Como cada año, la polémica está servida: las corridas de toros, criticadas y objeto de denuncia por parte de varios grupos… excepto si son en Pamplona o Bilbao, donde ningún “animalista progre” se atreve a decir ni muuu. En esos casos, parecen ser moralmente lícitas y justificadas. Para el resto del mundo taurino —o simpatizante—, en cambio, seguiremos sufriendo los insultos voraces de quienes, en posesión de la verdad absoluta, consideran estos eventos fiestas de asesinos sin conciencia.
Por si esto fuera poco, el mundillo taurino no se hace precisamente un favor con sus disputas internas. La última: la impugnación del pliego. Y no me cabe duda de que se trata, más que de un verdadero conflicto económico o un daño real, de una maniobra política, una pataleta y un dardo aprovechado.
Llegados a este punto, y a punto de abrirse las taquillas, todos sabemos qué pasará: nada. Y algunos dirán que es más de lo mismo, corrupción y atentado democrático fruto de la inoperancia de un equipo de gobierno que, según ciertos iluminados, fue votado por ignorantes o corruptos, como si la democracia solo valiera cuando se vota lo que uno quiere (vivo ejemplo de pensamiento único disfrazado de superioridad moral).
Y, sin embargo, ahí tenemos nuestro cartel: nuestras seis miserables corridas, migajas para una plaza que es hoy más un centro de eventos que un templo de la tauromaquia. Lejos quedan los tiempos de doce festejos como mínimo, y aún más lejos los años dorados de la fiesta nacional. Es innegable: los toros cada vez interesan a menos gente. Y también debemos reconocer que, para los empresarios, deja más dinero un concierto que una corrida.
La vida evoluciona, poco a poco se adapta a los tiempos, y es indiscutible que quizás llegue un día en que ya no se llenen las plazas, las reses acaben en los McDonald’s, y el mundo taurino pase a los libros de historia… al lado de los gladiadores.
De momento, la ciudad que en verano colgaba el cartel de “No hay billetes” todos los fines de semana, ahora se reduce a una quincena taurina. Pero no hay problema: los amantes de la hermandad del Coraje Perpetuo tendrán mecha para rato. Llegarán los conciertos cabareteros, la plaza se llenará, vendrá gente de toda España, y luego el Puro Latino.
Vamos, que hay cuerda para criticar todo el verano.
Los toros, al fin y al cabo, se han quedado arrinconados en dos fines de semana, más por cubrir el expediente —que está impugnado— que por otra cosa.