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Adrien Brody es un actor y productor estadounidense que tuvo una ascendencia familiar judía y católica, si bien él ha declarado haber sido criado "sin una fuerte conexión" ni con el judaísmo ni con el cristianismo.

Saltó a la fama como intérprete, haciendo de judío perseguido en la película de R. Polanski, que ahora comento, El pianista (2002). Más de dos décadas después, nuestro actor interpreta a otro personaje judío en The Brutalist (2024) (El “brutalismo” fue un estilo arquitectónico de 1950).

Brody ha declarado: “Ante el creciente antisemitismo, tenemos que encontrar de nuevo una manera de aprender de nuestro pasado".

THE BRUTALIST (2024). El tercer largometraje del estadounidense Brady Corbet, un director de grano fino y estilo novelesco versa sobre un hombre de origen húngaro baqueteado por la guerra y por su condición de judío, un brillante y provocativo arquitecto.

Formado en la Bauhaus, László Toth llega a Estados Unidos para rehacer su vida, su obra y su matrimonio con su esposa Erzsébet, pues se han visto obligados a separarse durante la II Guerra Mundial, con motivo del Holocausto, y las nuevas fronteras y regímenes. László se establece en Pensilvania.

No tarda en darse cuenta de que la fortuna, el poder y la fama cuestan mucho. Forjarse un legado tiene su precio. Ha venido a probar el sueño americano. Pero igualmente sentirá la dolorosa humillación de una bienvenida por momentos fría.

Escrita por Corbet junto a su compañera y colaboradora Mona Fastvold, este filme contempla temas tan sustanciosos como la creatividad y el compromiso, la identidad judía, la originalidad arquitectónica, la experiencia de los inmigrantes y el largo peso del pasado.

Tiene una duración de tres horas y media bastante movidas, con intermedio incluido. Esta película le ofrece a Adrien Brody su mejor papel en mucho tiempo, en el rol del genial arquitecto Tóth, llevado de la mano de un magnate rico, ansioso por culminar el proyecto de sus sueños.

Brody acomete el papel de László con inteligencia e intenso fuego interior, transmitiendo con fuerza los momentos de júbilo o de desgarradora tristeza.

El comienzo es un László en un vagón de tren abarrotado, que dibuja la pesadilla por la que pasa. Acompaña una poderosa banda sonora de Daniel Blumberg, mientras en off se escuchan las cartas de la esposa Erzsébet (magnífica Felicity Jones), de quien se separó durante la posguerra en Hungría, junto con su sobrina Zsófia (muy bien Raffey Cassidy).

Las escenas de llegada a Ellis Island son típicas de los dramas sobre inmigración. Maravillan los desconcertantes ángulos de la directora de fotografía Lol Crawley de la Estatua de la Libertad que hacen presagiar la euforia y el futuro incierto.

László viaja a Pensilvania donde se encuentra con su primo Attila (Alessandro Nivola) y su rubia esposa Audrey (Emma Laird), ambos dueños de una mueblería. Pero no acabarán bien. Tras unos sucesos rocambolescos, nuestro protagonista se encarga de rediseñar la lúgubre biblioteca de la mansión de Harrison Lee Van Buren (excelente Guy Pearce), a la sazón de viaje. László contrata a Gordon (Isaach De Bankolé), un padre soltero negro como ayudante de construcción.

A su regreso, Van Buren se enfurece al encontrar su casa revuelta y a “un hombre negro” en su propiedad, y despide iracundamente a los contratistas y se niega a pagar. Lászlo se ve obligado a hacer trabajos en la construcción para sobrevivir, usando opio para adormecer el dolor de sus heridas de guerra.

Pero Harrison reaparece con un ejemplar de la revista Look con fotografías que describen la biblioteca como un triunfo del diseño minimalista. El industrial tiene una carpeta con información sobre el arquitecto, incluidas fotos de notables edificios proto-brutalistas de antes de la guerra. László queda emocionado por la sorpresa.

Una vez contratado, László es invitado por el magnate y acuerdan gestionar la repatriación de su esposa y sobrina, Erzsébet y Zsófia. Y es ahí cuando Harrison, subiendo a pie a una colina desde donde se puede ver todo Doylestown, decide que sea el protagonista quien se encargue de diseñar en ese lugar un gran centro comunitario. László se instala en una casa próxima mientras se lleva a cabo la construcción.

No tarda en llegar su mujer, en silla de ruedas por la guerra y el hambre, y la sobrina, muda por los horrores que vivió. Casi desde el principio, el proyecto soñado de László está plagado de dificultades, cada una de las cuales socava su sentido de control y su autoestima.

También hay ciertas dificultades con su esposa quien le espeta que él “solo rinde culto en el altar de sí mismo”. Pero lo peor vendrá algún tiempo después cuando Harrison acompaña a László a las canteras de mármol en las montañas de Carrara.

