Icíar Bollaín (1967) fue actriz y es una directora principal de nuestro cine. Nacida en Madrid en el seno de una familia burguesa, nuestra directora ganó el premio Ciudad de Cuenca por su trayectoria en el marco de la segunda edición del Festival de Cine de Mujeres en Dirección, en 2017. Es miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España y fundó en 2006, junto con otras realizadoras, la Asociación de Mujeres Cineastas y Medios Audiovisuales (CIMA), donde es integrante de su junta directiva.
La Bollaín debutó como actriz a los 15 años, siendo escogida un año más tarde por Víctor Erice para protagonizar su primera película, El Sur (1983), justamente haciendo el papel de Estrella, muchacha amorosamente cómplice de su angustiado padre. Desde ese año hasta 2009 Bollaín ha trabajado como actriz en cerca de 30 películas: Mientras haya luz, 1987; Sublet, 1991; El techo del mundo, 1994; Tiera y libertad, 1995; Leo, 2000; Nos miran, 2002; Rabia, 2009, entre otras.
Pero Icíar Bollaín no se contentaba con la mera interpretación y pronto se puso detrás de la cámara para meterse de lleno en el mundo de la dirección. Tiene en su haber importantes títulos como Hola ¿Estás sola? (1995), Flores de otro mundo (1999), Te doy mis ojos (2003), Mataharis (2007), También la lluvia (2010) o Yuli (2018), entre otras.
A la Bollaín directora, lo que le preocupa es el mundo que le rodea y particularmente las injusticias, los abusos, los entuertos, utilizando la realidad nacional y también lo que ocurre en países lejanos. Su máxima preocupación son los seres humanos en situación de acorralamiento, de explotación, sufrientes. Digamos que es una opción humanista e inconformista. Buena parte del cine de Bollaín se mueve en estas coordenadas, con personajes que toman conciencia de una realidad que los oprime y condena. Rebelarse ante esas imposiciones es un camino arduo y lleno de retos. Bollaín suele optar en su cine por la sencillez y la cercanía a la hora de mostrar el proceso de cambio de sus personajes.
Bollaín es cada vez es más un exponente principal del cine español, y más concretamente, del cine realizado por mujeres. Las películas a las que me voy a referir en esta entrega han merecido el reconocimiento de la crítica entre los cuales me incluyo. Estas películas son El olivo (2016) y la recientemente estrenada, La boda de Rosa (2020).
En esta película Alma tiene 20 años, vive en medio de una granja avícola y conserva un profundo amor por su abuelo y por los recuerdos de su relación con él cuando era niña. Su abuelo lleva años sin hablar. Alma cree que el abuelo se está muriendo porque sus hijos, entre ellos su padre, permitieron que el olivo milenario en el que Alma con su abuelo jugaba cuando era niña, fuera vendido a un vivero y luego a una corporación internacional, por su arruinada y abrumada familia. Esa pérdida del olivo, es lo que ha ido silenciando a su querido abuelo.
Cuando el anciano se niega a ingerir alimento, la chica decide recuperar el árbol vendido contra la voluntad del anciano. Para este cometido necesita la ayuda de su tío, una víctima de la crisis y la especulación, de su amigo Rafa y de todo el pueblo; deben averigual, primero, en qué ciudad de Europa se encuentra el bimilenario árbol.
La película trata de las raíces, la pérdida de valores y la invasión del espacio rural. Pero el valor principal está en que cuenta una historia de orgullo, de firmeza, de amor, de desconsuelo, también de alegría, de paro y de trabajo, de injusticias, de lucha.
En cuanto al reparto, Anna Castillo está impresionante. Sugerentes y elegantes son las escenas tiernas con su abuelo, interpretado por un conmovedor y sorprendente Manuel Cucala, actor no profesional. Javier Gutiérrez muy bien. El diálogo de Alcachofa (Javier Gutiérrez) con Alma (Anna del Castillo) en un restaurante frente a la playa, local que perdieron durante la crisis, es tal vez la mejor escena de la película, una muestra de una sabiduría actoral que hay que aplaudir. Pep Ambrós está sensacional en un papel poco lucido que, gracias a su actuación, brilla con luz propia.
Pienso que una buena película ha de servir a modo de metáfora que explique el mundo o la realidad, e incluso que en su esencia la acoja y radicalmente la constituya; con capacidad de desplegar redes de significado. Pues bien, esta obra lo es en su sentido más obcecadamente cristalino. La historia de una chica que intenta recuperar en un árbol milenario el sentido perdido de un mundo que se desmorona, es alegoría, fábula y metáfora.
