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Ha habido y lamentablemente seguirán habiendo secuestros de personas que acaban en lo más profundo de alguna recóndita selva. Son maneras de rapto, retención y ocultamiento en contra de la voluntad de las personas. Intervienen para ello la intimidación y los suelen cometer actores de algún conflicto armado, como en Colombia o Filipinas, que son los casos que voy a tratar; aunque igualmente suceden este tipo secuestros selváticos en África o ciertos lugares de Asia Central.

Hay quienes califican estos secuestros de simples, cuando no tienen una finalidad manifiesta; o extorsivos, cuando se realizan con el propósito de exigir a cambio de la libertad un provecho material o cualquier otra utilidad, o para que se haga u omita algo, o con fines publicitarios o de carácter político.

Los rehenes suelen sufrir daños físicos, daños morales fruto de la humillación o la vejación, y otro tipos de dolencias por el largo tiempo que están retenidos; también hay secuelas para los familiares, pues estas capturas afectan de forma muy tajante a la familia y los más allegados de las víctimas.

Las guerrillas u otros sanguinarios captores, una vez en la selva, saben que la tortura más efectiva no son las afrentas físicas, sino socavar la dignidad del rehén, reducir –o eliminar– sus deseos de supervivencia, obligarlos a enfrentarse consigo mismos, con sus principios y con los demás compañeros: la degradación más absoluta. A veces los raptores han apuntado día y noche con sus armas a los prisioneros, les dosifican el agua a extremos intolerables o siembran rencor, envidia y desconfianza entre los compañeros de cautiverio.

Además del miedo, otra emoción abrumadora en estos casos es la tristeza, que resume el impacto a muchas experiencias límite; incluso pueden hacer pensar al capturado que está empezando a perder la cordura. Y lo principal, según testimonios reales: ninguna persona volvió a ser la misma después de estar secuestrada en la selva, soliendo relatar este hecho una vez liberados con frases como: “algo se me quebró por dentro”; “ya no volví a ser el mismo”. Porque en la selva los hombres aprender a ser crueles.

Y a propósito, en la gente raptada en zona agreste, la huida se convierte en una obsesión: volver a ser libre. Justamente, la manera más arriesgada en que las víctimas de secuestros se enfrentaron a su situación y a veces murieron en el intento, fue por los intentos de fuga.

MONOS (2019). Sobre una solemne montaña surge un campamento de verano. Ocho chicos y chicas viven allí entrenando y armados con AK-47, se les llama los Monos. Utilizan unas instalaciones defensivas como vivienda, en un rígido régimen jerárquico militar. Son jóvenes al servicio de una guerrilla paramilitar que tienen como misión vigilar a una doctora estadounidense (Julianne Nicholson) secuestrada y en espera de cobrar un rescate por ella. Aunque el filme no habla de grupo alguno, no es difícil pensar en las FARC.

El director, el brasileño Alejandro Landes nos lleva a las montañas de Cundinamarca, en Colombia, y se va adentrando por un territorio agreste donde se confunde el valor de la vida y de la muerte. Un escenario donde el instinto manda sobre la razón. Los ocho muchachos armados son seres inmaduros prestos a volarle la cabeza a cualquier invasor. Cuando el disciplinario instructor que los entrena se marcha, son ellos los exclusivos responsables de lo que allí ocurra. Hay fiestas con alcohol, celebraciones, bailes y otros, y una espiral de alocadas hormonas, lo que va haciendo olvidar su pertenencia a una organización militar a la que deben obediencia.

Destaca en esta cinta la belleza de los paisajes, la luz, una cámara en comunión con los bosques, las encrespadas pendientes, los ríos y manantiales. La esplendente fotografía de Jasper Wolf pinta la pantalla de vibrantes colores, verdes refulgentes o cielos tono pastel. Acompaña la estupenda música de Mica Levi. Y cuando todo este lienzo de música y luz parece anhelar la hermosura cósmica, nos tropezamos frontalmente con la saña y la brutalidad de que son capaces los protagonistas. Y siempre en riesgo: la Dra. americana cautiva, asolada por la angustia.

Abundancia de primeros planos de rostros de los confusos jóvenes-monos. Toda una atmósfera inquietante de unos muchachos con armas de todo tipo. En ese espacio, la misma doctora se ve obligada a encarar sus propias contradicciones morales, pues su realidad está muy lejos de su mundo civilizado.

