El pasado 6 de julio falleció a los 82 años un actor que marcó época y que en los años setenta fue el mejor pagado de Hollywood. Una figura atractiva, musculada y con un repertorio actoral meritorio.
Hizo primero series de TV y luego significadas películas como El Dorado (1966), penúltima cinta de Hawks; La muerte llama a la puerta (1966), de Curtis Harrington; Un puente lejano (1977), de Richard Attenborourgh; 1941 (1978), de Steven Spielberg; Un viaje desde el corazón (1998), de Paul Quin; Mickey ojos azules (1999), de K. Makin; Dogville (2003), de Lars Von Trier, y, en fin, muchas más, algunas de las cuales comento más abajo.
Tras conocer su fallecimiento en su casa de Beberly Hills, la Academia de Hollywood lanzó un mensaje en Twitter así de contundente: “Su fallecimiento marca el fin de una era”. No hay mejor reconocimiento.
De igual manera sus camaradas del sindicato de actores SAG-AFTRA, mayoritario en Los Angeles hollywoodienses manifestaron que tres de sus películas, La canción de Brian (1971) (TV); Misery (1990) y El Padrino (1972), son ya historia del cine, lo cual es un reconocimiento importante.
El deportista convertido en héroe expresó una trazabilidad única en el caso de Caan, que ya lo había intentado con La canción de Brian (1971) y dio vida al atleta Brian Piccolo, diagnosticado de cáncer en la cumbre de su éxito. Un papel que ni pintado para él, deportista de élite convertido en mito trágico.
Con otro mito, Rollerball (1975), el actor se quedó grabado en la retina de los amantes a un cine físico, un cine de fuerza que se prodigó en los años setenta. Caan con sus patines o roller-skates, deslizándose a toda velocidad e intensidad en un deporte inspirado en la ficción, alrededor de una pista circular, donde nuestro actor ofreció su mejor perfil de hombre duro víctima del sistema. Interpretaba a un astro venerado en la arena del nuevo mundo romano donde el premio significaba la gloria, y la derrota una muerte segura.
Pero sobre todo Caan será recordado por la imagen eterna de Sony Corleone en El Padrino, cuando es acribillado por los hombres de Barzini. Fue elegido especialmente por Coppola, de quien era amigo, para este papel.
De origen judío y nacido en 1940 en el Bronx de Nueva York, Caan hizo de su acento peculiar y de su semblante serio y duro una seña de identidad. Jugó al futbol americano, practicó artes marciales y entrenó con el maestro de Karate Tak Kuboda. Políticamente fue partidario de Donald Trump en 2016, distando mucho esta tendencia de sus colegas en el mundo de los estudios de cine de California.
Poco después del estreno y éxito de El Padrino, Caan pudo aprovechar este impulso. Pero incomprensiblemente rechazó participar en la saga Star Wars y en Superman. Pensó en alcanzar de nuevo escenas únicas o papeles protagonistas con grandes realizadores. Pero el Hollywood se iba rindiendo ante la penetración de las franquicias (como Tiburón o tantas otras). La contemporaneidad exige renuncias y tiene virtudes crematísticas que Caan no supo ver.
Hoy comentaré de este gran actor dos películas, una psicológica sobre la ludopatía, El jugador (1974); y la gran película de acción y fuerza que se me quedó grabada cuando la vi en su estreno: Rollerball (1975).
Gran película sobre la ludopatía que tiene un desarrollo dramático y colabora a entender mejor el espinoso vicio del juego y sus consecuencias.
El protagonista Axel lo interpreta soberanamente ese gran actor que fue James Caan (nominado a los Globos de Oro por este filme), que en esta película, además de respetado profesor de Literartura, es todo un enfermo del juego, con un serio problema que le impele a apostar sin tregua para riesgo de su integridad moral y física.
Cuando no está en el aula, el mundo de Axel se torna oscuro y lleno de problemas. Apuesta casi por cualquier cosa y vive una vertiginosa carrera por ganar. Lleva acumulados más de 44.000 dólares en deudas que con su sueldo de profesor de universidad no puede pagar.
Como solución acude a los bajos fondos de la ciudad donde encuentra más dinero fácil y a la vez, más problemas.
Axel ya ha acudido a su madre (Jacqueline Brookes), a su abuelo (Morris Carnovsky), e incluso a su novia Billie (Lauren Hutton) para poder saldar la cuantiosa deuda. Pedro cada vez debe más y más dinero, lo que transforma paulatinamente su carácter y sus prioridades.
Apuesta a lo imposible para conseguir darse una dosis de emoción. Paul Sorvino hace también un gran papel en el film. Tiene además unos secundarios de lujo entre los que destacan un joven James Woods en uno de sus primeros papeles, Burt Young, o M. Emmet Walsh.
Buena música de Música de Jerry Fielding y excelente fotografía de Victor J. Kemper.
Recuerda esta cinta a la novela de Fiódor Dostoyevski con el mismo título, “El jugador”, publicada en 1867, que trata la temática con gran sutileza y perspicacia.
Gran guion, enorme historia la que escribe William Harrison, y un reparto en el cual sobresale en su mejor momento un enorme James Caan que se salía de la pantalla y de la pista, nunca mejor dicho; sin olvidar a la bellísima Maud Adams.
Y digo nunca mejor dicho, porque Rollerball es un deporte-juego de ficción en el cual, en un ruedo y sobre patines a toda velocidad, ayudados por otros participantes en motocicletas que colaboraban con los patinadores a tomar velocidad, donde vale todo, los jugadores se emplean en introducir una bola de acero lanzada con enorme fuerza mecánica, en una cibernética cesta, que en realidad es un hueco en el lateral de la pista.
Mucha violencia, la vida pendiente de un hilo, mucha emoción en la pantalla, los gladiadores del siglo XX en una fábula futurista que cada vez es menos futurista. Sobre todo en la final mundial, cuando no hay tiempo y el enfrentamiento es a vida o muerte, a ver quién sobrevive. Trepidante es poco.
Esta es una cinta fantástica, con abordajes filosóficos y un importante tinte de melancolía. A la vez es una oda a la rebeldía y una apología contra el absolutismo. Y defensa de la cultura, los libros, el saber. Esta es una película que en su momento parecía profética –ahora se comprueba que lo fue en muchos aspectos-, arbitrariamente arrinconada y sin embargo, un filme más que interesante.
Las grandes ciudades tipo megalópolis desplazan a los estados, competiciones deportivas mundiales, grandes corporaciones dominantes, y un descrédito por conocimiento en una sociedad de la imagen. Poblaciones multirraza, hombres al peso, el fin de la espiritualidad, exceso de lujo y dispendio, esnobismo en el arte, ostentación, sexo. Todo ello nos suena ¿no? Por lo tanto es una peli profética que anticipó, cuando el siglo XXI era impensable, mucho de lo que vemos hoy en multitud de planos de esta vida materialista, violenta, bizarra y carente de perspectiva humana.
Película, en fin, sólida, técnicamente impecable, narración intensa y atrayente, con fondo para pensar largo y tendido, gran fotografía del británico Douglas Slocombe, espectáculo a tope y hasta una prominente música que incluye el adagio de Albinoni o una partitura de Pyotr Ilyich Tchaikovsky.
Ciencia ficción con mensaje e incluso en muchos aspectos, obra premonitoria.
Mas extenso en revista de cine Encadenados.