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He tenido oportunidad de ver en estos días y en nuestras salas más accesibles, dos películas que me han parecido lindas y que serán bien acogidas por la mayoría del público, historias hermosas y amorosas, y un candor y frescura que se agradece en estos días en que el rigor de la canícula arrecia.

Son películas que no han sido recibidas excesivamente bien por la crítica, inexplicablemente, según mi modo de ver. Yo las recomiendo sin dudarlo, de forma directa. Me parecen muy positivas y agradables para el común de los espectadores. Me refiero a: Una canción irlandesa (2020) de John Patrick Shanley; y, ¿Dónde está el truco? (2019) de Alessandro Siani.

UNA CANCIÓN IRLANDESA (2020). Comienza esta película así: "Dicen que si un irlandés muere mientras está contando una historia, puede estar seguro de que volverá". Y a fe que hay cuentos en esta historia que son una convocatoria de personajes vivos o muertos, sensaciones y afectos propiamente irlandeses, sobre todo el amor.

Estamos ante una obra bucólica enmarcada en la campiña irlandesa. Con personajes que saben que su lugar en el mundo pertenece a sus granjas, animales y plantaciones: a la tierra. Hombres y mujeres que aceptan la vida y la muerte como una realidad intrínseca al vivir. Que conocen el sacrificio y los sinsabores del campo y también saben las bonitas canciones de su terruño, el amor y el deseo, o las prácticas religiosas.

Trata la historia de dos granjas vecinas y las familias que las habitan: la granja Muldoon, donde nació y creció la muy singular Rosemary, y la granja Reilly del peculiar Anthony. Rosemary crece y se convierte en mujer (Emily Blunt) y Anthony se convierte en un hombre (Jamie Dornan), dos inadaptados que están claramente enamorados. Pero Anthony no se atreve a declarar sus sentimientos y Rosemary habrá de hacer el trabajo romántico de peso por él, que es un pánfilo que se piensa ¡abeja! (simbólicamente como con baja autoestima).

Ella fuma su pipa (luego ya no fumará pues a las abejas el humo las espanta), usa vestidos blancos, trabaja en la granja, monta a caballo y mira por la ventana para ver a Anthony y lo anhelará, porque hay en esta cinta deseo y anhelo.

Rosemary incluso viaja a Nueva York a ver en directo "El lago de los cisnes”, pues ella es el cisne blanco de la obra y ballet de Piotr Tchaikovsky, según la bautizó su padre. Y mientras, el pavo de Tony sin saber qué hacer con su aguijón, nunca mejor dicho.

Se trata de la adaptación del musical "Outside Mullingar" del neoyorquino John Patrick Shanley, quien a su vez es también guionista y el director.

Interpretaciones más que aceptables entre la bonita y sugerente Blunt y el estrafalario, pero con dosis de realismo agrícola Dornan, diálogos dadaístas y alocados. Los secundarios sensacionales empezando por un excelente Christopher Walken o Jon Hamm como el apuesto e interesado primo que viene de América.

Hay partes muy mejorables, como la excesiva torpeza y atolondramiento para el amor del protagonista masculino Tony, que habría podido ser mejor trabajada y hacer más breve el calvario de un romance cantado que se retrasa mucho y exaspera otro tanto.

Tiene escenas dramáticas muy intensas, como cuando Walken deja de criticar finalmente a su hijo y expresa con ternura su amor por el muchacho. O cuando Rosemary sube al escenario en un pub local y canta la bucólica canción Wild Mountain Thyme, dedicado a la difunta esposa de Tony. Por cierto, la mejor actuación de Walken en la película se produce cuando no dice una palabra mientras se emociona con la hermosa interpretación de Rosemary de este clásico atemporal.

Se puede ver y escuchar aquí:

Acertada la música de Amelia Warner, (bonitas tonadas y felices canciones que, a mí, particularmente, me agradan, como la mencionada balada que da título original a este filme, centrada en la historia de amor de los protagonistas): .

La fotografía de Stephen Goldblatt retrata los verdes y encrespados paisajes, los acantilados de vértigo, la belleza de la costa irlandesa y la sensación de llovizna pertinaz.

Ambientada en la actualidad, está arraigada con firmeza en una Irlanda mítica y antigua donde todos hablan como si supieran que son personajes de la tradición y de una fábula; y que, además, nada hay que puedan hacer al respecto. De manera que no está mal darle la bienvenida a este filme irlandés absoluto y de paso tomar una pinta a la salud de sus personajes.

Esta película nos gana el corazón por las actuaciones de sus protagonistas y actores de reparto, el exuberante paisaje del Condado irlandés de Mayo y un romanticismo puro y diáfano que lo tiñe todo.

Más extenso en revista Encadenados.

¿DÓNDE ESTÁ EL TRUCO? (2019). El comienzo del filme es una alegre fantasía circense en un bonito teatro. En la sala de butacas, un público entregado, y entre bastidores un niño de nombre Arturo busca a su padre al cual abraza mientras este le dice que ese espectáculo genera “alegría entre el público”: “alegría: nunca lo olvides”.