En la segunda parte del filme los acontecimientos se precipitan y los jóvenes forman su propia célula; en ese paraíso de Adán, la demencia sobrevuela el grupo y eligen ellos a su líder, apropiándose de la prisionera. Será el comienzo del brote de locura que evidencia la arbitrariedad de cualquier guerra. El filme se precipita por una pendiente de sinrazón, en momentos en que ya no discernimos entre secuestrador y secuestrado, entre el bien y el mal. Un grupo paramilitar de personajes ultraviolentos como Patagrande, muy bien interpretado por Moisés Arias. Los los chicos y chicas son capaces de mostrar su faceta edulcorada infantil y cándida como compañeros de juego, o derivar a la brutalidad cuando golpean sin piedad a un compañero para divertirse. Grupo impredecible y alocado, y un estudio arrollador sobre la violencia, que mantiene al espectador inseguro sobre si el siguiente corte irá acompañado de felicidad, de éxtasis dionisíaco o directamente de pesadilla.

Película apabullante en lo visual y en lo sonoro que concluye de manera tremenda y paradójica, entre el horror y la belleza.

Para una versión más extensa ver revista Encadenados.

 

CAUTIVA (2012). Unos separatistas islámicos de una rama de Ál Qaeda secuestran en Filipinas a un grupo de personas que se ven obligados a seguirles por mar y tierra, por las junglas montañosas de la isla de Mindanao, donde permanecerán con sus captores más de un año mientras huyen de los frecuentes ataques del ejército filipino.

Una increíble aventura de supervivencia basada en un hecho acaecido realmente en 2001 en Filipinas. Esta excelente película tiene dos protagonistas principales. El primero es su director, el filipino Brillante María Mendoza que ejecuta un trabajo impecable, una obra del tipo “documental” que evidentemente no lo es, pero que enteramente lo parece por su dramatismo y la empatía con que tomamos los espectadores el desarrollo de este secuestro. Él mismo dice que hizo el rodaje de forma lineal, es decir, siguiendo el hilo real de los acontecimientos, empezando con el Hotel en la playa y el secuestro, siguiendo con la travesía por el mar y el asedio del ejército al hospital, los constantes cambios de campamento en las montañas y continuando con los numerosos ataques del ejército, y así hasta la liberación de los supervivientes.

Según Brillante, lo hizo así para que los actores sintieran la angustia y la esencia del miedo del secuestro, para que experimentaran al máximo lo que significa un rapto y su prolongado cautiverio, todo ello filmado con una cámara de alta definición que le permitió rodar a la perfección las escenas en alta mar y las persecuciones en la selva. Y efectivamente, logra plenamente su objetivo. Una cámara nerviosa que persigue la acción, que te mete en el drama del secuestro e incluso afina en los más pequeños detalles de la selva (insectos, alimañas y otras muchas imágenes silvestres) para aumentar la sensación de pavor. Pero sobre todo, refleja a los personajes en su tragedia y en su penoso viaje interior. Por cierto, también sabemos que los actores no se conocían entre sí para conseguir así dar más realismo al rodaje.

El director filipino cuenta esta historia real con los modos trepidantes de un film de acción, pero también con la maestría de un observador de las relaciones humanas. El resultado es una cinta inteligente y con gran carga emocional.

El segundo pilar de la película es sin duda Isabelle Huppert, la actriz principal, quien manifiesta haber realizado todo un esfuerzo personal y de preparación para hacer su trabajo, dotando a su personaje de una total credibilidad dentro de esta modalidad “documental” que el director persigue. Incluso se leyó durante el rodaje el conocido libro de Ingrid Betancourt sobre su secuestro por las FARC en Colombia. Cuando se ven las imágenes, ella parece realmente una secuestrada, uno no se da cuenta que actúa, desde la locura más absoluta a la más inesperada reacción de pánico. Ella, pero también el resto de intérpretes, fueron sometidos al frío, al duro entorno, a la lluvia torrencial, al calor, a los diarios esfuerzos para el rodaje, dando el conjunto coral de actores auténtica veracidad al relato. Como la misma Huppert dice: “se creó un territorio tan real como ficticio donde pueda desarrollarse la imaginación y ser capaz de abrirse con facilidad y libertad en un territorio nuevo y desconocido”.

En resolución, si quieres saber e incluso experimentar la agonía física y mental de un secuestro y el inesperado “sino” que de pronto envuelve la vida de hombres y mujeres que cinco minutos antes vivían la vida tranquilamente y en paz, si quieres interiorizarte de esa cruel vivencia de humillaciones, vejaciones y violencia, de pérdida de libertad y lucha por la supervivencia, no te pierdas este film de Brillante María Mendoza interpretado magistralmente en su papel principal por Isabelle Huppert.