Por suerte, las ansiadas lluvias no son la norma general en estas tierras. Nos quejamos, a veces, incluso de la escasez de las mismas, y no son pocos los que ansían la llegada de las mismas. Y así desde que uso tengo de razón, no recuerdo ninguna lluvia intensa ajena a las desgracias. Unas desgracias que solo vemos en los telediarios, en donde año sí, año no, el desbordamiento de ríos, o las crecidas en las bahías toman la tierra perdida.
Aquí, mi lejano recuerdo se fija en la avenida de la Bajamar, se detiene en toda la ribera del río. Se marcha a la zona del Pago de la Alhaja. El recuerdo se estremece con las pocetas de la zona de la plaza de la noria saltando hasta un metro por encima de sus encastres… y resuenan en los oídos los consejos de los listos de turno que culpan a políticos, creyendo que son operarios de saneamiento y mantenimiento, de la falta de limpieza de alcantarillas y pocetas.
Ningún alcalde se ha librado, ni comunistas, ni socialistas, ni los de Alianza Popular o los independientes, ninguno se ha librado del apelativo de inútil y dejado por no evitar que las aguas arrasen a su paso lo que la naturaleza les prometió.
En estos días no hemos tenido que limpiar de barro los bajos, no hemos lamentado desgracias (más allá de las que algunos vociferan), pero si nos hemos entristecidos por ver calles anegadas, bajos encharcados, y ríos de limpia agua arrastrando los comentarios calle abajo.
El Puerto, El Puerto y su río del olvido, el de las playas cercanas, el de las mareas en la desembocadura, el que siempre mira a espaldas de sus aguas. El Puerto, la ciudad que olvidándose de su río, recibe sus llamadas de atención de forma incontrolada, el que, como Venecia en marea alta, no puede luchar contra las caricias de una naturaleza traviesa que se empeña en hacer de sus calles brazos de su río, y de sus plazas, extrañas Bahías de húmeda salinidad.