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Hay competiciones absurdas, otras surrealistas y también las hay que ponen en riesgo la vida y la estabilidad emocional de los concursantes. Situación que ocurre cuando de la tal competición o concurso, se espera un beneficio en especias o en dinero, vital para la supervivencia.

Hay películas duras que han reflejado algunos de estos concursos en los EE. UU., donde los concursantes luchan, batallan, sufren y aguantan, casi hasta el límite de sus fuerzas. Hablo hoy de dos títulos interesantes sobre este asunto: El gran sueño americano (2020), de B. Günther; y Danzad, danzad, malditos (1969), de S. Pollack.

EL GRAN SUEÑO AMERICANO (2020). Película dramática que refleja la cultura de la Norteamérica profunda, unas sociedades con escaso nivel cultural e incluso moral, cegadas por el dinero, por tener algún estatus social y, en último extremo, por haber gente dispuesta a someterse a pruebas para ganar la furgoneta de un concesionario, con riesgo para su salud e incluso sus vidas.

En una pequeña ciudad de Texas, un concesionario de automóviles local celebra todos los años la competición denominada "Hands on a Hardbody". En este concurso, los participantes son seleccionados por sorteo y colocan las manos sobre una camioneta nueva, donada por el organizador.

No deben soltar las manos en ningún momento, y no se les permite dormir, hasta que pierden la cordura o pierden las piernas. Un grupo miserable que soporta el calor sofocante de Texas y la incomodidad de estar de pie durante días, mientras gradualmente (ya veces intencionalmente) se ponen nerviosos unos a otros.

Drama tomado de la realidad en el cual el director alemán radicado en Austin (EE. UU.) Bastian Günther, con libreto de su propia autoría, aborda una tradición tejana, una prueba de resistencia anual llamada "Toca el camión", en la que una veintena de concursantes compiten para ser el último en pie, siempre con la mano apoyada en todo momento en el premio, un automóvil tipo pick-up, nuevo y con más de trescientos caballos de potencia.

Günther refleja muy bien el panorama, pero para ser políticamente correcto atenúa la excentricidad del conjunto de los personajes que, aunque maldicen, arrastran las palabras y rezan, lo hacen dentro de unos límites respetuosos.

Aunque el verdadero concurso se llevó a cabo en Longview, Texas, el que refleja la película se desarrolla en un pueblo sin nombre en algún lugar cerca de la frontera entre Texas y Luisiana.

En la tal competición, el último que se dé por vencido conseguirá el vehículo. Mientras tanto, la televisión y los curiosos revolotean alrededor de los concursantes, hombres y mujeres medio desmayados. Joan, que trabaja en el concesionario, los anima a todos, incluido a un joven casado y con un hijo, Kyle, que ansía ganar la furgoneta.

Kyle se las arregla con su esposa (bonita Callie Hernandez) y su hijo pequeño, pero no pueden permitirse reparar el coche viejo que les conduce al trabajo. Pero he aquí que él tiene la “suerte” de ser elegido para uno de los veinte puestos que hay en el concurso. Concurso que se verá interrumpido por acontecimientos trágicos.

Los competidores no son gente muy agradable. Algunos se mantienen apartados, pero otros tamborilean sobre la chapa del automóvil, una mujer lee versículos de la Biblia en voz alta, otros son abiertamente hostiles, como dos amigos que se burlan de los demás; un veterano militar (Evan Henderson) sisea amenazas; Kevin (Jesse C. Boyd) inusualmente confiado se jacta de su victoria e intimida a los demás, especialmente a Kyle.

Es llamativa la inteligente y meritoria fotografía de Michael Kotschi, que ha merecido las loas de prensa, jurados y público,

Reparto: Joe Cole, Carrie Preston, Callie Hernandez, Bill Calahan, Lucy Faust, Cullen Moss, Jesse J. Boyd, Billy Slaghter y otros

Guther establece el tono de la película, con una yuxtaposición de absurdo y patetismo, que se equilibra delicadamente en todo momento. Bubba Boudreaux (Douglas M. Griffin), el propietario del concesionario de coches que organiza el concurso anual graba un espacio de televisión amateur y explota a cada tanto con expresiones televisadas como: "Uh, soy una máquina de vender", lo cual que jadea y exclama proclamas sin cesar.

Sin embargo, la partitura de notas que sigue está saturada de tristeza, toda flauta melancólica y arpa mohína.

Pero este contraste tonal es más que evidente en la actuación de Carrie Preston como Joan, un papel enérgico y animoso, que disfruta siendo una celebridad local y hacer de cuidadora de los concursantes, aunque en privado es una mujer solitaria que hace malabarismos con varios novios casuales.

