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Hoy toca hablar de dos películas muy interesantes, emotivas y valientes. Hablan de mujeres de zonas rurales. Son películas diferentes, pero los personajes en ambas son féminas libres. La una por su capacidad para llevar su vida adelante por sus propios medios, en un pequeño pueblo georgiano; la segunda es una mujer de campo, buena que ha conseguido su libertad interior a través del arte, en la pintura, con las cuales capta la esencia de la naturaleza en la que vive.

Estas obras son: Blackbird, Blackberry (2023), de E. Naveriani; y Maudie, el color de la vida (2016), de A. Walsh.

BLACKBIRD, BLACKBERRY (2023). Etero (Chavfleishvili) es una mujer provinciana al final de la cuarentena, que regenta una pequeña tienda de productos de limpieza en un pueblito, en los páramos georgianos. No ha conocido varón, pues ha vivido con padres y hermano, hasta la muerte de estos. Ahora vive sola y su virginidad a los 48 años es motivo de cotilleo y de chiste.

Pero Etero va a lo suyo, le gusta pasear por los parajes del lugar y disfrutar de la naturaleza o de la lectura. Le importan poco los chismes. Ella sigue su tranquilo ritmo de vida. No hay nada que arruine esta rutina hasta que un día, su ser da un vuelco.

La directora Elene Naveriani hace un estupendo trabajo con esta cinta sencilla y a la vez profunda. Guion meritorio de Nikoloz Mdivani y Elene Naveriani, adaptación de la novela de la georgiana Tamta Melashvili, que cuenta una historia sobre el amor y la soledad en la mediana edad femenina.

El comienzo: al borde del precipicio

Etero es ante todo una mujer solitaria. Su pasatiempo preferido es caminar hasta el río. Una vez allí se entrega a recolectar deliciosas moras, cuyos sabores la animan y le traen gratos recuerdos. Igualmente disfruta observando a los mirlos que revolotean por la zona.

Disfrutando del paseo y cuando se dispone a coger unas moras, el suelo de la roca del acantilado cede bajo sus pies y como puede, agarrándose a los matorrales, evita morir por muy poco.

A partir de entonces, una especie de lucecita se le enciende en su interior y decide permitirse hacer cosas que antes no se atrevía.

La entrada en el amor

Etero vive en pueblito gris sin alicientes, pero un buen día, un proveedor de material de limpieza entra en su tienda. Es Murman (Chichinadze) que trae existencias nuevas. Ella, mientras lo atiende se siente súbitamente atraída por el repartidor.

Etero huele abiertamente los antebrazos, el pecho y la barba del hombre. En un breve lapso ya están teniendo una relación sexual gloriosamente apasionada y secreta, pues Murman es casado.

Los largos períodos de soledad, mientras él está lejos, se llenan ahora de bonitos pensamientos en lugar de aburrimiento. Etero ahora debe asimilar que ha terminado sus 48 largos años de virginidad. Su vida no ha sido fácil, pero ahora la vida le ha recompensado con un milagro.

Cómo sigue

Estas dos experiencias, la que la aproximó a la muerte y la que la introdujo en el amor, a pesar de su intensidad, no inspiran un cambio radical en esta mujer distante y abstraída. Lo que sí intensifica es la sensualidad y el deseo.

Hay también la aspiración a resarcirse de las heridas psicológicas que siempre han dominado su relación con las personas, incluido su hogar, donde siempre fue tratada mal.

Pero la directora Naveriani no hace un relato sobre Etero como mujer feliz y enamorada, su visión es la de una mujer solitaria y soltera cuya vida está falta de color y plagada de cierto tedio que sólo remonta con las moras y los tordos, ahora con el sentimiento pasional recién descubierto.

O sea, lo que seguimos viendo no es una mujer que cae de bruces seducida y encantada por un hombre. Etero se mantiene fiel a sí misma, incluso cuando las mujeres locales se burlan de ella por estar sola y sin hijos.

Ella reafirma su elección por la soledad con cierta acidez venenosa cuando un hombre mayor lujurioso le quiere engatusar y ella le dice que no piensa en el matrimonio y que “si las pollas dieran la felicidad, muchas mujeres serían felices. Pero mira a tu alrededor, ¿quién es feliz aquí?”