Es una película que a pesar de ser por momentos obvia, termina cautivando al espectador. Pues de más interés que el curso de la trama, que como digo es predecible, es el desarrollo de los personajes y sus relaciones. Con una efectiva combinación de comedia y drama, la cinta ofrece un universo verosímil.
Icíar Bollaín sabe salirse de los tópicos, consiguiendo una obra que entretiene a la vez que resulta tierna y hermosa. La persecución de utopías, la lucha de David contra Goliath, el triunfo de la unidad, la conservación de lo natural y la batalla ante los poderes deshumanizantes. Película que da para pensar qué valores y tradiciones hemos permitido que desaparezcan a cambio de una recompensa efímera.
Paul Laverty escribe un guion desenfadado en el cual critica los trabajos mal pagados, las familias desunidas y a la vez introduce la esperanza de la solidaridad como forma de afrontar los problemas, como motor de cambios importantes. En manos de Bollaín, este libreto se convierte en una película luminosa para tiempos oscuros. Bollaín demuestra su capacidad para mantener un interesante pulso narrativo, para contar una fábula que no requiere una estructura perfecta, sino algo que decir y decirlo alto y claro.
Rosa es una mujer que va a cumplir 45 años, vive como modista y decide alejarse del torbellino que la engulle: un trabajo que no le deja descansar, un padre viudo necesitado de cariño y unos hermanos que no le escuchan y que la usan como chacha privada. De esta guisa decide dejarlo todo y apretar el botón nuclear de su vida. Desea ser ella quien conduzca su destino y cumplir el sueño de tener un negocio propio. Pero no tardará en darse cuenta que su padre, sus hermanos y su hija tienen otros planes, y que hacer cambios en su vida no resulta sencillo, que no es tan fácil salir del guion familiar.
Pero Rosa está decidida a romper con todas las ataduras y comprometerse con ella misma, para amarse y respetarse todos los días de su vida. Como en una boda, pero sin cónyuge, casarse con ella misma. Esta decisión provoca un auténtico tsunami que destapa las miserias íntimas de sus familiares y amigos, entre ellos sus hermanos (encarnados por unos estupendos Nathalie Poza y Sergi Lo?pez), que por fin reconocerán los errores que nunca se habían permitido admitir.
Con una excelente dirección, Icíar Bollaín regresa el cine de pequeños gestos y grandes verdades, un cine de curiosos personajes y sobre todo, de mujeres.
Entre Icíar Bollaín y Alicia Luna hay una sintonía y una química especial. Entre ambas han escrito guiones como los de Te doy mis ojos, Goya a la mejor película de 2003, y el libreto de la que ahora escribo; entre ambas consiguen algo difícil: contar una decisión extravagante, siendo que el hecho no solo acaba convirtiéndose en algo lejos del disparate, sino en la decisión más coherente que una persona pueda tomar. Una persona que es una mujer, que en un arrebato de amor propio, decide tratarse a sí misma como si fuera lo más importante de su vida; un acontecimiento que encaja más entre tantas sufridas mujeres, que entre hombres, lo cual que puede considerarse que por debajo del libreto hay una reivindicación claramente feminista y un un canto a la autoestima y al amor propio de las mujeres atrapadas en el cuidado de los demás.
En el reparto Candela Peña (Rosa) está espectacular, plena de matices, liderando un reparto portentoso en el que Sergi López y Nathalie Poza (geniales como hermanos), Ramón Barea (padre) y la fabulosa revelación que es Paula Usero (la hija) bordan unos papeles hermosos con sus matices y ángulos oscuros: gente diversa con sus gracias y sus desdichas, sus ingratitudes y su egoísmo, sus errores y a veces sus aciertos. Personajes a la deriva que viven situaciones muy creíbles, con los teléfonos móviles aullando en momentos de necesaria intimidad, con diálogos tiernos llenos de humor y dolor. Todo ello visualizado por Bollaín con un especial afecto por sus personajes.
Bollaín lleva a la pantalla una idea hermosa y poderosa, cargada de pequeñas reflexiones sobre los pequeños dramas del individuo y la familia; tiene un desarrollo ágil y un tono cercano a la comedia, que alberga también importantes dosis de drama doméstico, sensibilidad y emoción.
En suma, preciosa película de reconciliación y también de compromiso y una mujer que decide tomar las riendas de su vida, sin tristeza ni autocompasión, adoptando un espíritu jubiloso que en determinados momentos adorna brillantemente con escenas de un humor sorprendente.