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Según Google o diccionarios, un “cover” es una canción versionada o una versión (se usa a veces la voz inglesa cover, que significa cubrir); una nueva interpretación o grabación cantada por otra persona que no sea el artista o compositor original de una canción previamente grabada y ya lanzada comercialmente.

De esto van estas líneas, sobre cine que trata el fenómeno “cover (s)”, de artistas que versionan, que hacen de punto medio entre el directo y el karaoke, adaptando canciones de otros autores y poniendo el cuerpo a sus adaptaciones musicales, ante un público no siempre atento ni entregado.

Es un oficio muy antiguo que hoy prolifera en zonas turísticas. Sobre todo, gente joven que se identifica con algún cantante emblemático al cual imitan en locales nocturnos o saraos. Claro que no todos los casos son iguales. Hay imitadores y hay, como en la segunda película que comento, imitadores que están totalmente identificados con su intérprete favorito y se creen él.

Las dos películas que comento son: un excelente estreno de nuestro cine titulado El Cover (2021) de De la Rosa. Un filme argentino que me impresionó muchísimo, sobre un personaje al que he conocido de referencia, un hombre identificado totalmente y que canta “casi” igual que Elvis Presley; El último Elvis (2012) de Armando Bo II.

EL COVER (2021). Dani (Monner) trabaja de camarero, oficio que aparentemente prefiere antes que malvivir de su sueño cantante, sueño que coincide con el de sus padres.

Mientras trabaja en una cafetería en Benidorm, conoce a Sandra (Salas), una muchacha con cuya ayuda va a cambiar su manera de entender el arte y la manera de presentarse ante el público.

Película del actor, director y guionista Secun De La Rosa, una atractiva ópera prima, que tiene muchas virtudes y hace creíble el universo que dibuja.

Un emocionante debut bailable a modo de refrescante helado para las tórridas tardes de verano. También encierra toda una reflexión sobre la vida y el arte de la interpretación, de cómo hay que hacer para emocionar al público.

Desde el paraíso turístico de Benidorm, la cinta nos habla del fracaso y también de las segundas oportunidades. Utiliza para ello historias personales de diversos aspirantes a cantantes.

En la parte musical del proyecto, en la que se oyen versiones de Antonio Vega, Alaska, Nena Daconte y una original cortesía del ganador de “La voz” Antonio Orozco.

Película que toca la fibra sensible y entra por los ojos, con una visión estilizada de Benidorm, que parece una ciudad hermana de Las Vegas; y seduce por el oído, como gran musical que es. Playas rodeadas de edificios y una ciudad que vive del turismo animado por jóvenes que sueñan triunfar en la música, pero deben conformarse con copiar a los grandes intérpretes en lugares donde los guiris comen y beben.

La banda sonora se carga de nostalgia con temas del pasado. Aparte, este discotequero filme tiene valor cinematográfico, un buen manejo de la cámara y una excelente fotografía. Dura lo preciso y posee una característica misteriosa e inmaterial: tiene alma.

De la Rosa se ha empleado a fondo y ha escrito una carta de amor y agradecimiento a los sufridos artistas de batalla, esas figuras anónimas de las versiones, mal pagados pero cantantes que interpretan como si estuvieran en grandes escenarios.

En el reparto Marina Salas es una actriz joven que hace al equilibrio de la obra en el rol de una cover entregada. Junto a ella Àlex Monner interpreta a un camarero de pasado triste y pavor a triunfar sobre el escenario, pero que reconquista su ansiado camino. Gran trabajo de Carolina Yuste, imitadora de Amy Winehouse. Y figuras de nivel como Susi Sánchez, Carmen Machi y Juan Diego como emotivo abuelo: un trío de ases.

El bien hacer de su director y la aparición de cantantes y temas que ya son historia grande, hace que podamos disfrutar de esta obra para soñadores con corazón.

De modo que estamos ante un homenaje y un soplo de aliento a un sector herido con la pandemia y la crisis turística, un brindis por tantos cantantes que pululan por salas turísticas y verbenas.

Más extenso en la revista Encadenados.

EL ÚLTIMO ELVIS (2012). Cinta de un Elvis platense escalofriante, la historia que narra este filme es sencilla y a la vez encierra su complejidad. Relata la vida de un hombre de cuarenta y pocos años. Carlos Gutiérrez es una persona solitaria, con su madre anciana en un geriátrico, separado y con una pequeña hija de siete años que le quiere y admira y a la que ve poco.

Su existencia alterna entre un trabajo de montador en una modesta fábrica de electrodomésticos por el día, y sus actuaciones nocturnas en directo como cover donde imita cantando con excelente y muy parecida voz a su alter ego Elvis Presley. Quizá no esté bien decir su “alter ego”, pues su identificación con Elvis es masiva, tanto que él mismo se hace llamar así, viste como Elvis y firma como tal.