Mujer optimista de suyo, desea vender el mensaje de que la competencia es "divertida". Ella lo pinta como una fiesta comunitaria, con tragos gratis y música en vivo para complementar el espectáculo de esas personas al límite, sudando y poniendo a prueba su autoestima bajo un sofocante calor. Pero la sonrisa vidriosa de Joan no oculta el hecho de que su hija se ha ido a la Universidad, que está sola, que debe cuidar a su madre demente y que se ahoga en ese entorno.

Pero las luces de la vida de Joan sirven de respiro a las tensiones, las mentes y los cuerpos agotados ??que se desploman alrededor de la furgoneta, un panorama patético.

Entre los participantes al concurso, Kyle (Joe Cole), un cabeza de familia sin pretensiones que trabaja a tiempo parcial en un establecimiento de comida rápida no tarda en convertirse en el centro de la historia. Es el punto de mira de los “machos alfa”, que lo ven como un competidor con el cual meterse para desanimarlo. Kyle es tan ingenuo que piensa que no ganar es un fracaso como esposo y padre.

Tenemos también a un hombre de edad cuyo sueño por tener el pick-up depende de un catéter que se ha colocado para no tener que ir al baño; una mujer recita con estoicismo pasajes de la biblia; hay también un par de paletos racistas y Kevin (Jesse C Boyd), un forastero que tiene un secreto para ganar.

Es una buena narración, sombríamente entretenida: el diseño de sonido da una advertencia con los sonidos subliminales de cuerpos tensos casi quebradizos; la cámara traza hábilmente las fallas de los cuerpos desplomados de los concursantes inánimes.

Cierto es que hay problemas de ritmo, un dispositivo estructural final inesperado, que rebobina la película a un momento antes del concurso que puede tener su alegoría y que deviene conmovedor y efectivo.

En ese final, tal vez Günther quiere hacer una declaración del sueño americano, pero, a decir verdad, no creo que el público esté obligado a aceptar esta estrafalaria conclusión que pretende meter con calzador delirios psicóticos o sueños de los adormilados protagonistas.

Situada en algún lugar entre el estudio de personajes y una panorámica más amplia de la desesperación en la clase trabajadora estadounidense, la película es más fascinante de lo que sugiere su premisa.

 

DANZAD, DANZAD, MALDITOS (1969). Película que cobra actualidad en los tiempos de crisis y necesidad que vivimos. La historia se desarrolla en los Estados Unidos en la época de la Gran Depresión de 1929.

Retrata un entorno de miseria y abatimiento, de suicidios, de locura por la ruina que de pronto se vino encima, no sólo económica, también moral; personas de toda edad que no saben qué hacer para subsistir.

Lo que cuenta la película es que muchas personas se anotan en una maratón de baile esperando ganar un premio final de 1500 dólares, y de paso encontrar un lugar donde dormir y comer. Los espectadores jalean a los concursantes y se lo pasan bien viendo cada día el sufrimiento de los competidores en esta batalla por continuar bailando el mayor tiempo posible.

La película está excepcionalmente dirigida por Sydney Pollack, una dirección que transmite la crudeza y la desesperación de las parejas por mantenerse a flote día tras día en ese maldito baile, para ganar un dinero de mera supervivencia.

El guion de J.  Poe y R.E. Thompson (novela de Horace McCoy) es magnífico, con unos diálogos portentosos, pequeñas clases de filosofía mordaz y un ritmo que sobrecoge con un final sin anestesia ni consuelo.

Si repasamos un poco a los intérpretes, podemos decir que contamos con un equipo de lujo, con una Jane Fonda maravillosa, un Michael Sarrazin parco y de gesto lastimero, y unos buenísimos Red Buttons y Susannah York. Pero destaca por su papel de insensible y manipulador maestro de ceremonias del concurso, Gig Young, el presentador del cotarro, que consiguió un Oscar.

Los personajes apenas salen del lugar donde se celebra el fatídico concurso. Un mundo enclaustrado, «confinado», dentro de un círculo diabólico; y una sociedad que ni sabe a dónde ir ni puede ir a ningún lugar porque todo está yermo.

Individuos misérrimos, perdedores, gentes desnutridas y atónitas, cada uno con un sueño roto y una ocasión perdida en su pobre existencia, mendigos. Hasta el maestro de ceremonias es un canalla que, empero, no deja de tener algo de buen corazón.

Sean valientes y vean esta hiel tejida en celuloide que nos ofrece Sydney Pollack. Puede que aprendamos algo.

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