Siempre se discutió si los habitantes de esta ciudad eran porteños o portuenses. Quizás a la mayoría les dé igual, a muchos, como los que fundaron la Revista Portuense, de seguro que tienen claro cuál es nuestro gentilicio, y aun así, lo enriquecedor de ambas denominaciones cobran sentido hoy.
Porteños se les denomina a los habitantes del lejano Buenos Aires, Puerto de Buenos Aires, y hoy, El Puerto, El Puerto de Santa María merece buenos aires, buenos aires a playa, a mar, a salinas, a río, a viña recién podada. Aires buenos que limpien el ambiente y nos devuelvan el aroma a marisco, a pesquería, a vino fino encerrado en oscuras y frescas bodegas. Aires de estero, de pergaña mojada, de césped regado por el roció de la mañana.
El Puerto, el de Santa María, hoy más que nunca, con una atmosfera limpia por los días de confinamiento, huele amanecer playero, a puesta de sol sobre la sal. Sabe a viento, a levante, sabe a poniente, e inunda el aire con fragancias de mil rosas.
Los Buenos Aires, lejanos, los que comparten un porteño, el puerto al que supuestamente estamos vinculados, hoy, precisamente hoy, comparten los Buenos Aires. Da igual si somos porteños o portuenses, pero ambas palabras se unen en el aire para devolvernos esos olores a pan recién hecho en los obradores del centro. Despiertan nuestros sentidos a vinagre envejecido, a oloroso viejo, a fresco fino y albero, a ese albero mojado perfumado por el oro líquido derramado. Si algo tiene de especial El Puerto, son nuestros olores.
Mejor olvidar que lo limpio del ambiente obedece a una desgracia, que ha sido impuesta por un grave problema, pero, como todo en esta vida, como una rosa y sus espinas, las vamos sacando, poco a poco esas molestas espinas, desaparecen, y da igual si pincho uno o ciento, con un solo pinchazo, con una sola muerte es suficiente para maldecir la espina, y quedarnos con los buenos aires de la rosa.
El Puerto hoy respira distinto, y poco a poco, todo volverá a ser un Puerto con Buenos Aires.