Su vestuario escénico es idéntico al del último Elvis e incluso se cuida de engordar un tanto para estar como el verdadero Elvis en los finales de su vida, justo cuando tenía su propia edad.

En definitiva, el protagonista es un mitómano entre admirable y patético. Salvo por su arte, Carlos es un hombre ausente, fuera del tiempo y de sí mismo. La música es su única forma de felicidad y realización posible.

Hasta aquí, cualquiera hubiera podido hacer una especie de folletín más o menos exitoso. Pero su director, Armando Bo II, ha realizado una película sencilla a la vez que brillante. Lo primero que hizo fue elegir en el casting a un arquitecto y profesor universitario de La Plata (Argentina), lego como actor, pero imitador en la vida real de Elvis (abandonó su carrera de arquitecto para dedicarse a la música, lo cual él ya había hecho en los “boliches” y salas de fiesta).

A cambio de la inexperiencia interpretativa, el protagonista canta realmente de forma magnífica, imitando con soltura y emoción sin par al mítico cantante de rock. Un personaje de carne y hueso con una gran voz, fondón y empapado de sudor cuando actúa. Parece que Darín le dio al Elvis de Bo (John McInerny) algunas clases de interpretación que le fueron de gran utilidad, pues McInerny hace un rol dramático muy bueno.

Ver y oír a McInerny interpretar las canciones de Elvis emociona por varias razones. Primero por la belleza que ya sabemos tienen estas canciones; en segundo lugar, por la preciosa-gran voz del actor; y de manera particular, por el pavoroso contraste que sus actuaciones tienen con los ambientes donde realiza sus conciertos: geriátricos, bares de tercera, alguna boda, bautizos, comuniones o bingos de medio pelo.

Magníficas actuaciones musicales absolutamente conmovedoras y que pueden poner la carne de gallina por la total comunión del protagonista con famoso roquero.

La película es fascinante en la exploración de un personaje pequeño, pero con ambiciones gigantes, de un hombre casi sin identidad, que ha tomado una que le permite evadirse de su realidad. Para el personaje, creerse Elvis es algo que lleva con total convicción: solamente escucha o mira conciertos del inmortal monarca roquero, su hija se llama Lisa Marie y a su exmujer la llama Priscilla: ¡qué más!

La cámara sigue con precisión al “nuevo Elvis” a lo largo del filme, detallando las modestas condiciones de vida del protagonista y sus relaciones singulares con su exesposa y con su hija, quien por cierto interpreta también de manera excelente su rol. Un reparto muy bueno con actores y actrices como Griselda Siciliani, Margarita López o Rocío Rodríguez Presedo. Magnífico uso de la steadycam y del cinemascope.

Pero lo que netamente narra el filme es la vida de un hombre que se siente su ídolo, que ha sido poseído por él. Individuo con un trastorno disociativo de identidad, un tenue enfoque de la doble imagen que refleja el espejo de la locura. A la vez, un hombre trabajador y honrado en su vida cotidiana; muy sensible, profesional, pero demente. Su vida y su destino son Elvis, la vida de Elvis, sus maneras, sus canciones, su forma de moverse y caminar que nunca le abandonan, su estilo, incluso su final.

Creo que es una película digna de verse por su candor y a la vez por su ternura y el fiel retrato de la vida de un hombre entregado a su sino roquero. Un drama tierno, natural y conmovedor producido por Iñárritu, con un atractivo guion de Giacobone y Armando Bo II ¡Parece mentira que esta belleza sea una ópera prima! Un escalofriante drama social sobre la mitomanía como cárcel y, al tiempo, como salvación. “El último Elvis” es una conmoción social, mística y musical brillante hasta su extraordinario último plano.

Además, Bo no entra al trapo de la compasión y la sordidez para envolver la historia en una rara connivencia. Por el contrario, coloca la cámara y la historia tras una visión consonante al protagonista, de manera que el espectador pueda acompañarlo sin incurrir en la necesidad de calificarlo o enjuiciarlo en el transcurso de su delirante viaje de fetichismo y mímesis.

Se trata de seguir a un hombre con sus oropeles de espectáculo y enjundia teatral, loco, pero entregado a la causa de su arte y de su público. El mayor elogio que podríamos dedicarle a esta obra es incluirla en esa genealogía de filmes comprometidos con el oropel y la amarga trastienda del mundo del espectáculo.

En su modesto pero interesante curriculum en 2012 tiene: Festival de Sundance: Sección oficial a concurso largometrajes internacionales. Festival de San Sebastián (Sección Horizontes Latinos): Mejor película. Alguno pensará que no es mucho, pero sí lo es, sobre todo teniendo en cuenta que es el primer largo de Armando Bo II y la limitada capacidad de distribución y difusión de un filme de escasos medios.

Y para acabar repito lo mismo que me digo tanto y tanto: para hacer una buena película lo que hace falta sobre todo es talento y una historia que contar.