Si se dice que amigo es aquel que permanece a nuestro lado en los peores momentos, lo mismo podrían decir los personajes de Divinas palabras sobre la precariedad.
Si no fuera por esta necesaria precariedad, que es casi una petición de principio en Divinas palabras, (ello sin olvidar todo lo que adeuda a la novela picaresca), cabría darle la razón a cuantos señalan profundas concomitancias entre las miserias morales de Divinas palabras y las de nuestro tiempo. Y es que, por mucho que se hable del legado de la picaresca, el hambre es el protagonista indiscutible de El Lazarillo y El Buscón…
Personajes desheredados, decíamos, no sólo por pobreza y por falta de medios de vida, como define la RAE la palabra “desheredado”, sino por falta de Dios.
Los repulsivos desgraciados de Valle se encostran en las sucias calles de una existencia absurda, bajo un cielo opaco, cerrada cúpula de mugre donde reinan la brutalidad y la ignorancia. Allí los instintos más bajos se imponen sin esfuerzo a las buenas intenciones, herencia de un tiempo olvidado que duerme en el corazón de los hombres, a los que es preciso despertar con Divinas palabras de Dios, pero en “latín ignoto” -“Qui sine peccato est vestrum, primus in illum lapidem mittat”- porque sólo a través de esta lengua muerta intuye “aquel mundo milagrero, de almas rudas, [..] “el áureo y religioso prestigio” de la Iglesia.
Grandiosa labor la de los actores, en esta espectacular representación de Divinas palabras, dirigida por José Carlos Plaza, en el portuense Teatro Pedro Muñoz Seca. Imponente Consuelo Trujillo en su papel de Marica del Reino. La obra concluye con volcado y atronador aplauso, pese al reducido aforo regulado por la normativa contra la pandemia.