Germán Beardo.- “Tengo la espalda como la carretera de Sanlúcar”. Los dichos populares suelen ser bastante ilustrativos y reflejan realidades muy evidentes.

La cohesión territorial de la Bahía de Cádiz, concretamente con la Costa Noroeste es una deuda histórica pendiente de las administraciones con los vecinos de El Puerto de Santa María, Rota, Chipiona, Sanlúcar, Trebujena y Jerez.

El trazado y estado de las carreteras y la falta de conexión férrea hacen de barreras que dificultan la movilidad personal entre estos territorios.



Unas localidades que tienen una Base Naval con miles de militares dispuestos a integrarse ordenadamente en nuestras ciudades, polígonos industriales tecnológicos a los que acuden cientos de trabajadores entre Airbus, Amazon o Bayport que necesitan moverse en nuestro entorno y llegar a su hora de turno.

Pero sobre todo unas ciudades que tienen una historia común, eje del modernismo y cuna de la economía y el mercado nacional bodeguero, un relato de identidad de varios siglos que se venencia en el mismo recipiente: el catavino.

El marco Jerez Xérès Sherry está integrado por el Consejo regulador, por el vino y por edificaciones urbanas, las bodegas. A dos aguas, con arcos de medio punto, tres naves, la justa humedad y la sombra para que, antaño con más vigor y hoy como delicatessen, la flor produzca el tesoro líquido que esconde nuestra tierra.

Ese legado compartido por el marco sitúa en campos de guía los polígonos industriales de ayer en localizaciones céntricas como la calle Valdés. Patrimonio de nuestras patrias chicas, muchos años ya con escasa actividad industrial son hoy objeto urbanístico por conservar y novarle los usos, siempre vinculándolo a nuestra historia.

La cohesión del territorio en la movilidad periurbana sostenible se centra en la posibilidad de que cualquier ciudadano pueda disfrutar de nuestros cascos históricos patrimoniales como los 100 palacios portuenses, el Castillo de Luna roteño, el Museo de Rocío Jurado en Chipiona, los caballos en la Playa de Sanlúcar bajando de un tranvía en pleno centro.

Poder tomar un fino o una manzanilla, en la plaza del Cabildo y luego disfrutar de una tarde de Toros en El Puerto.

Visitar Osborne, Gutiérrez, Caballero y también Barbadillo, el Tesoro, González Byass o el Fundador. Sin atascos, sin CO2, sin accidentes.

Tenemos un relato común y una oportunidad, que nuestros cascos bodegueros, que nuestros comercios locales, que nuestros hosteleros amplíen su mercado objetivo, a no ya solo el residente de la ciudad, sino al centripetar territorios vecinos, a que todos los ciudadanos de las localidades colindantes sean también potenciales clientes de los negocios, generalmente pequeños, de los centros urbanos.

El Puerto tiene 90.000 habitantes censados, unos 100.000 reales. No nos llega para que las bodegas de Valdés, hoy casi en desuso y en peligro de destrucción por abandono, tengan actividad comercial gastronómica, necesitamos que los 20.000 roteños, 70.000 sanluqueños, 18.000 chipioneros y 220.000 jerezanos puedan llegar hasta la orilla del río Guadalete a pie de tranvía en 15 o 20 minutos.

Más de 400.000 personas que podrían “bajar o “subir” al centro. Los políticos están o deben estar para transformar las ciudades (a mejor, se entiende). Localizar oportunidades y crear el medio ambiente para que surja la iniciativa privada.

Estoy convencido de que creando una conurbación tranviaria entre nuestras ciudades cohesionaría los territorios, daríamos cumplimiento a la identidad del marco, potenciaríamos nuestro patrimonio cultural y daríamos vida a la creación de comercios locales.

Porque para ir a los centros comerciales de las afueras ya está hoy el coche. Los centros piden peatón y el peatón se baja del tranvía en pleno centro.

La sostenibilidad, ya no solo del medio ambiente amenazado por el cambio climático, sino económica del futuro está en mantener los negocios tradicionales, el comercio de proximidad.

Hagamos que la proximidad vaya más allá de los límites de nuestros términos municipales. Hagamos marco. Cohesionemos el catavino. Hagamos bahía. Es la última oportunidad para nuestra historia común para volver a ser líderes del futuro.