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Un hijo se puede perder por razones diversas y las reacciones tienen que ver con la forma de la pérdida. En esta entrega tenemos sendas magníficas pelis. En la primera el hijo no se pierde de facto, es un intento administrativo de suspender a la madre y quitarle la patria potestad. En la segunda, el hijo ya ha fallecido, pero queda el nieto que obra en poder de una demoníaca familia.

Se trata de Nada que perder (2023), de D. Deloget; y Uno de nosotros (2020), de T. Bezucha.

NADA QUE PERDER (2023). Ópera prima de la directora francesa Delphine Deloget que tiene ritmo y emoción, un melodrama familiar francés actual, intenso y desgarrador, que aborda la lucha de una sufrida y sufriente madre por recuperar la custodia de su hijo, tras un desafortunado accidente doméstico y la intervención de la “autoridad”.

La historia

Sylvie (Efira) es una mujer con dos hijos, el adolescente Jean-Jacques (Lefebvre) y un nene de ocho años de nombre Sofiane (Tonetti). Una noche, mientras ella trabaja, Sofiane, el más pequeño, sufre un accidente doméstico con la freidora de casa.

El hecho llama la atención de los servicios sociales, lo cual dará comienzo a una dura y larga batalla de Sylvie para no separarse de su hijo, pues la administración social y la justicia cuestionan su capacidad para cuidar de la familia. Sylvie luchará por recuperar a su hijo de la custodia estatal, enfrentándose a un sistema burocrático implacable.

Lo que sabemos es que Sylvie trabaja duro en un Bar de copas y debe por ello ausentarse del hogar hasta altas horas. Con el devenir de la historia la veremos esforzarse por limpiar su vida, su imagen y su hogar, para volver a estar con los suyos.

La película tiene varias subtramas, como la carrera musical de Jean-Jacques como trompetista de una orquesta estudiantil o las relaciones de Sylvie con sus muy opuestos hermanos, el descarriado y siempre colgado Hervé (Worthalter), el mucho más sensato y responsable Alain (Demy), o la participación de la protagonista en un grupo de autoayuda, lo cual le otorga mayor densidad y matices al relato.

Dirección y guion

Deloget ha sido reconocida por su dirección sensible y precisa. Su habilidad para crear una atmósfera auténtica y cargada emocionalmente es el punto fuerte de la película. La dirección artística y la fotografía de Guillaume Schiffman complementan la obra, capturando las luchas cotidianas con un toque visualmente atractivo.

El guion, escrito por Delphine Deloget en colaboración con Pierre Chosson y Julia Kowalski, tiene la capacidad de abordar temas peliagudos como la burocracia estatal y la custodia infantil, con sensibilidad y realismo, con una narrativa clara y bien estructurada.

Estado y burocracia

Lo que iba a ser una situación transitoria, se complica con una tupida red administrativo-judicial, pues acaban llevándose al pequeño Sofiane a un hogar de acogida. Lo que provoca que Sylvie entre en un estado de desesperación, y acaba actuando de una manera que el “sistema” no tolera.

Presente está el capítulo del rol que cumple el Estado en aras de garantizar el bienestar del niño, y el punto en el cual la burocracia del sistema tiende a la deshumanización y a la frialdad. De cómo crea una tupida red de normas y deberes prácticamente insalvables.

La cosa deviene situación imposible a causa de la “máquina infernal” del Estado y la burocracia creada para el sometimiento y la despersonalización de los ciudadanos.

Deloget moldea con una mirada interesante, pero sin caer en facilismos ni demagogias, un universo lleno de contradicciones. La película es un retrato gélido y cercano a la realidad de las relaciones administrativas de un ciudadano “débil” y un sistema excesivo con pliegues aberrantes y escasa cintura para alisarlos.

Acabará la madre, el hijo mayor, su hermano y cuantos la rodean unidos ante la adversidad para luchar juntos como equipo, aunando sus fuerzas para lanzar un grito de protesta audible y claro. Porque si algo queda demostrado con esta película, es que la unión del pueblo llano es la única manera de hacerse oír ante las injusticias.

Los personajes y reparto

Virginie Efira da muestra de su inconmensurable maleabilidad, es el corazón de la película. Hacía tiempo que no veía una actriz francesa tan potente, expresiva y creíble. Un auténtico torbellino de fuerza y credibilidad frente a la cámara; prácticamente ella sola, se echa la película sobre sus hombros sosteniendo con eficiencia un filme conmovedor.

