La tan anhelada tranquilidad, para algunos, está a punto de iniciar su andadura en tierras Portuenses, los amantes del silencio empiezan su agosto, que ahora termina. Piensan que la llegada del invierno alejará al visitante, cerrarán las discotecas y por fin, el centro se quedará muerto. Nadie osará perturbar la paz, los borrachos dejarán de beber, y, por fin, se hará justicia con una ciudad sumida en el caos, el vandalismo, y la mierda más absoluta.

La visión de ratas adueñadas de la ciudad, en donde los adolescentes agreden a pobres ancianitas y los empleados de la limpieza, tumbados en bancos, dejan la basura acumulada, dará a paso a un idílico paraíso. Pero no, la imparable maquinaria perturbadora seguirá su curso. Imagino que, por suerte, ahora llegará el momento alertarnos de nuevas maldades y plagas que sufrirá la ciudad... cuales… no sé, no tengo tanta imaginación, pero no dudo que llegará.

Hemos empezado la nueva etapa pero haciendo balance  en positivo, y como me decía un hostelero, aun siendo cierto que los jóvenes van al supermercado, también suelen hacer uso de locales de la zona, al menos un par de veces en los escasos días que pueden venir.



Siendo positivos, la ocupación ha sido buena, y bastantes personas han tenido un balón de oxigeno para los meses que quedan por venir. Siguiendo con la positividad, los eventos, poco a poco, van siendo más culturales. Sin embargo todo es mejorable, es mejorable una buena red de visitas por distintos lugares arqueológicos.

Es necesario poner en valor Santa Catalina y Doña Blanca. Es necesaria mayor implicación en la conservación del patrimonio, mayores ayudas, o al menos relajar la burocracia en los bienes emblemáticos en manos privadas, y sobre todo, vender mejor nuestro patrimonio como ciudad puerta del Nuevo Mundo. Sin querer hacer comparaciones, ciudades cercanas aprovechan mucho más teniendo mucho menos y le sacan mayor rendimiento, a su patrimonio, a sus ciudadanos ilustres, a su historia y a su cultura.

A mí, como a muchos, nos cansa la crítica destructiva, el odio, el vender la ciudad como si fuera, porque indudablemente no lo es, una mierda abandonada. Quizás de este verano me quedo con que hay personas que hacen mucho ruido, pero al fin y al cabo, pocas son las nueces, y ha quedado claro que quienes nos visitan se van contentos, con ganas de volver.

Poco a poco el turismo de invierno es una realidad de la que la ciudad se abastece y contra el que poco se podrá hacer. Aún así, queda mucho por hacer, aceras por reformar, infraestructura que mejorar y sobre todo más voluntad, pues jamás se alcanzara una perfección que a todos convenza y satisfaga, pero bueno, no ha sido un mal verano.