En un bello pasaje, Orazio (Salvatore Sansone), un amigo de antes de la guerra comparte sus profundos sentimientos sobre el mármol y el peso del milagro geológico, tanto en la historia europea como en la América fundacional. Una declaración conmovedora que precede a una brutal degradación de László a manos de Harrison, en una situación de droga y alcohol.

The Brutalist se convierte en una crítica mordaz de las formas en que la clase adinerada y privilegiada de Estados Unidos gana prestigio a través del trabajo y la creatividad de los inmigrantes, pero que nunca los considerarán iguales. Señores que, como Harrison, supuestamente mecenas y especie de guardián cultural, sin embargo, reduce a László a su mínima expresión, con enorme crueldad.

Brody está sensacional, pues aporta la seriedad y el dolor que corroe el orgulloso sentido de László, su sentido de propósito y de destino. Es una actuación imponente, ver al arquitecto, su personaje, tratado como basura. Y está brillante el bellaco Pearce en su forma imponentemente fría, como Harrison, un visionario con escaso valor humano.

La medida puesta en escena, la cámara atenta a los detalles, evoca el aspecto de los Estados Unidos de mediados del pasado siglo, con una verosimilitud de época que parece viva.

Película de las grandes, que cierra con un epílogo resonante que ilustra cómo el arte y la belleza surgen del pasado y trascendiendo el tiempo, para revelar una libertad de pensamiento e identidad a menudo negada a sus creadores.

Corbet ha conseguido una obra colosal, rodada en Vistavisión, y todo ese colosalismo se ve reflejado en la arquitectura brutalista que vemos durante la obra. Más que una película, estamos ante un templo expiatorio de enormes proporciones cinematográficas, que ejerce la fuerza de un torrente.

 

EL PIANISTA (2002). Esta maravillosa película de Roman Polanski (Oscar) nos cuenta la historia verídica de Wladyslaw Szpilman, excelente pianista polaco de origen judío, que habitaba en Varsovia tranquilamente con su familia hasta la salvaje invasión alemana al país.

A partir de entonces, todos los suyos y él mismo fueron recluidos en el Ghetto varsoviano. Con la ayuda de algunas amistades, Szpilman logra evitar la deportación a los campos de exterminio nazis. Pero tendrá que vivir escondido, su vida pendiente de un hilo, pasando hambre y penurias. Va a afrontar peligros constantemente, el último de los cuales pone el punto final al filme con un desenlace imprevisto y estremecedor.

El director Polanski, nacido en 1933, contempló con su mirada de niño los horrores que recrea en esta obra brillante sin paliativos; y lo hizo en el gueto de Cracovia. El rodaje de la película empezó en 2001, en los Estudios Babelsberg, en Alemania y se recreó el Gueto de Varsovia que se reconstruyó para la película, con el aspecto que tuvo durante la guerra.

Se emplearon viejos barracones soviéticos que reprodujeron una veraz visión de la ciudad en ruinas. Igualmente se utilizó una antigua casa en Potsdam, un abandonado Hospital soviético en Beelitz y luego, los mencionados Estudios Babelsberg.

La puesta en escena, los efectos de guerra y disparos, el vestuario, vehículos, armamento, etc., están extremadamente cuidados y dan una sensación de autenticidad. Una reconstrucción que logra conmover al espectador.

Película con una dirección de Polanski como auténtico maestro (Oscar); genial guion de Ronald Harwood (Oscar) basado en un libro escrito por el protagonista de la historia, el músico Wladyslaw Szpilman. Fotografía nítida de Pawel Edelman que acierta a captar los horrores de la tragedia.

La música es coordinada por Wojciech Kilar; en la mitad de la película suena la Suite para violonchelo Nº 1, BMW 1007 de J. S. Bach; cuando Hosenfeld le pide una interpretación a Szpilman, éste toca la Balada Nº 1 Óp. 23 de Chopin. Y durante los títulos de crédito finales Szpilman toca, con acompañamiento orquestal, la Gran Polonesa Brillante de Chopin. Música toda ella que eleva el tono terrible del filme.

El reparto es sensacional, con actuaciones memorables como la del protagonista interpretado por Adrien Brody (Oscar), al cual se une un elenco de excelencia como Thomas Kretscschmann, Maureen Lipman, Ed Stoppard, Emilia Fox o Frank Finlay: un equipo actoral de lujo.

Memorable película que ambienta con brillante realismo la tragedia de la invasión alemana y los preámbulos del Holocausto judío en el Gueto de Varsovia, lugar donde malvivieron en condiciones indescriptibles de horror y penuria cerca de cuatrocientos mil judíos polacos.

En este gueto no existía la dignidad, se mataba caprichosamente a los hebreos, se sufría moral y físicamente al límite y los mínimos valores humanos no existían. Polanski narra la supervivencia judía con crudeza, pero sin caer en efectismos. Profundo y emotivo análisis de los hechos, un filme de alcance histórico y de comprometida y absorbente sinceridad.

La historia de un hombre solo capaz de transitar una auténtica odisea macabra de penalidades, que culmina con la espeluznante y a la vez bellísima secuencia del pianista ante la imponente presencia de un oficial alemán nazi.