
“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.
Mi afición a la fotografía viene de antiguo. En una visita al Museo George Pompidou de París, conseguí dos fotografías, una de Willy Ronis: «Niño con barra de pan por París»; y otra de Henri Cartier-Bresson: «Rue Mouffetard», que muestra a un niño llevando dos botellas de vino. Maravillosas escenas que me han acompañan hace décadas.
Willy Ronis: «Niño con barra de pan por París»
Hablo hoy de dos películas de fotógrafos/as. Lee Miller (2023), de E. Kuras; y Yo soy Martin Parr (2024), de L. Shulman.
LEE MILLER (2023). Biopic de la fotógrafa Elizabeth “Lee” Miller, quien fuera modelo de pasarela y posteriormente fotógrafa de moda. En 1938, en la Costa Azul, cuando la II Guerra Mundial era un rumor, ella andaba de fiesta y vacación con sus amigas bohemias, incluida Solange d'Ayen (Cotillard), editora de moda en Vogue; o la escritora francesa Nusch Éluard (Merlant).
En esa holganza costera conoce y se enamora de Roland Penrose (Skarsgård), artista visual y poeta británico, con quien posteriormente se va a vivir a Inglaterra. En 1940, ya en Londres, la guerra con Alemania era una realidad.
En ese mismo año, Lee presiona a la editora de Vogue, Audrey Withers (Riseborough), y a su mano derecha, Cecil Beaton (Barnett), adversario de Lee, para que la contraten. Tiempo en que se asentaba su relación con Roland.
Fotógrafa de moda, sin dudarlo, se convirtió en corresponsal de guerra, lo cual no era fácil para una mujer. Tras el bombardeo de Londres, con una cámara siempre colgada del cuello, Lee comienza a documentar la masacre metropolitana y entabla una colaboración con David E. Scherman (Samberg), fotógrafo de “Life”, quien está destinado a convertirse en su fiel mano derecha.
Con Scherman entablaría una gran amistad, que mantuvo para siempre. Justamente, sería Scherman quien, finalizada la guerra, la fotografió en la bañera de la casa de Hitler en Múnich, lo que contribuyó aún más a hacerla famosa.
Trama y guion
La dirección de Ellen Kuras consigue hacer una interesante biografía de la reportera Lee Miller, mujer avanzada que pasó a tomar conciencia de la invasión nazi en Europa, decidiendo ir a fotografiar aquella realidad cruda del momento que le tocó vivir.
El guion de Liz Hannah, John Collee y Marion Hume, adapta el libro de Antony Penrose, The Lives of Lee Miller, biografía de su madre, que es la base de la película. El descubrimiento de 60.000 negativos, impresiones y manuscritos le dio a Anthony una nueva perspectiva sobre su madre, la de una mujer que luchó por la libertad y la información en tiempo de bombas.
Lee tuvo muchísimas vidas, como gran belleza y modelo; luego fotógrafa de moda. Pero fue como fotógrafa de guerra cuando realizó su obra más perdurable: fotos en blanco y negro que ofrecían visiones únicas e íntimas de cómo la guerra afectó las vidas de los combatientes y de sus familias, y capturando imágenes pavorosas sobre el Holocausto judío.
Cuando comienza como periodista gráfico es cuando la película entra en su parte cumbre, reflejando la importancia de su trabajo. Corre enormes riesgos en plena batalla, en el punto de mira de francotiradores, en medio de bombardeos o de disparos de ametralladora.
Tras la liberación de París, se abre paso entre edificios derruidos para visitar a Solange y, en una de las escenas más desgarradoras de la película, descubre lo terrible que ha sido la guerra incluso para los supervivientes.
Tuvo que batallar, tras los acontecimientos vividos y sufridos, contra el trastorno de estrés postraumático, la dependencia del tabaco, el alcohol y la depresión, que fue la época en que Anthony Penrose nació y creció.
Dirección conservadora
Película que sigue las reglas de juego convencionales en todos los aspectos, incluido el visual. De Ellen Kuras abríase podido esperar algo más en su debut como directora, pues le precede haber sido una célebre directora de fotografía.
La obra se ajusta a un patrón estético convencional. Una película hermosa en su forma más anodina; no hay singularidad ni audacia. Tal vez la directora quedó intimidada por la seriedad del tema. Un filme que no aporta nada nuevo.
Reparto y otros aspectos técnicos
Kate Winslet está en su excelso nivel acostumbrado, llena pantalla, tiene carisma y hace una conmovedora actuación, probablemente buscando otro Oscar. La Lee que encarna Winslet es incansable, mordaz, compasiva y siempre interesante.
Andy Samberg, encarnando al fotógrafo de Life David Scherman hace un trabajo meritorio, una interpretación sutil y emocionante. Cotillard y Noémie Merlant quedan un tanto al margen, pues carecen de pasión y fuerza.
