“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Por diferentes razones, sigo la historia de la Argentina desde hace 50 años y la he vivido, visitando el país asiduamente desde los ‘90. Es una historia llena de altibajos con la figura omnipresente de Juan Domingo Perón y un relato dramático en los setenta.

Allá por 1973, tras un largo exilio en España, Perón volvió a la Argentina con su nueva esposa María Estela Martínez de Perón, lo que habría de significar un hito, un punto de inflexión para el país, que devendría página negra.

Tras su muerte, María Estela, mujer muy limitada, tomó el poder en una sociedad polarizada en la cual los grupos radicales marxistas tenían su protagonismo. La violencia política se incrementó impulsada por la actuación del grupo parapolicial de extrema derecha la Triple A, liderado por el influyente ministro José López Rega, “El Brujo”.

Finalmente, y por resumir, María Estela cedió el poder a los militares, los cuales emprendieron una campaña de acoso y derribo sobre el más dudoso ciudadano que pudiera ser sospechoso de pertenencia a grupos terroristas como los Montoneros.

El denominado como Proceso de Reorganización Militar o simplemente Proceso se convirtió en una maquinaria de represalia donde los militares, sin juicios ni interrogatorios, impusieron su ley de detenciones masivas sin fundamento, torturas y ajusticiamientos sinsentido. O sea, “terrorismo de Estado”, que incluyó robo de bebés y desaparición de personas en torno a treinta mil.

En 1983, tras la pérdida de la guerra de las Malvinas, la dictadura se debilitó junto con el desprestigio de los militares. Advino un gobierno electo el llamado Día de la Restauración de la Democracia (10 de diciembre de 1983), y salió presidente Raúl Alfonsín. Sería en 1985 cuando los militares serían juzgados y condenados.

ARGENTINA, 1985 (2022). El filme está inspirado en la historia real de Julio Strassera (Darín), Luis Moreno Ocampo (Lanzani) y un joven equipo jurídico, que se atreven a acusar bajo constante amenaza, a la sangrienta dictadura militar argentina. Una batalla desigual con héroes inesperados.

La historia tiene una gran cantidad de elementos tomados de la realidad, pero también aspectos de ficción, dramáticos y familiares que la hacen entretenida y atractiva para el público.

Mitre conoce los resortes del thriller político (La cordillera, 2017) lo atavía con el gancho infalible de las películas de juicios y la posición inequívoca de la cámara junto a los acusadores y frente a los acusados, Videla y su Junta Militar.

Y es que el fiscal Strassera se atrevió a lo impensable: juzgar a los militares de una brutal dictadura y hacerlo dándoles las garantías que ellos no dieron a sus víctimas. Cada sesión de ese juicio se convirtió en un dolorosísimo escenario, con lo peor de los seres humanos. Pero más allá de cualquier consideración, a mí me parece, que lo que lastima realmente es que aquello se haya olvidado prácticamente. Recordar es una importante razón del filme.

“En 1985 había mucha gente que sabía mucho y muchos que no querían saber del todo. Y el juicio logró poner en los diarios todos los días el nivel de atrocidad que había sucedido en la dictadura. Y fue evidente para todos que era la forma de fundar un nuevo país”, sostuvo su director Santiago Mitre. Por eso la película mira a los jóvenes, al futuro, para recordar que estos acontecimientos marcaron un antes y un después.

Desde el minuto cero, la cinta de un solvente Mitre nos recuerda la tragedia de hace más de cuarenta años, con un recorrido casi notarial con tintes de documento. El Proceso hecho obra cinematográfica. Por lo tanto, tiene esta obra un carácter pedagógico, para común conocimiento de los hechos, cine necesario, a la vez que intenso; película no decae en ningún momento.

Es un filme doloroso donde se escucha a una parte de los más ochocientos testigos que sirvieron al fiscal para acusar a la poderosa cúpula militar. Puede molestar su apelación a lo monstruoso. Puede sulfurar e indignar por la claridad de lo que expone. Pero es que la verdad duele mucho (“Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca”. Quevedo).

Un guion escrito entre el director Mitre y Mariano Llinás que atiende al orden de los acontecimientos. Los torturados suben a declarar en el juicio y lo cuentan todo. La noche en que la vida de los suyos y la suya propia fueron secuestradas.

Mitre dijo a propósito: “Durante la escritura del guion, nos dimos cuenta de que no había mucha gente que recordara el juicio”. La causa es que apenas se retransmitió por televisión y que muchos no se creían que fuera a suceder de verdad. Pero el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que habría tenido que juzgar a los encausados, consideró “inobjetables” las órdenes que estos habían impartido.

Fue entonces fue cuando dio un paso al frente la justicia civil. Nunca un país había celebrado un juicio de esa magnitud contra sus propios dictadores. Con este paso se adentraba en un territorio tan incógnito como peligroso.