Los roles secundarios, especialmente aquellos que corresponden a los demás miembros de la familia, interpretados por un correcto Félix Lefebvre (el hijo adolescente), increíble por su emotividad y resolución el niño Alexis Tonetti; amén de Arieh Worthalter y Mathieu Demy, muy bien.

Cerrando

Melodrama social bueno y bienintencionado que remite al cine de los hermanos Dardenne, pero sobre todo al de Ken Loach. Está construido e interpretado con pericia y solidez, con una mirada que evita ser unidireccional, y ciertas elipsis que nos despega de la obviedad y el subrayado.

Pero al mismo tiempo es una de esas historias sobre pequeñas solidaridades y grandes estigmatizaciones que se vienen trabajando hace ya tiempo. Quizás la presencia de una actriz de renombre como Efira y el hecho de que se trate de la ópera prima de una mujer expliquen su selección para una competencia oficial de Cannes como es Un Certain Regard.

Al final de la película Sylvie dice: “cuando vas demasiado lejos no te queda a dónde ir”. La pregunta latente es: cuando no hay nada que perder, cuánto de lejos es demasiado si se trata de un hijo.

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UNO DE NOSOTROS (2021). Los primeros minutos del filme se desarrollan con una suavidad tonal y enorme calidad fílmica. Al poco nos tropezamos con tres generaciones de la familia Blackledge viviendo juntas en cierta armonía, pues queda claro que la madre (y abuela) de la familia es la que manda.

Tras sufrir la pérdida de su hijo, George Blackledge (ex sheriff con cara de Póquer – Costner) y su mujer Margaret (Lane), deciden dejar su rancho en Montana para tratar de rescatar a su nieto Jimmy en Dakota del norte. El nene, Jimmy, está bajo la tutela de la poderosa familia Weboy.

La cosa es que el padre del niño murió en un extraño accidente montando un caballo. No pasa mucho tiempo cuando la viuda contrae de nuevo matrimonio. El niño cuenta con tres años. Se casa con el inicuo Donnie Weboy (Brittain), un joven oscuro con tendencias violentas. Al poco, ambos marcharon a Dakota del Norte con la familia de él.

La matriarca de esa familia, Blanche Weboy (Manville), tras descubrir las intenciones de los Blackledge, decide hacer lo imposible para impedir que el niño regrese con sus abuelos.

Margaret resuelve ir a buscar al nieto, a pesar de que el esposo le previene de las consecuencias, pues el nieto no es propiedad de ellos. Pero continúan adelante en una odisea con tintes de road movie. El escenario está listo para un guirigay sexagenario de venganza cocinándose a fuego lento. Los abuelos se abren camino hacia el país de Weboy: ¡Peligro!

Hay un personaje muy interesante, un joven nativo americano y fugitivo (Stewart) llamado Peter; un muchacho huido de un internado para indios; será con su ayuda que la familia Blackledge pueda conseguir algo de la tal aventura.

En el reparto sobresale un exultante Costner en el rol de sheriff jubilado y abuelo. Muy bien igualmente una Diane Lane madura, hermosa y de expresiva mirada: ambos con química. Acompañan con efectividad Jeffrey Donovan (violento Bill); muy bien Lesley Manville como la malévola Blanche; y otros actores como Will Britain; Booboo Stewar (el joven indígena); o Kayli Carter como la nuera.

Es llamativa y envolvente la música de Michael Giacchino, un reconocido compositor del actual panorama. Hermosa dirección de fotografía de corte naturalista de Guy Godfree.

En pantalla, explosivas descargas de violencia rodadas con gran realismo, donde se traza la discordancia entre dos formas desiguales de entender la crianza, la educación y la vida. Los honestos y civilizados Blackledge versus los psicópatas y atrasados Weboy.

Asistimos también a sendos matriarcados enfrentados, con Diane Lane y Lesley Manville representando ambos extremos; interpretaciones distintas para dos roles, el primero mujer sensible y contenida; la segunda manipuladora y astuta. Todo lo cual predice el conflicto, que acabará estallando y desatando una violencia extrema.

El director Thomas Bezucha cambia parcialmente caballos y carretas por un gran Chevrolet Bel Air Nomad del 58 para abrazar y a la vez subvertir los cánones del “cine del oeste”, en una cinta muy interesante en que la abuelidad, la maternidad, el duelo y los lazos de sangre envuelven un relato lleno de contrastes.

Estamos ante un estupendo western sobre la pérdida del hijo y del nieto, un intenso drama familiar en una atractiva película. Bezucha consigue crear una consistente obra tintada de un cálido clasicismo, con final trágico pero esperanzador.

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