Algunos aspectos técnicos y cierre

El reparto es ante todo el expresivo trabajo de Eka Chavfleishvili que interpreta a la imponente Etero con un ingenio seco, una mirada penetrante y una sensibilidad poco común. Junto a ella, un Temiko Chichinadze que hace un trabajo natural, con química y convincente. Con una estupenda y ocre fotografía de Agnesh Pakozdi que da el tono justo a la historia.

Lo cierto es que el amante de Etero inicia una nueva vida de camionero que va a viajar a Turquía y a ganar más dinero; pero ella no va con él, se niega. Se mantiene en llevar la vida independiente y libre de siempre.

Tras unos momentos de tensión y drama potencial, el plano final de la película concluye en una escena feliz, escena que impacta y que parece situarse en un espacio entre los sueños frustrados y los anhelos alcanzados. Una nueva oportunidad de vida y el final no deseado de un capítulo.

Más extenso en revista ENCADENADOS

 

MAUDIE, EL COLOR DE LA VIDA (2016). El cine, que tantas emociones provoca en el espectador, en ocasiones suscita alguna que descuella. En el caso de esta cinta, los sentimientos que me evocó este filme fueron una mezcla de nota melancólica por la difícil y triste vida de la protagonista, pero por otro lado, una brisa de alegría por la brillantez de su corazón, pues a pesar de las adversidades, Maudie es un personaje esplendente, luminoso, chispeante y libre, como sus pinturas.

La directora irlandesa Aisling Walsh realiza un biopic sobre la vida y la obra de Maud Lewis (1903-1970), una pintora canadiense que se hizo muy popular en vida. Cuenta también la relación de Maud con su esposo, que se convirtió en un compañero inseparable para ella. Son enternecedoras las imágenes de sus sencillas pinturas tipo naif que convirtieron a Maud en una de las artistas “folk” más representativas de Canadá.

Pero este filme es ante todo enternecedor. Walsh no reformula ni innova el biopic, pero hace de su obra una forma de exploración sobre los pormenores de la creación artística en un relato de estructura dramática que atrapa al espectador por su sensibilidad, entre otras, haciendo justicia a la discapacidad de la protagonista.

El guion de Sherry White está muy bien escrito ofreciendo, no tanto la vertiente pública y de fama de Maudie, sino mostrando el mundo más íntimo de la afamada pintora. Y lo hace dibujando (nunca mejor dicho), un personaje dulce de apariencia frágil pero de mentalidad fuerte, representando igualmente con delicadeza y honestidad, tanto la evolución de su enfermedad, como el sentido romance con su esposo.

Me ha gustado la música de Michael Timmins y una fotografía excelente de Guy Godfree. Ambientación, exteriores (fue rodada entre Irlanda y Terranova) y una puesta en escena estupendas.

En el reparto, Sally Hawkins, actriz secundaria en tantas ocasiones, encuentra en este film la posibilidad de mostrar sus dotes de gran actriz protagonista, en un papel de mujer creativa cuya enfermedad afecta a su movilidad y su manualidad a la hora de pintar, y con un gran brillo en su mirada, a pesar de su fealdad evidente; una Hawkins que lo sobrelleva todo con afabilidad y un optimismo a prueba de bombas.

Ethan Hawke hace igualmente una interpretación de gran nivel, poniendo todo su saber para no verse arrasado por la enorme fuerza interpretativa de la Hawkins, lo cual se puede decir que llega casi a conseguir, metido en ese rol de patán de ceño fruncido que desdeña el contacto social, que significó tanto motivo de sufrimiento para Maudie, como su genuina tabla de salvación. Sally Hawkins y Ethan Hawke en un dúo actoral muy interesante.

La directora A. Walsh hace en el film una reivindicación feminista y legítima sobre el olvido de las pintorAs. Y es que la Walsh tuvo inicialmente una formación como pintora, lo cual que conoce el olvido histórico de la mujeres plásticas. La misma Walsh ha declarado que hay pintoras excelentes y que conocemos a muy pocas.

Película muy meritoria y digna de verse. La directora y el reparto afrontan el proyecto con sensibilidad y energía fuera de de lo común. Lo que importar en esta película es la resonancia emocional de cada pequeño momento y los elocuentes gestos de la protagonista.

Además, la cinta nos transporta a las postrimerías de los años treinta, hasta la muerte de Maudie en 1970, y no sólo inspira una remembranza histórica, sino que nos coloca delante de una artista con una mueca feliz, la cual es expresión de su postura ante una vida que, en principio, le fue adversa hasta la exageración.

A mí me ha gustado mucho. La recomiendo.