“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. (…) Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido”. Lc. 24.5-12

Ha sido una Semana Santa dura, y los cofrades hemos sabido estar a la altura

Y sí, ha resucitado. Para los que tenemos fe, este es el momento que sabíamos que no fallaría. Atrás quedó el dolor y el desasosiego. Una Semana de Pasión que se nos antojaba amarga, llegó a su fin regalándonos el milagro más grande de Dios. Ha sido una Semana Santa dura, y los cofrades hemos sabido estar a la altura. No voy a negar que esperaba ver en los noticiarios tristes relatos de gente inconsciente, o de algún espectáculo bochornos de personas que no entienden el verdadero sentido de todo esto. Pero no ha sido así.

Los cofrades hemos vivido ese dicho que tanto utilizábamos pero que hasta ahora no le hemos dado el sentido más literal: este año la procesión la hemos llevado por dentro. Los aplausos de las ocho de la tarde se mezclaban esta semana con los sones de marchas cofrades, e incluso con alguna que otra saeta. El rincón más cofrade de nuestras casas se iluminaba con velas del color de nuestra Hermandad, con la medalla y el incensario. Ha sido una semana de oraciones, que te dejaban ratos de intimidad con el Señor. Ratos que servían para reconciliarse contigo mismo, y por qué no, con aquellos hermanos con los que tuviste tus diferencias. Momentos para sentirse dichoso por seguir teniendo a tu lado a quienes más quieres, aquellos con los que quieres seguir compartiendo mil y una Semanas Santa más.

Ha sido una Semana Santa sin palmas que llegasen de San Marcos a lomos de una borriquilla, conquistando el centro desde un barrio marinero. Pero sí lo ha sido de Entrega de un párroco que con Salud ayudaba a levantar ese barrio cada tarde desde su iglesia.

Siete días de Amargura para los cofrades, que miraban al cielo de un esplendoroso Domingo de Ramos, cerrando los ojos cuando el sol les calentaba la nuca, experimentando sin querer el bendito calor que ese mismo sol les daba bajo el hábito negro y blanco. Y así, fue cuando los flagelos de los sayones traspasaban más que la carne, el alma dolorida de los cofrades de San Joaquín.

Ha sido una Semana Santa sin palmas que llegasen de San Marcos

Afligidos estaban los sentimientos que esperaban al Señor del Lunes Santo un año más, aquellos hermanos que desde casa lo sintieron cruzar el dintel entre palmeras de Bajamar, rezando el Santo Rosario para conocer cadaMisterio Doloroso de su Pasión.

Y cada uno de sus días sintieron los cofrades la Misericordia del Señor. Encada una de sus oraciones conocieron la condescendencia del Altísimo, pues Él quiso asegurarnos que tras todo este largo y duro pesar, será la Piedad de su Madre la que nos colme del amor infinito de su soberanía.

Y el Barrio Alto se quedó Cautivo en sus hogares sin recibir al Señor de sus delirios, y sin vivir la noche más fervorosa de su año. Una vez más el Dolor fue protagonista de esa casi madrugada, asumiendo el Sacrificio de asomarse a la ventana, y esperar en silencio el paso de orquilla de sus Titulares.

Este año la Plaza de la Cárcel quedó sin su Gracia de cada Miércoles Santo, sin sus portuenses llenando una plaza que es santo y seña de la ciudad, sintiéndose vacía sin una lluvia de pétalos que la llenara de Oración al paso de la Hermandad. Pero conservará el resto del año la Esperanza de tenernos a todos de nuevo allí, cuando en 2021 se entreguen a ella un mar de corazones azules y blancos…

Siete días de Humildad por sabernos hijos de Él, y entender su Paciencia minutos antes de la Cruz como inspiración en este confinamiento. Pues aunque la calle Zarza se quedara sin su Madre, y la Aurora no pudiera de nuevo saludarles, el Desconsuelo de todos los volvió a aunaren uno la Señora del Jueves Santo.

Y aunque de Domingo a Domingo se cuenten siete, esta semana tiene un día más. Este año El Puerto no se puso el abrigo para recibir a su Señor ya de mañana, pero si preparó su corazón y probablemente su manta para aguantar despierto con el Nazareno toda la Madrugada, y siendo san Juan que consolara los Dolores de una madre marinera a la que las primeras luces del alba descubrieran sus lágrimas más amargas.

Pero la luz venció a las tinieblas, de nuevo tras el Sábado Santo

Y desde San Joaquín se esperaba de nuevo ese palio verde, que sería el estreno más añejo de nuestra Semana Santa. Consolación y Lágrimas quiso mostrar de nuevo todo su esplendor, pero no tuvo más opción que aguardar un año más el Viernes Santo a la Vera de la Cruz, donde su Hijo cuelga muerto.

Soledad la de tus Hijos, que quisieron verte engalanada un nuevo Viernes Santo. Pero desde la más austera de sus noches confinadas, prepararon en cada una de sus casas el velatorio de Jesús, que yacía en su Urna de plata. Le llevaron mirra, incienso, lirios y su medalla, y encendieron un cirio morado para que no se apagara la llama de una fe que va más allá de amar tu bella mirada. Y los más jóvenes acompañaban a este entierro improvisado con una cruz y unas escaleras, soñando ir bajo su paso.

Pero la luz venció a las tinieblas, de nuevo tras el Sábado Santo, resplandeciendo más que el dorado de la canastilla de su paso. Jesús ya resucitado volvió a despedirse de su Madre en la capilla, que rebosante de Alegría le decía:

 

“Hijo, has cumplido tu trabajo.

Tras tres días de luto no perdí ni un rato,

La certeza de verte de vuelta tras tu calvario.

 

Ni un segundo perdí la Esperanza,

Ni aún cuando estaba Desconsolada,

Cuando el Dolor de tus heridas,

Era el Sacrificio de mi existencia.

Y camino del Gólgota te iba acompañando,

Rezando el primer Santo Rosario,

Sin entender lo que significaba aquello,

Los Misterios Dolorosos de tu calvario.

 

Sin entender los Dolores de una espada,

Que sin verla tras pasaba mi alma.

Buscando Consuelo que no hallaba,

Para las Lágrimas que al verte derramaba.

 

Al Mayor Dolor de tu hermano Juan,

Que ni un segundo me abandonaba.

Pues cuando yo veía sangrar tus llagas,

El sensación de Amargura me embargaba.

 

Fue tanta Hijo mío la Soledad,

Que cuando me entregaron tu cuerpo muerto,

Mirando a las tinieblas del cielo,

Ya no sabía qué hacer ni qué pensar.

 

Fue ahí cuando lo entendí,

Cuando la profecía supe interpretar,

Y aunque tu sangre me llenara de la peor de las Angustias,

A Dios volví a Entregarme, porque al tercer día volverás.

 

Ve ahí Hijo mío,

Díselo a los portuenses ya,

Que las manos entrelazadas que rezaban,

La mejilla te vuelven a acariciar.

 

Ve, Dios de la vida,

Que la muerte volviste a superar,

Que has cambiado la Urna por un olivo,

Y ahora es Alegría mi Soledad.

 

Cuéntaselo que yo no puedo,

Y aunque tus costaleros no te puedan llevar,

Este año llama puerta a puerta,

A sus corazones vuelve a inundar,

Porque El Puerto te espera, Hijo mío,

Aunque por sus calles no te puedan pasear.

 

Que así sea.