tragedia shakesperiana disfrazada de drama histórico, excelente dirección de Milos Forman basada en la obra de Peter Shaffer sobre biografía de Wolfgang Amadeus Mozart. Explora la genialidad vista a través de los ojos de la mediocridad.
La historia se centra en Antonio Salieri, compositor de la corte imperial austríaca, quien, al final de su vida, confiesa desde un manicomio su supuesta participación en la caída de Mozart. Esta estructura narrativa —el relato confesional de un hombre consumido por la envidia— permite a la película construir un retrato psicológico fascinante.
F. Murray Abraham ofrece una interpretación magistral como Salieri, un hombre devoto que cree haber sido traicionado por Dios al otorgar el don musical supremo a un joven irreverente, inmaduro y vulgar. Tom Hulce, como Mozart, encarna con brillantez esa dualidad entre el genio absoluto y el comportamiento infantil, con una risa estridente que se convierte en símbolo de su libertad creativa.
La película se toma libertades históricas —la rivalidad entre Salieri y Mozart está ampliamente dramatizada y no hay evidencia de que Salieri conspirara contra él—, pero estas licencias sirven a un propósito mayor: explorar la tensión entre el talento divino y la mediocridad consciente de sí misma.
Salieri no odia a Mozart por su personalidad, sino porque reconoce en su música la voz de Dios, una voz que él, a pesar de su esfuerzo y devoción, nunca podrá emular.
Película visualmente deslumbrante. La recreación de la Viena del siglo XVIII, rodada en Praga, es rica en detalles, desde los fastuosos salones imperiales hasta los teatros populares donde Mozart estrena La flauta mágica.
El vestuario, el maquillaje y la dirección artística contribuyen a una atmósfera que transporta al espectador a otra época. La música, por supuesto, es el alma de la película: las composiciones de Mozart no solo acompañan la historia, sino que la elevan y la explican emocionalmente.
Uno de los momentos más impactantes es la escena en la que un moribundo Mozart dicta su Réquiem a Salieri. Es una secuencia cargada de tensión, belleza y ambigüedad: el enemigo ayudando al genio a componer su propia misa fúnebre, mientras se debate entre la admiración y el resentimiento.
Amadeus ganó ocho premios Oscar y su legado perdura por su capacidad de emocionar, de hacer accesible la música clásica a las nuevas generaciones y de plantear preguntas universales sobre el verdadero talento o cómo sobrevivir sabiendo que uno es mediocre en un mundo donde existe la genialidad.
LA PASIÓN DE VIVIR (LA OTRA CARA DEL AMOR) (1970). Dirigida por Ken Russell, es una biografía libre y provocadora del compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovsky. Lejos de ser un retrato convencional, la película se sumerge en el tormento emocional y sexual del músico, abordando su homosexualidad reprimida, su desastroso matrimonio con Antonina Miliukova y su lucha interna entre el arte y la represión social.
La cinta es un torbellino de imágenes barrocas, con una cámara inquieta y una puesta en escena que roza lo alucinógeno. Russell, conocido por su estilo excesivo y teatral, convierte la vida de Tchaikovsky en una ópera visual cargada de simbolismo, histeria y sensualidad.
Parece que Russell cree Tchaikovsky componía a golpe de inspiración súbita y no trabajando duro y con perseverancia. Así, aunque su película es más atrevida y explícita sexualmente que otras, se basa en la misma suposición falaz: que una puesta de sol, o una mujer (o un hombre, en el caso de Tchaikovsky), o una victoria naval, o algo así, podría inspirar al compositor a componer elevadas obras.
Ken Russell, retorcidamente barroco, nos arrastra con él en sus fantasías ornamentadas con decadente decoración de interiores, abriéndose paso a codazos a través de una jungla grotesca de candelabros, varillas de incienso, viejas botellas de champán y bordes dorados. Y luego está lo que sucede en la historia (humor).
Richard Chamberlain interpreta a Tchaikovsky con una mezcla de vulnerabilidad y contención, mientras que Glenda Jackson, como Antonina, ofrece una actuación desbordada que encarna la locura y la frustración de una mujer atrapada en un matrimonio imposible.
La música del propio Tchaikovsky, omnipresente en la banda sonora, actúa como hilo conductor emocional, elevando muchas escenas por encima del guion y de la dirección.
Película con cierta falta de rigor histórico y una marcada tendencia al melodrama, es también una obra de arte que refleja el sufrimiento del genio incomprendido, en una experiencia cinematográfica intensa difícil de olvidar.