“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Ya he escrito sobre el tema de la cocina, los chefs y la comida en general en otras entregas de El Vaporcito con en el Cine. Recuerdo aquí títulos como Un viaje de diez metros, La brigada de la cocina, o El disfrute de los sabores en el cine.

Hoy traigo otras pelis de cocina y de comilonas que denotan un exceso por la pulsión alimenticia. Comento: A fuego lento (2023), de Anh Hung; La cocinera del presidente (2012), de C. Vincent; El festín de Babette (1987), de G. Axel; y la exagerada pero interesante, La gran comilona (1973), de M. Ferreri.

A FUEGO LENTO (2023). La cinta, en el original La pasión de Dodin Bouffant, es sin más una coreografía de placeres mundanos que meten al espectador en el calor, incluso en el agobio, que emana la cocina del gastrónomo Dodin Bouffant (Magimel), llamado el “El Napoleón del arte culinario”, y de su cocinera durante veinte años, Eugenie (binoche), mujer de la que está enamorado.

Hung Tran Anh es un director vietnamita afincado en Francia que hace una dirección meritoria con un guion de su autoría, adaptación de la novela homónima de Marcel Rouff. Es un relato interesante, algo cansino de tanta olla, pero que Juliette Binoche y Benoît Magimel mantiene a flote con sus interpretaciones. Aunque cuenta la relación culinaria entre el gourmet más célebre de la Francia de finales del XIX y su cocinera, no se olvida de la relación sentimental e íntima entre ambos.

Ambiente de gastronomía francesa en 1885 y la relación entre Eugenie, cocinera de prestigio, y Dodin, el gastrónomo para el que trabaja desde hace 20 años. Un idilio que va a más. Ambos se entregan en cuerpo y alma a su trabajo, cocinar platos con la excelencia por bandera. Lo hacen con gran felicidad. La vida de ambos son los manjares de la alta gastronomía, su vínculo convertido en romance, lo cual que, por fantasías del director, va dando lugar a deliciosos platos que impresionan a los chefs más ilustres del mundo.

Además de la Binoche y de Magimel trabajan Emmanuel Salinger, Patrick D’Assumçao, Galatéa Bellugi o Jan Hammnecker. A lo que se une una fotografía sensacional medio lóbrega, propio de fogones y escondrijos de la casa señorial de Jonathan Ricquebourg.

La preparación y condimentación de carnes, pescados, legumbres, huevos, tocino, champiñones, verduras o salsas, es sustancial en el relato. Prueba de ello son los veinte minutos de metraje, en los cuales la cocina, el arte de guisar y disponer bien los diferentes platos.

Todo es filmado de forma silente. Además, plan ballet con una coreografía de calderos, sartenes y ollas siguiendo a los personajes entre las mesas y los fogones de leña.

Pero, además, Anh Hung, nos cuenta con tacto y precisión la peculiar relación entre la exquisita cocinera (Binoche) y el famoso gourmet (Magimel). Y junto a este entramado, las personas que rodean a la pareja en forma, sobre todo, de hombres, entregados al disfrute de la cocina.

Filme que es un retrato íntimo y sereno de esos dos personajes que disfrutan del buen yantar y de la cocina, que se aman, pero, por razones diversas no viven juntos en plenitud. La parte final es de gran intensidad, evidenciada por la precisión musical de la cámara.

En una escena se manifiesta la sentencia de San Agustín que dice que la felicidad es gozar de lo que uno tiene. Pero él le dice a ella que no ha conseguido tenerla nunca. Ella le hace una pregunta sustancial: “¿Yo qué soy, tu mujer o tu cocinera?” A lo cual él responde, para alborozo de ella: “Tú eres mi cocinera”. Lo cual manifiesta el espíritu libre de ella.

Lo importante es el sofrito, el asado, la mantequilla que se tamiza, las manos que se embadurnan de harina y el plato que sale hacia la mesa.

La pantalla se antoja crujiente, humeante, olorosa y con un regusto amargo que enamora. Y da hambre. Lo relevante no es el plato sobre la mesa, sino el cine que viene antes. En efecto, esos caminos hay que andarlos.

