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| Encendido 2 años hace

El thriller español y un estreno

Por Enrique Flópiz
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“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

El cine español tiene en su haber thrillers de innegable calidad. Recuerdo aquí que la palabra “thriller” deriva de inglés “to thrill”, que significa “estremecer” o “emocionar”. O sea, un género donde ha de haber conflicto, acción y ritmo, villanos, héroes ingeniosos, misterio, pistas falsas y momentos críticos como cuando un personaje principal de la historia queda en una situación extrema provocando gran tensión psicológica en el espectador; o sea, un cliffhanger” o final de gran intriga.

El cine español nos ha regalado excelentes thrillers a lo largo de su historia. Algunos clásicos y de tinte social como las célebres “Muerte de un ciclista” (1955), de J. A. Bardem; o “La caza” (1966), de C. Saura. Más recientemente hay thrillers sensacionales como: “El Crack” (1981), de J. L. Garci;

“Tesis” (1996), de A. Amenábar; “No habrá paz para los malvados” (2011), de E. Urbizu; “Celda 211” (2009), de D. Monzón; “Mientras duermes” (2011), de J. Balangueró; “La isla mínima” (2014), de A. Rodríguez; o, “Cien años de perdón” (2016), de D. Calparsoro, etc.

En esta entrega hablaré de un estreno: Código emperador” (2022), de J. Coira; Que Dios nos perdone (2016), de R. Sorogoyen; y, Los crímenes de Oxford (2008), de A. de la Iglesia. Prometo escribir en otra entrega sobre otras joyas hispanas del género.

CÓDIGO EMPERADOR (2022). Thriller de espionaje ambientado en las cloacas del poder. Comienza cuando la empleada de hogar filipina, Wendy (Alexandra Masangkay), es rescatada de un supuesto rapto por Juan (Luís Tosar), un agente para todo.

Juan es un policía que trabaja para los servicios secretos y el verdadero motivo de la falsa ayuda a la joven, es acompañarla de vuelta al domicilio donde trabaja y colocar micrófonos y cámaras en la casa de los empleadores, sospechosos de traficar con sustancias radiactivas.

El agente acabará por establecer con la muchacha una relación que cada vez será más íntima y compleja.

En paralelo a su actividad oficial de poli, Juan realiza otros trabajos “no oficiales”, para proteger los intereses y la vida de ciertas élites poderosas o chantajear a políticos mediocres.

Una experiencia intensa y de alta tensión diseñada a través de los oscuros y ásperos túneles del poder policial y del propio Estado. Es el cuarto largometraje de Jorge Coira donde se unen el género policial-thriller-yanqui, con lo institucional y lo político español.

Coira tiene pulso y cumple sobradamente con los niveles dramáticos, de ritmo y de suspense. La película entretiene y a la vez denuncia cómo el poder se perpetúa tras una corrupción endémica y la extorsión sistémica.

Todos los actores brillan con luz propia. El peso principal de la cinta cae sobre los hombros de un confiable Luis Tosar, bien acompañado de la etérea y dulce Alexandra Masangkay, amén de unos/as eficientes Georgina Amorós, Denis Gómez o Miguel Rellán, entre otros.

Excelente libreto escrito por Jorge Guerricaechevarría, donde hay una ambigüedad calculada, operaciones policiales inconfesables y enigma moral en la profesión y quehaceres del protagonista, incluso en su propia vida privada, aunque Juan no tiene mucha vida personal.

También el periodismo es parte interesada en todos estos tinglados. El punto donde converge todo esto lo resume la reportera Charo (estupenda Botto), desesperada por su próxima primicia.

El personaje de Wendy es de los pocos genuinos y francos del filme, la chica que no finge y es ella misma. Lo cual, que el protagonista se siente atraído por su inocencia, a la vez que le hará interrogarse sobre su propia persona y sobre su trabajo.

Este es uno de los mensajes principales del filme, que tras los más turbios asuntos de las cloacas del Estado o de la propia policía, hay actores que en algún momento se persuaden, como Juan, de que la verdad es posible e incluso necesaria.

No hay demasiado humor, pero sí ingenio y chispa. Y lo más importante, podemos visualizar la podredumbre que puede esconderse bajo las viejas alfombras de los despachos del poder.

Un thriller con trazas hollywoodienses, un guion bien escrito y un Tosar rocoso y tierno a la vez. Un personaje que finalmente se da cuenta de su situación y los despropósitos a que se ve obligado, un hombre al que el amor le ilumina otro destino mejor (“la cura por amor”, que la llamó Sigmund Freud).

Más extenso en revista ENCADENADOS.

QUE DIOS NOS PERDONE (2016). Thriller desasosegante en un Madrid hostil, caluroso en todo sentido, cuando el alborozo del 15-M se entremezclaba con los jóvenes que asistían a la Jornada Mundial de la Juventud del Papa Benedicto XVI.

La historia se desarrolla en el agosto de 2001, en medio de una barahúnda de gentes entre peregrinos católicos que han acudido a ver al Papa y las movilizaciones del 15-M. En medio, un asesino de mujeres mayores violadas y vejadas.

Al frente de la investigación dos policías. Velarde (Antonio de la Torre), inspector tartamudo, acomplejado, introvertido, minucioso e incapaz de relacionarse. Y Alfaro (Roberto Alamo), un agente de temperamento explosivo con ataques de violencia, bebedor, caótico y expedientado por agresión. Ambos deben atrapar al asesino en serie, y hacerlo discretamente, corren días sensibles.

Pero los agentes no pueden evitar la presión, la urgencia, el mundo conflictivo y cruel con el que se tropiezan a cada paso y sus propias dificultades; la película enfrenta y destensa a ambos protagonistas abocados a sus propios infiernos.

