Las películas de hoy construyen de manera inteligente obras de seres agrediendo sin coto, hombres y mujeres conducidos por un impulso destructor, lo que puede recordar a Hitchcock en Los pájaros o películas de zombis como las que realizó George A. Romero, que fue quien inventó el género moderno con "La noche de los muertos vivientes" (1968) y “Zombi” (1978).
Dos películas sirven para la diversión y la reflexión. Me refiero al estreno: Vincent debe morir (2023), de S. Castang; y Zombies Party (2004), de E. Wright.
VINCENT DEBE MORIR (2023). Stéphane Castang desarrolla confiadamente su primer largometraje, colocando su historia en un mundo normal y anodino, en el que empiezan a suceder cosas extrañas y apocalípticas.
Vincent Borel (Leklou) es un hombre joven regordete, un apacible diseñador gráfico de Lyon que vive tranquilo, va al trabajo en bicicleta, y se lleva bien con sus compañeros y vecinos. Es separado y sin exigencias familiares. Es pacífico y nada hace pensar que vaya a ser protagonista de intimidación, ataques y odio en su rededor.
Ocurre que de repente, la gente siente el impulso y la necesidad de agredirle, se diría de matarle, sin que se sepa el por qué. Un día, en la oficina, sufre un ataque imprevisto por parte de un becario que intenta golpearlo en la cabeza con un portátil. Le sigue un nuevo ataque de un colega que lo apuñala brutalmente con un bolígrafo.
Una especie de microbio o virus hace que le ataquen a él en particular cuando le miran a la cara. Su insustancial existencia se descontrola y, conforme la violencia crece, no tiene más remedio que huir sin saber bien adónde.
Esta cinta podría considerarse una metáfora de la violencia que inunda y que es inherente a esta sociedad del tumulto y el estrés. Un mundo en el que abundan insultos, ejecuciones o linchamientos, sobre todo a través de las ondas de Internet.
Con un guion muy particular de Mathieu Naert, esta peli habla de la soledad, pues bajo el aparente manto de la conectividad instantánea por móvil u otros, la realidad es que vivimos una sociedad en la que la soledad constituye una seria y amenazante pandemia.
La obra de Castang es, entre otras, una alegoría de cómo se genera violencia en lugares aparentemente apacibles o civilizados. Pero donde también, a pesar de la bruma agresiva que preside nuestro mundo (thanatos), está la presencia del amor (eros). Tenemos el romance en el encuentro casual de Vincent con la camarera y alma perdida Margaux (Pons), aunque la intimidad es peligrosa también. Ambos personajes alternan episodios de violencia y amor, pasión y ternura.
El contacto visual desencadena nuevos ataques; los amigos se convierten en potenciales enemigos; los familiares no son garantía de seguridad. Una mirada equivocada puede transformar a los hijos del vecino en pequeños demonios embrutecidos. Un encuentro amistoso se vuelve desagradable y termina en un feroz combate cuerpo a cuerpo. Sólo le acompaña un amigo incondicional: un perro de nombre Sultán.
El debutante Castang hace una mezcla de géneros cinematográficos en esta historia de amor-odio-muerte-vida, que habla de incomunicación y delirio, pero también puede tener una lectura como símbolo de la persecución que se produce en las redes sociales.
Hay más de catorce peleas en la película, una violencia cotidiana y creíble. No una violencia hollywoodiense, sino gente normal que se agrede y golpea. Una violencia absurda e inútil con momentos de comicidad.
De igual manera hay episodios de lucha muy cruda, como la disputa a muerte entre Vincent y un contrincante en una fosa séptica, una escena muy intensa donde al ímpetu, se une la suciedad, la fetidez, dos hombres golpeándose y queriéndose ahogar en la pura hediondez negra de cuanta porquería es imaginable.
Pero, como decía, también el libreto de Mathieu Naert intercala una hermosa historia de amor en un mundo tan cruel y esquizoide, lo cual es una buena forma de plantear de manera convincente un relato realista y feroz a la vez. El amor como remedio, como lenitivo, como resorte para sobrevivir en un mundo que va cuesta abajo.
