Aquel verano el calor era intenso, casi no se podía respirar. Las lejanas playas no traían las brisas frescas al centro, y, aún así, una calurosa paz llenaba las calles. La noche traería los ecos de conciertos, de bullas y esperas a las puertas de los bares, pero aquella tarde, ni los pájaros eran capaces de perturbar el ambiente.

Una claridad cegadora impedía mirar al cielo, pero estaba allí, a lo lejos, como cada año. Imposible de olvidar como cada verano, los medios días, las tempranas tardes, hasta el ocaso, el sol y la paz eran los dueños absolutos de todos los rincones de la ciudad, pues, ni en la sombra existía hueco para el fresco cobijo.



Cada año escuchamos los consejos, cada año, alguien sufre un golpe de calor, y cada año, siempre recordamos que el cambio climático nos lleva a una hecatombe irremediable, pero año tras año, vemos como sale la Patrona y todo, poco a poco, retorna a una fresca normalidad.

Nunca hubo frescos veranos, nunca paseamos tras la comida bajo el agradable sol, y siempre la misma frase, siempre es el peor verano, hasta el fin de los tiempos.

Calculo como improbable que algún día nos quejemos del frío veraniego, y como siempre, días de tregua nos dejaran frescas y agradables tardes, la vida es así, imprevisible, pero igual, un año tras otro. Curiosamente, como siempre, ya vemos como recibimos el ocaso a hora más temprana, y antes de que nos demos cuenta, lo relojes volverán a la rutina de las cortas tardes de invierno.

Siempre preferí el invierno al verano, siempre me fue más agradable refugiarme en mi abrigo que buscar las caricias del ventilador, y siempre, cuando la angustia pueda llegar a visitarme, recuerdo que todo llega, que al final, casi todos se marchan, que la paz llega a mi cielo, que el aire dejara de enrarecerse con ruidos estridentes, a veces bellos.

Y es que, aún sin gustarme, la esperanza de otros momentos, me ha enseñado a dejarme llevar en cada época, pues hay tiempo de turismo, tiempo de paz, tiempo de toros, tiempo de cenas, tiempo de familia y tiempo de calle hasta el amanecer.

A veces, olvidamos que la vida es tan amplia que a veces nos abraza, y otras, simplemente nos empuja.