Rodrigo Sorogoyen, joven director y guionista madrileño, se da maña con este filme, para reflejar los atractivos y virtudes del cine hollywoodiense sobre asesinos en serie, a la vez que le da una tonalidad propiamente hispana. También un tufillo a pintoresquismo, calceta, copita de aguardiente, misa matinal de domingo y primera comunión incluida, clave para encontrar al asesino.

El guion del propio Sorogoyen junto a Isabel Peña está muy bien trabajado. Los diálogos en su punto, abanderando la idiosincrasia madrileña, lo que da tanto para los momentos frenéticos, como para las secuencias de comedia policial.

La puesta en escena de Sorogoyen es vibrante, incluso furiosa y angustiosamente turbadora. Su película se lanza hasta el extremo de lo soportable. Importa el sudor, la bilis y, finalmente, el vacío que se abre a los pies de unos tipos condenados a cada paso que dan.

Todo duele en una cinta en que la fealdad más elemental de las paredes sucias y mal enlucidas con gotelé, se antoja la perfecta escenificación de un drama humano asfixiante.

Los policías, si bien psíquicamente perturbados, son capaces de empatía, redención y perseverancia en favor de la justicia. El asesino es un psicópata en una espiral de “decadencia” –como dijera Fromm-, perdido en la urdimbre de una madre posesiva que ha creado en su hijo una mente presidida por un lazo “incestuoso”, psicológicamente hablando.

Un criminal que venga su ambivalencia y su odio hacia la madre, agrediendo con saña y sadismo a sus víctimas, mujeres mayores, que son sustitutas en su imaginario de la acaparadora madre real.

Fotografía de Alejandro de Pablo con una cámara vehemente y muy atractiva que acierta en la agilidad y la elegancia al utilizar el gran angular con desenvoltura y precisión. Estupenda la música de Olivier Arson que sigue el ritmo creciente de la intriga y el miedo, una banda sonora escalofriante.

En el reparto, De la Torre y Álamo consiguen generar una extraña sintonía y un magnetismo sobre el espectador que los sigue atento a cada paso del filme; interpretaciones brillantes y desgarradoras. Javier Pereira, excelente como asesino brutal. Acompañan Luis Zahera, José Luis García Pérez o Mónica López, entre otros.

La complejidad y el genio de este thriller está en la radiografía social más que en la trama. Obra, pues, que sintetiza la instantánea ética de una época de violencia y decrepitud moral.

Filme que habla de política, del enojo y la cólera de la gente, y de la cuestión religiosa. Calles donde habita la rabia de los marginados, ante políticos corruptos y poderes económicos que chupan la sangre. Y el asfalto de la meseta que esconde la presencia urbana temible y horrorosa del matador que no cesa.

 

LOS CRÍMENES DE OXFORD (2008). Complejo entramado de crímenes con un supuesto plan matemático. Un avezado estudiante norteamericano que realiza estudios en Oxford encuentra un día el cuerpo sin vida de su casera. La mujer, que ha sido asesinada, en su juventud había formado parte del equipo que descifró el Código Enigma de la Segunda Guerra Mundial. Al poco, un profesor de lógica recibe una nota que advierte que ése es sólo el primero de una serie de asesinatos que se irán produciendo.

En la idea de que los tales asesinatos habrán de seguir una secuencia invariable, el brillante estudiante y el extravagante profesor acuerdan investigar el caso. Para ello utilizan códigos matemáticos, para encontrar el patrón lógico, teoremas y ambigüedades, que conducirán al asesino.

Alex de la Iglesia ejecuta con habilidad y forma decidida el calculado misterio. Conforme la veía nunca pude imaginar que fuera De la Iglesia el director, pues parece una película al más puro estilo británico, sin embargo, es un bilbaíno quien la lleva a cabo rompiendo con su estilo.

El filme tiene un sublime plano-secuencia que antecede al descubrimiento del primer cadáver y, además, la historia está muy bien contada.

El guion De la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría, adapta la novela homónima del argentino Guillermo Martínez. Es un guion lineal y bien escrito. Tiene una meritoria música de Roque Baños, excelente fotografía de Kiko de la Rica, opaca y lóbrega que le va bien al clima de Oxford y un gran montaje, ambientación y puesta en escena.

El reparto apenas tiene fisuras, con las buenas interpretaciones de Elijah Wood (como alumno aventajado), John Hurt (muy bien de profesor de nivel) y Leonor Watling en sus roles principales; los acompañan Julie Cox, Burn Gorman y Anna Masey, entre otros.

La cinta está sobrada de ideas y alusiones matemático-filosóficas-científico-lógicas, para quienes al menos tangencialmente conozcan ideas y cuestiones de enorme profundidad como la teoría del caos, el Tractatus Logicus Filosoficus de Ludwig Wittgenstein, la teoría de códigos, la geometría fractal, la Conjetura de Fermat demostrada por Andrew Wiles, el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, el Teorema de Incompletitud de Gödel; en fin, todo un repasillo a lo más inquietante de la ciencia y el mundo de las ideas de los últimos tiempos.

En resolución, un calculado enigma bien contado, película que produce cierta sensación de intriga, pero sin llegar a remover las entrañas, entretenida, por momentos brillante y con un ritmo vivaz, una deslumbrante fuerza visual y el espléndido trabajo de los actores, todo lo cual logran sostener el interés de la trama.

 

Enrique Flópiz

Enrique Fernández Lópiz. Nacido en El Puerto de Santa María, es Licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca y Doctor en esta disciplina por la Universidad de Granada, donde es Profesor Titular del Departamento de Psicología Evolutiva. Cinéfilo desde siempre, escribe críticas cinematográficas desde hace dos décadas en diversos medios escritos y digitales.