Josh O’Connor está más que bien como el hijo Thymoty que entrevista a su madre. Y el personaje de Roland, interpretado por Alexander Skarsgård, está poco desarrollado. Muy bien Andrea Reiseborough como la editora y amiga de Lee, y su mano derecha que interpreta bien Samuel Barnett.
La banda sonora de Alexandre Desplat encaja con el estilo de la obra, notas de una belleza penetrante. Estupenda fotografía de Pawel Edelman, atenta a los detalles de un relato que siempre está del lado de Lee, de sus decisiones, de su feminismo activo y de su valentía.
Filme sobre la conciencia de una cámara que aprehendió los demoledores acontecimientos de la primera mitad del siglo XX, una cámara valiente colgada al cuello de Lee Miller y un capítulo terrible de nuestra reciente Historia.
Revista ENCADENADOS
YO SOY MARTIN PARR (2024). Este entretenido documental de Lee Shulman defiende el arte de la fotografía, siguiendo al sonriente y travieso Martin Parr, mientras su «cámara oculta» captura la naturaleza humana, una mujer, por ejemplo, con dientes manchados de carmín y uñas pintadas de un intenso rojo. Acompaña la música de Eik Wedin y una estupenda fotografía de Maxime Kathari.
Parr es un fotógrafo británico miembro de la Agencia Magnum desde 1994, un artista reconocido internacionalmente por su fotografía de documentación social. Su obra se caracteriza por el sentido del humor y la ironía de su mirada sobre el estilo de vida de la gente corriente, sobre todo en Gran Bretaña.
Es admirable ver a Parr paseando y fotografiando a discreción. Fotos de todo tipo porque como él mismo dice, «no existe la fotografía perfecta», hay que salir al mundo a buscarla. Y Martin la busca incesantemente.
Fotografías de ancianos sesteando en un banco del parque, de niños jugando, de primerísimos planos, fotos de las comidas populares, desde un perrito caliente hasta una crema de fresa barata con una avispa que ha caído dentro, desde dos novios besándose, a mesas con parejas mirando cada una para el lado opuesto, y turistas, muchos turistas.
Martin recuerda que de niño no lo llevaron a la playa. De modo que en algún momento quiso ir a lugares de “turistas”, gentes de toda edad y condición que inundan parques de atracciones, montañas y playas luciendo palmito o acarreando ingentes bultos con comida, hamacas y mil cosas en dirección al mar.
Gente toda en pos de la vacación propia de la clase media. Porque Parr es un cronista, un fotógrafo social que acierta a apuntar escenas cotidianas, que sobresalen por su encuadre, instantáneas mágicas, por su sensibilidad al captar la escena o la imagen.
Parr viajó por todo el mundo y su colección de fotografías lo atestigua, hizo retratos de japoneses viajando en metro; gente del campo, en una tienda de campaña, en un restaurante popular o viandantes por algún paseo marítimo.
Parr es, sobre todo, es el fotógrafo de lo inglés (dice: «yo amo mi país»). Captura lo bonito, lo feo y lo admisible de su país y de su cultura. Al final lo vemos firmando sus libros de fotografías en alguna feria del libro, más de cien títulos con sus reconocibles imágenes. Porque nadie discute que Parr es un genio y sabe hacer fotos que impresionan.
Parr es una combinación inspirada del artista de postales costeras, con un poco de la fotografía callejera. Pero jamás es cruel ni burlón, y sí sincero y franco.
Como artista de verdad tiene lo que Graham Greene llamó “frialdad”, capacidad para pasar desapercibido, lo cual vemos en su sencilla manera de vestir, un ser prácticamente anónimo. Sabe qué hacer para que una imagen sea brillante y es necesario fotografiar con disimulo.
Su trabajo duro y su vigilancia permanente le permiten captar el momento instantáneo. Luego está su talento para clasificar el material importante. Nuestro artista, a la vez accesible y elusivo, se resiste al autoanálisis y prefiere dejar que su obra hable por sí misma.
Grayson Perry señala sagazmente que Parr –cuyo estilo es tan reconocible como lo sería un Picasso– ha logrado «entrar en nuestro subconsciente».
Cerrando
Evitando lo que Perry describe como la «seriedad performativa» de los colegas de Parr, la aguda mirada de nuestro fotógrafo captura, celebra y critica las excentricidades de Gran Bretaña, sin exagerarlos ni explotarlos, y la película de Shulman le devuelve el favor con amabilidad.
Su condición de uno de los grandes documentalistas sociales se ha comprendido desde hace tiempo y este filme ofrece argumentos convincentes al respecto, dando un amable paseo por su período monocromático inspirado en Cartier y Bresson, hasta su adopción de la fotografía en color, una elección «escandalosa» en su momento.
Revista Encadenados