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| Encendido 9 meses hace

Payasos diabólicos, pero no tanto

Por Ángel Mendoza
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¿De qué nos suena El diablo cojuelo? De nuestros años de estudiante, claro. Aparecía en los manuales de Lengua y Literatura del instituto casi de pasada, entre obras imprescindibles de los Siglos de Oro, mítico período en el que esta jocosa comedia de costumbres del ecijano Vélez de Guevara entra por los pelos, pues vio la luz poco antes de palmarla Calderón.

Teniendo algo de picaresca no era novela picaresca, pues, aunque compartiera con aquella la aparición de personajes del género y de ambientes sociales bajos, su vocación casi fantástica la hacía reventar cualquier horma realista.

Su corazón fronterizo, inclasificable –entre el Lazarillo de oscuras tintas y los alucinados Sueños quevedescos– la convierte en una pieza versátil para futuras revisiones,  que sí que está recorrida por un latido imprescindible del arte de su época y de otras que habrían de venir: el de la sátira, la crítica sin anestesia, la puesta en entredicho de la apariencia de un mundo mentiroso.

Ese potencial lo supo ver el gran Juan Mayorga, premio Princesa de Asturias de las Letras y seguramente el autor más importante del teatro español de los últimos veinticinco años, muñidor de la dramaturgia de este diablo cojuelo de la presente centuria, que cerró el pasado sábado la temporada de abono invierno primaveral del escenario del Muñoz Seca.



Propuso Mayorga la recuperación de la locura de Vélez de Guevara a los payasos de la compañía Rhum & Cia, que se representa a sí misma en el intento de levantar la genial burla barroca.

El resultado de ese juego de teatro dentro del teatro no puede ser más sugerente, pues el transcurso de la historia original se entrecruza con la preparación de la obra, derivando en intentos desiguales, fallidos y cómicamente bien aprovechados por estos maestros del clown con sobrado oficio.

Qué gusto disfrutar de las muchas tablas de los actores  Roger Juliá, Joan Arqué, Xavi Lozano, Jordi Martínez, Mauro Paganini y Piero Steiner, quienes nos invitan a un jocoso disparate –tan Pedro Muñoz Seca, por cierto– de ritmo medido y anárquicas maneras en el que son capaces de romper la cuarta pared y todas las que se les pongan por delante, y en el que introducen modernos números musicales a los que quizá, ¡ay!, les sobren minutos.

Brillante dirección, en cualquier caso, de Ester Nadal, con una efectiva puesta en escena que actualiza en plena era de la Inteligencia Artificial un texto del siglo XVII y demuestra, así, que El diablo cojuelo es un pequeño gran clásico capaz de resucitar con éxito en cualquier momento, siempre y cuando se le insufle el aliento y el talento suficientes.

Ángel Mendoza