Aunque desde pequeñito aprendió el oficio de su padre, Arturo ha sido incapaz como productor de hacer prosperar el teatro y el espectáculo. Ahora, treinta años después ya es adulto y la empresa está en quiebra. Ruina total y los acreedores le pisan los talones: un final difícil. El afamado espectáculo ha sucumbido y los actores se han marchado. Apenas cuenta con un pésimo comediante llamado Juanito Sin Blanca, que es una auténtica calamidad como actor y como humorista.

Pero hete aquí que le comunican del fallecimiento de un tío lejano en los EE. UU. a quien no conocía y que podría ser la salvación a tanta ruina, pues era un hombre muy rico. Pero su tío ha dejado su enorme fortuna a Veruschka, la hermosa enfermera que lo cuidó en sus últimos días. Además, dejó escrito en el testamento que Arturo debería ocuparse de los dos niños que adoptó: Joel y Rebecca.

Al principio se resiste a asumir tal responsabilidad, pero acaba por llevárselos con él a Italia, a su pobre oficina donde malviven todos. Los niños están acostumbrados a las comodidades de caros colegios en Suiza, y se cuestionan las penurias del precario alojamiento.

Pero la suerte asoma cuando Maravilla observa que el pequeño Joel no habla, pero tiene poderes paranormales. Concretamente el nene tiene el don de mover los objetos mentalmente, lo que se conoce como telequinesia.

Muy pronto entraran en juego unos dudosos científicos entre los cuales está una bonita investigadora. Se interesan por el niño superdotado y a partir de aquí florecerá el amor por la joven, pero también hacen acto de presencia personas malvadas que intentan aprovecharse de las cualidades del infante. En el fondo siempre está el objetivo de salvar la compañía de teatro y a su nueva familia.

El italiano Alessandro Siani firma su cuarta película como director con esta comedia blanca, amable, ligera y digestiva como un yogurt, con guion de Gianluca Ansanelli y el propio Siani. Es una película apropiada y recomendable para niños, conducida por un libreto medio naif del tipo historieta gráfica, un humor simple y por momentos cansino, todo ello presidido por una trama con escasa sustancia que gusta a los críos, pero puede llegar a fatigar a los mayores.

A pesar de tener cierto tono de cine de aventuras con tintes cómicos, esto tampoco acaba por florecer pues no hay apenas secuencias o momentos especiales de tensión o miedo, pues los malos lo son también de TBO y pacotilla.

Realidad tontorrona y fantasía se mezclan en el filme y aunque el tono y la puesta en escena chirrían, hay pasajes muy divertidos. Algunos de ellos pueden como cuando el gentío celebra el pago de las deudas del protagonista y sobre todo algunos instantes donde cobran protagonismo unos chavales expresivos y agradables de ver.

Particularmente brillan los números de escenografía circense en los créditos iniciales y también en la última secuencia, que resulta muy bonita escenográficamente hablando. Es también interesante la música compuesta por Umberto Scipione.

A propósito del reparto destacan especialmente Siani, quien se lo monta genial en el rol protagonista de joven arruinado y dado a las bobadas. Bien Giovanni Esposito como el payaso sin gracia Juanito. Están muy simpáticos los chavales, particularmente la expresiva Sara Ciocca como Rebecca, pero también Leone Riva como Gioele, el niñito sin habla y telequinésico. Stefania Spampinato acierta con oficio a aportar cierta sensatez a la función en su rol de bonita y amorosa científica llamada Flavia. Por cierto, la niña Rebeca es quien alecciona a Arturo sobre cómo debe hacer para conquistar a su enamorada Flavia y puedan así, ambos, convertirse en unos papás para ella y su hermanito.

Podría pensarse que el guion hace aguas en bastantes de los pasajes de la alocada historia, con una mezcla atropellada de incidencias y personajes entre absurdos y delirantes. Los científicos ambiciosos que presiden la Ciudad de la Ciencia; los diálogos en una casa domótica con los electrodomésticos; extraños giros donde no falta un insólito benefactor árabe; una exposición de Leonardo da Vinci donde se expone el famoso dibujo del Hombre de Vitruvio; una vengadora japonesa y cierta falta de tensión dramática, etc.

Durante el metraje, me di cuenta de que unos niños de seis o siete años que habían ido a ver la peli solos irrumpían a cada tanto en alborozados gritos y exclamaciones y al final, cuando la felicidad fue plena en la historia por el triunfo de los protagonistas y del amor, irrumpieron en vivas y aplausos de alegría. No recordaba esas muestras de júbilo desde mi infancia. Entonces me di cuenta de que esta película está confeccionada a la medida de los niños, de los niños entre 4 y 10 años que siguen teniendo un pensamiento intuitivo y fantasioso capaz de empatizar con las locas imágenes de este filme asumiendo sus dislates, pues no ven pifia alguna en tales desatinos.

En suma, el conjunto de la película es “veraniego” y hace disfrutar, por cuanto ofrece una aventura optimista y familiar, con romance de por medio. Sobre todo cuando al final la pareja protagonista se besa y los buenos vencen a los malvados.

Más extenso en revista Encadenados.