Se observa en el guion la necesidad de condensar una etapa densa e intensa de la Argentina en dos horas, y hacerla comprensible para todo el público. Quizá con ello pierda algo de artístico, pero gana en acceso al espectador.

Darín declaró: “Atravesamos dictaduras, no solo crueles, sino difíciles de entender. Estamos muy marcados por eso, durante mucho tiempo no se pudo hablar del tema. Es muy difícil escapar a la posibilidad de que, en el ámbito cercano, alguien no haya tenido algún caso de dolor. Pero cuando se instala en una sociedad el terrorismo de Estado, lo primero que hace es anular a los ciudadanos, que no haya comunicación. Estábamos vedados de información. Los adolescentes vivíamos en una cierta nebulosa”.

Inconmensurable Ricardo Darín que, como expresa Martínez, “reinventa al fiscal Strassera hasta convertir su modesta humanidad y su ácido sentido del humor en heroicidad sobrevenida”; un trabajo ingenioso, irónico, de fiscal preocupado pero idealista, con un discurso final fascinante y espeluznante que acaba con un: ¡Nunca más! Muy bien Peter Lanzani como Moreno Ocampo, un personaje cuya familia militar le ha dado la espalda, horrorizada de que traicione su visión conservadora del mundo. Y un coro de actores de reparto excelentes con figuras como Alejandra Flechner, Carlos Portaluppi, Norma Briski o Héctor Díaz.

Línea narrativa clara que asemeja el estilo “hollywoodiense”, y una puesta en escena magnífica en su ambientación, sin excesivas complejidades ni truculencias; tampoco abundancia de “flashbacks” ni derrapes emocionales. Buena música de Pedro Osuna y una gran fotografía de Javier Juliá

Peca la película de cierto convencionalismo melodramático y un uso del cliché judicial clásico. Mitre deja de lado el uso del silencio, la hondura del dilema moral o el gusto por los laberintos. Lo que importa es la claridad y denunciar la vacilación de la memoria. Olvidar lo que pasó en aquellas fechas fatales es humillar de nuevo a las víctimas.

En un emotivo discurso al recoger el premio del público en el reciente festival de San Sebastián, el actor Ricardo Darín, en calidad de productor, apuntó hacia la justicia poética que había detrás del reconocimiento “popular y anónimo” a una película que habla “de la democracia”, precisamente en un momento en el que sus valores peligran por medio mundo. Como para tomar nota.

 

LA NOCHE DE LOS LAPICES (1986). Película dura y veraz sobre el “proceso argentino” llevada con un pulso intenso por su director Héctor Olivera. Conozco desde hace mucho la ciudad de La Plata y las consecuencias que sobre ella tuvo la violencia brutal del proceso militar en el país (1976-1983): una auténtica represión asesina dirigida y planificada por los gobiernos militares, que mataron o raptaron impunemente a hombres y mujeres supuestamente culpables de izquierdismo.

Esta centrada en La Plata, la ciudad de las diagonales, capital de la provincia de Buenos Aires, con una importante Universidad que los “milicos” se encargaron de cercenar eliminando titulaciones como Psicología o Antropología, y haciendo desaparecer a muchos de sus estudiantes. Además, la lucha de los familiares por obtener noticias de su paradero.

Se desarrolla la historia en el mes de septiembre de 1976, en los primeros meses del golpe. Siete adolescentes de la ciudad fueron detenidos, torturados y finalmente asesinados por haber participado en unas protestas por el aumento del boleto estudiantil para usar el transporte público, algo aparentemente inocente.

La película narra estos sucesos con la voz y la presencia de uno de los supervivientes. Créanme que el filme provoca toda la angustia del mundo; también mucha rabia ante la impunidad de quienes perpetraban estas acciones criminales.

La participación de actores y actrices como Alejo García Pintos, Vita Escardó, Paolo Novak, Adriana Salonia o Pablo Machado, da vida a esa terrible noche de crímenes, a la que se llamó “noche de los lápices”, con acontecimientos contados con todo el dramatismo y el dolor que provocó en la sociedad platense y argentina la irracional represión.

Es una película de denuncia, considerada como película ícono del cine argentino sobre los crímenes cometidos en aquella etapa aciaga.

Con enorme afecto y respeto, Olivera y todo el equipo, que guardaban en sus mentes tan pavorosos acontecimientos, supieron desmenuzar y contar estos hechos reales que abrumaron al director cuando ocurrieron. Al volver la democracia, Olivera se volcó para realizar este filme de denuncia que deberían ver de vez en cuando las gentes de bien.

Con amor, hecho de respeto y sacrificio moral, todo el equipo de esta película se volcó a desmenuzar una historia que, en principio, sería insoportable de seguir.