El reparto es convincente, destacando un Karim Leklou que encarna con solvencia el papel protagonista, un pobre y sufridor hombre que sin venir a cuento se ha convertido en una especie de chivo expiatorio al que todos agreden. Acompaña como camarera amante y peligrosa también, Vimala Pons, que está muy bien.
Los tonos elegidos por el director junto con su director de fotografía Manuel Decosse, son muy adecuados, con un leve tinte de humor negro y la comprensible angustia del protagonista, que no obstante va perdiendo su brío, originalidad y tensión conforme avanza el metraje.
Película que tiene ritmo y sacudidas. Castang mantiene un impulso enérgico con el espectador. La música de John Kaced se hace eco de las partituras de John Carpenter, lo que agudiza la inquietud. Pero están también los momentos de reflexión sobre las dureza de este mundo y lo que tal vez está por venir.
Publicado en revista ENCADENADOS.
ZOMBIES PARTY (2004). Comedia británica de Edgar Wright, guion del propio Wright y Simon Pegg sobre dos holgazanes desorientados cuyas vidas se centran en ir al pub; para ellos, los zombis no son una amenaza para la civilización, sino una interferencia con su valioso tiempo para beber.
Shaun (excelente Simon Pegg) es un "asesor de ventas" en una tienda de televisión del norte de Londres, es un fracasado de 29 años que comparte casa con su mejor amigo, el adicto a la televisión y bromista Ed (genial Nick Frost), y el universitario, Pete (bien Peter Serafinowicz).
La vida social de Shaun no parece tener salida y su existencia gira en torno en la taberna local, "The Winchester", junto con su íntimo amigo Ed, dos auténticos antihéroes. Discute con su madre y descuida a su novia, Liz (bonita Kate Ashfield), quien le pone un ultimátum: o el pub o ella.
Harta de su situación Liz lo deja plantado. Es el punto en que Shaun parece recapacitar decidiendo poner orden en su vida. Para ello tiene que volver a conquistar el corazón de su chica; también mejorar el vínculo con su madre y afrontar sus responsabilidades como persona adulta.
Mientras camina hacia el trabajo, Shaun apenas se da cuenta de que los habitantes de la zona caminan de manera extraña; y, mientras mira programas basura en casa, Ed ni siquiera se percata de las noticias en la televisión. No es hasta ya avanzado el metraje, cuando un zombi grande y gordo manchado de sangre aparece en el jardín, y la pareja se da cuenta de que los no-muertos se están apoderando de la ciudad.
Cuando queda claro que todo está plagado de zombis, Shaun y Ed lideran a un pequeño grupo de supervivientes hasta la fortaleza obvia e importante: el pub Winchester, su local, su lugar principal.
Pero la cosa no es sencilla pues son muchos los zombis que están resucitando para devorar a los vivos. Este será un problema de plus para quien, armado con un palo de cricket y una pala, emprende una ofensiva contra una horda de muertos vivientes para rescatar a su madre, a su novia e incluso, aunque no muy convencido, a su padrastro. A todos los lleva al lugar más protegido que conoce: "The Winchester".
Es pues que durante la primera media hora, al protagonista le resulta imposible diferenciar entre un zombi y un ciudadano normal. El filme es una crítica tan loca como demoledora de la sociedad del siglo XXI que nos presenta a los londinenses como muertos vivientes. Seres anclados a una vida aburguesada, aburrida y bochornosa de alcohol y molicie.
Su comicidad está en la forma en que los personajes holgazanes mantienen su pereza sin reparos, obviando pasmosamente el peligro de los zombis. Y resulta curiosa la manera en que los valores burgueses británicos de la madre y el padre de Shaun se imponen incluso ante la catástrofe.
Es muy gustoso ver que los personajes mantienen su perezosa estupidez ante un peligro urgente; y resulta irónica la manera en que los valores burgueses británicos de los padres de Shaun se afirman incluso ante la catástrofe.
Existe igualmente ese obstinado coraje británico en tiempos de problemas, lo que podríamos imaginar con un letrero en el pub Winchester: "Nunca cerramos". Ese es el espíritu del pub y del filme. Curiosa película cuyo visionado aporta humor y reflexión.