La edad nos hace más sabios, prudentes, exigentes, y, sobre todo, tolerantes. Me noto que a veces soporto cosas y personas, que me hubiera costado trabajo soportar hace apenas unos años. Vamos apreciando pequeñas cosas, cotidianas, que nos hacen felices, y dejamos atrás planes de vida o perfecciones que jamás alcanzamos.

En ocasiones, llegamos a un momento en el que nos damos cuenta, nunca tarde, de que aquello que perseguíamos ya no nos interesa, o llegamos a alcanzarlo, vemos que tampoco era lo que buscábamos.

Vamos cumpliendo años, y el simple olor a café de por las mañanas nos arranca una sonrisa. Quizás ese paseo por la playa nos acerque a ese momento de felicidad. Comprendemos que la felicidad plena, constante y aburrida, jamás se alcanza, y que lo verdaderamente importa es aferrarnos a esos momentos felices y cortos que nos llenan.



Aprendemos a sortear las dificultades, a sabiendas de que nada es para siempre, y que a veces, el continuo de la infelicidad tiene momentos alegres que se nos pasan desapercibidos cuando solo nos centramos en el mal. Cada persona es un mundo, y tiene sus historias, pero todos tenemos algo en común, que vivimos, y vivir supone a provechar cada momento, porque no sabemos cuándo tropezaremos.

Cada vuelta de vida es una sorpresa, y con la edad aprendes que cada instante es único, pasarlo sin disfrutarlo puede suponer que al cabo de un segundo una mala noticia te haga perder la sonrisa, y jamás recuperarás aquella puesta de sol que dejaste pasar buscando algo mejor.

El regalo de la vida no es tal, no es un regalo, es algo nuestro que debemos aprovechar, disfrutar y valorar, no porque se nos otorgue sino porque nos pertenece, y tiene el valor y la duración del segundo que ya ha pasado.

Hay momentos para alimentarse, para reír, para trabajar, para llorar, para vivir, y cada uno de ellos es único, por ello, conforme pasan los años, te das cuenta de que hay que aprovechar lo momentos buenos para soportar los malos, pues si no, caemos en una espiral de momentos malos y momentos de esperar la felicidad. Cuando comprendemos que la felicidad es la aptitud con que afrontamos la vida, dejamos de buscarla, y vivimos más tranquilos.

Por ahora, seguiré disfrutado de los rayos de sol que se cuelan por mi ventana mientras me enciendo un cigarro y me tomo el café.