
“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.
La Semana Santa ha sido una fuente inagotable de inspiración para el cine, que nos ha ofrecido historias cargadas de devoción, pasión y reflexión espiritual. En este artículo comentaré dos películas que incluyen la semana Santa en su relato y en sus imágenes.
Son películas lamentablemente mal conocidas, pero de una calidad sin discusión. La primera es un estreno en Filmin, una cinta que se desarrolla en Baena (Córdoba), humana y poética: Los restos del pasar (2023), de L. S. Muñoz y A. Picazo; la segunda es ya clásica: Fuego en Castilla (1960), de J. Val del Omar.
LOS RESTOS DEL PASAR (2023). Antonio, un señor mayor, rememora y se cuenta a sí mismo su infancia transcurrida en el pueblo cordobés de Baena. Nos habla del tiempo de la celebración de la Semana Santa. Lo hace a través de una carta abierta, casi de despedida.
Antonio era entonces un niño curioso que crecía bajo la influencia de este pueblo andaluz cordobés. Un día conoció providencialmente a Paco, un pintor de edad avanzada que le sería de mucha ayuda.
Dirigida por Luis (Soto) Muñoz y Alfredo Picazo, esta cinta es una obra introspectiva que combina elementos de ficción y documental para adentrarse en las inquietudes de la infancia, a la vez que explora temas profundos como la muerte, el arte, la memoria o la religión.
El filme trabaja en una triple vertiente: el retrato etnográfico de la pasión de Cristo de Baena, una semblanza muy acertada de los pasos cuaresmales del pueblo, donde toda la gente se compromete. Pura Semana Santa baenense, de rica tradición. La película capta la esencia de los rituales religiosos de las procesiones, su preparación y el impacto que tiene sobre distintas generaciones.
De otro lado se trabaja la ficción de la memoria del personaje; y hay también toda una disertación sobre el arte pictórico cuando el señor Paco alecciona al crío sobre qué y cómo debe hacer cuando pinte.
El niño solitario, sensible y observador, vive su despertar emocional e intelectual a través de la relación con el viejo pintor. Antonio tiene muchas dudas y las vuelca en Paco, a veces también con el cura, y el viejo intenta calmar sus temores sobre la religión y la muerte.
A través de conversaciones y enseñanzas, Paco introduce a Antonio en la contemplación del arte como una ventana para comprender el paso del tiempo y la inevitabilidad de la muerte. Al mismo tiempo, la tradición católica de la Semana Santa se presenta como un marco simbólico que entrelaza fe, devoción y el sentido finito de la existencia.
La mente de Paco nos transporta a las celebraciones litúrgicas, a las manos de mujeres tejiendo; el recuerdo de las usanzas: la artesanía, la confección de los pestiños, y cuanto conforma la identidad de un pueblo, un pueblo andaluz.
Es una película a medio camino entre la ficción y la no ficción, donde su protagonista rememora la Pascua de su infancia en el pueblo donde creció; siete días que lo convirtieron en el adulto que es ahora.
Especial importancia etnográfica tiene la idiosincrasia del lugar, el significado de sus costumbres y creencias, sus formas de vivir y celebrar la vida y la muerte, la memoria. Ello narrado con deslumbrante sensibilidad y realismo poético. Película basada en la fuerza de las imágenes, dejando que ellas y la música hablen por sí solas.
Hay una poderosa imaginería que sus directores logran crear con las figuras religiosas, los paisajes de extensos olivares, los objetos, los rostros, sus colores (la película está rodada en blanco y negro mayormente) y sus texturas.
Así mismo destaca cómo el mundo entero es capturado a través de los ojos de un niño, mirada inocente, límpida y curiosa. Lo cual contrasta con la voz en off del adulto que ahora se despide de la vida, evocando el pasado.
Miguel Hernández dijo que «la mano es la herramienta del alma». Las manos que recorren la película, manos que lavan ropa, que tejen, amasan pan, tocan otras manos, todo habla de un pueblo y de sus gentes.
Visualmente, el filme destaca por el trabajo del director de fotografía Joaquín García-Riestra Guhl, quien utiliza un estilo pictórico evocador, con tomas en blanco y negro que recuerdan la estética de los grandes maestros de la pintura española. Los encuadres cuidadosamente compuestos y la iluminación tenue homenajean la tradición artística de las imágenes de la Semana Santa y el carácter melancólico de la historia.
Magnífico diseño sonoro de Juan Marpe y Pedro Catalán que sumerge al espectador en una atmósfera de misticismo y solemnidad. Ello en plena época penitencial y de cuaresma. Es digno de mención las cuatro saetas cantadas mayormente por mujeres henchidas de fervor y sentimiento.
Sensacional libreto firmado por Muñoz, junto con una sugerente y grave voz en off que sirve como hilo conductor que repasa y medita sobre los momentos clave de la vida, otorgándole al filme una dimensión entre lírica y filosófica.
Es una película de tempo lento, que no se apresura, que invita al espectador a observar, a meditar y a experimentar una conexión más profunda con los elementos que presenta.
La película es, en esencia, un recordatorio sobre la cortedad de la vida y la importancia del legado artístico y espiritual. Con capacidad para tocar temas universales con una carga de misticismo y religiosidad, mientras vemos las imágenes y pasos de la Semana Santa de Baena.
Publicado en revista Encadenados
FUEGO EN CASTILLA (1960). El director de esta cinta es José Val del Omar, una figura muy importante del cine español y universal, pero también un poeta, un místico a su manera y un «artista total»: fotógrafo, director de cine, inventor y vanguardista. En este medio metraje plasmó la Semana Santa vallisoletana con una profundidad poco vista antes.
Subtitulado «Ensayo sonámbulo en la noche de un mundo palpable», dura 20 minutos y contiene la cita de García Lorca: «En España todas las primaveras viene la muerte y levanta las cortinas». Se rodó con una cámara de 1926 y proyectores, espejos, lámparas, linternas y otros aparatos: toda una obra pictórica y de ingeniería lumínica.
Destaca por su luz parpadeante y sus sonidos sincopados que dan vida a las esculturas imagineras de Valladolid (del francés Juan de Juni y del español Alonso de Berruguete) pertenecientes al Museo Nacional de Escultura de Valladolid, como si fuera un thriller metafísico y espiritual.
Val hacía moverse las tallas en procesiones castellanas de Semana Santa. Escenas como las manos que se mueven (por efecto de la sombra), las máscaras en el agua, las dos caras en el busto de Santa Ana, la mano de la figura cubierta con un plástico y a renglón seguido una mano que mueve ligeramente un dedo, caras que parecen gritar, un Cristo invertido o el rostro de la muerte.
Ensayo sonámbulo de TactilVisión, que fue un sistema original de Val, de iluminación por impulsos. El cual se aplica sobre las mencionadas esculturas religiosas. Un alucinante viaje por el Museo imaginero vallisoletano, donde vemos estatuas de santos y vírgenes estroboscópicas que parecen salidas de una tormenta, oscuros símbolos del pasado, fuegos que iluminan y una imaginería única en el mundo.
Val del Omar acaba con sus palabras: «En el Páramo del Espanto y en la noche de un mundo palpable, una furia seca, enloquecida, ciega y ardiente, intenta cruzar de Occidente a Oriente, desde un vértigo fugado hacia el éxtasis».
Más extenso en revista Encadenados.