En suma, Trân Anh Hùng elabora una pieza artesanal con elementos mínimos: el sonido de la respiración, una suave caricia, el despiece de un ave, y así hasta concebir una envolvente cascada de imágenes y sensaciones que se conjuga con dos grandes de la interpretación francesa.

 

LA COCINERA DEL PRESIDENTE (2012). Película inspirada en la historia de la cocinera privada del presidente francés François Miterrand. Danièle Delpeuch, una prestigiosa chef del Perigord, que se convierte en la responsable de las comidas presidenciales en el Palacio del Elíseo.

El espectador es agasajado con una sucesión de escenas sobre recetas hechas con amor y detalle, y de cómo las comidas se preparan de manera ritual y devota.

Comedia biográfica francesa dirigida por Christian Vincent y protagonizada por Catherine Frot. Está inspirada en la historia real de la cocinera privada del presidente francés Mitterrand.

 

Puesta en escena sencilla que no satura ni empacha, tiene un buen ritmo con una sorprendente figura del presidente. Se ve bien y puede que se olvide igualmente con facilidad.

Destaca la atención y el detalle en la recreación de la preparación de los alimentos.

 

EL FESTÍN DE BABETTE (1987). Esta película nos transporta al siglo XIX y a una remota aldea de Dinamarca, dominada por el puritanismo.

La trama gira en torno a dos hermanas de avanzada edad que han permanecido solteras y recuerdan con nostalgia su lejana juventud y la rígida educación que las obligó a renunciar a la felicidad. Sin embargo, la llegada de Babette, que huye de la guerra civil en París, cambiará sus vidas de manera inesperada.

 

La película, dirigida por Gabriel Axel, ofrece una visión profunda y conmovedora sobre el amor, la generosidad y la religión. A través de un banquete exquisito, Babette logra conmover los corazones de los habitantes de la aldea, demostrando que la religión y el disfrute terrenal no son incompatibles.

Película que invita a reflexionar sobre la importancia de compartir nuestros talentos y alegrías con los demás, incluso cuando las creencias religiosas parecen imponer restricciones.

Obra maestra que combina elementos religiosos, artísticos y humanos de manera magistral. Su mensaje trasciende las barreras del tiempo y sigue siendo relevante hoy en día.

Película para ver, degustar y reflexionar.

 

LA GRAN COMILONA (1973). Era el invierno crudo salmantino y tras hacer un examen, junto con unos amigos, me fui al Teatro-Cine Bretón de grato recuerdo (ya inexistente) a ver esta película escrita por Rafael Azcona y Marco Ferreri, dirigida por este último.

Era una película que llegó trufada (nunca mejor dicho) de escándalo social y protestas que, finalmente, no evitaron su estreno.

Cuatro amigos de clase alta tediosos y desencantados se vinculan, entre otras, por el gusto a comer, se juntan en una gran casa para comer hasta el final. Se une a ellos una maestra infantil de un colegio próximo, mujer gordita, ninfómana y de buen saque; y se unen también a las pretensiones del grupo goloso prostitutas, con lo cual tenemos gula y lujuria. Sexo y comida, dos en una. Aunque las prostitutas acabarán desertando.

Es una película perversilla que tiene el encanto y el valor de poder ver en su reparto a cuatro grandes actores del cine europeo de siempre: Marcello Mastroianni, Ugo Tonazzi, Philippe Noiret y Michel Piccoli. Todos en estado de gracia y en el nivel de excelencia que les corresponde.

Excelente música sensual de Philippe Sarde, pegadiza y subyugante. La fotografía de Mario Vulpiani subraya el sórdido y siniestro ambiente de la mansión donde se han reunido los personajes. Y el guion baja a diálogos propios de taberna, con dichos vulgares que nos acercan a los personajes.

La fábula se sostiene sobre la base hedonista de sus personajes; tiene elementos alegóricos sobre un patológico atractivo por la comida: comer hasta explotar pasteles, jamones, quesos, caviar… de todo y mucho.

Quizá hoy está película cobraría un sentido especial en un mundo en el cual la cocina y la comida se ha sacralizado. Una sociedad de la opulencia donde muchos ciudadanos ven programas de Máster Chef, y tantos otros son capaces de gastar una fortuna por comer en un restaurante con estrellas Michelín; o beberse una botella de vino de mil euros sin pestañear.

Hoy día es una película de culto, por lo superlativo de los excesos.