Como todos sabemos puede que una de las estampas más bonitas de la ciudad sea la Rivera del Río Guadalete. Una estampa sobria, antigua, nos traslada a ese tiempo del Puerto añejo y castizo, rodeado de bodegas, lonja pesquera, plaza de las galeras, el matadero, un lugar con muchísima vida alrededor donde se situó un hospital para enfermos llamado “San Juan de Dios” y una capilla.
Bien es sabido que en el año 1955 se decide volver a rendirle culto a Ntro. Padre Jesús de los Afligidos, Cristo que veneraban y custodiaban las RR.MM Concepcionistas, la imagen fue cedida en usufructo a la cofradía. Tras no poderse establecer en el convento de clausura, se les cedió la capilla de aquel Hospital.
Mi abuela devota de San Judas Tadeo, Imagen que se venera en la capilla, cada viernes tenía una cita piadosa, tanto era su fervor que quedaba prendida de la imagen del Señor de los afligidos y la dulce belleza de su madre Rosario.
Siempre eran tres velas encendidas, tres, una para cada uno, y sus tres rezos diferentes, pedía por todos nosotros, por su casa, por tener un trozo de pan y algo que poder ponerle a sus hijos en la mesa. Conforme crecí tuve la suerte de acompañarla alguna vez, una capilla no muy grande, pero con mucho mensaje en cada rincón.
Lo que más me llamaba la atención quizás fuese ese retablo de la muerte del señor en los momentos en que María lo abraza y alrededor sus seguidores, el púlpito del altar, la cruz del Señor en la pared y su mirada, la mirada de Jesús de los afligidos.
Un Cristo no muy alto ni corpulento, que toca su cruz con las yemas de sus dedos y una melena de pelo natural, con muchas historias que hacen de leyenda aquella donación. Allí me quedaba perplejo en el banco esperando que mi abuela hiciera su “ritual” como cada viernes, mientras balanceaba mis piernas de adelante hacia atrás con el rosario que me regaló un día y, sin saber que aquello era un instrumento para rezar, yo lo apretaba con fuerza entre mis pequeños dedos sin poder mediar palabra aguantándole fijamente la mirada al divino redentor.
Mi abuela falleció cuando tenía 18 años, y mi promesa no era otra que poder salir algún día bajo las plantas del Señor de los Afligidos. Así fue mi suerte y un lunes de Marzo pude cumplir el deseo de aquella abuela que segura mente desde el cielo estaría orgullosa de su nieto.
Quisiera poder mirarle a la cara de nuevo e imaginarme la felicidad al verme vestido de costalero, y mi papeleta de sitio, que con su corta paga intentaba darme algo de dinero para que pudiera realizar el pago de las mismas.
Abuela solo me queda tus largas historias y tu inmensa humildad, que hiciste de mí un hombre con una devoción ciega a ese rincón del Puerto antiguo, donde cada Lunes Santo pasea por delante del castillo un Nazareno y su cirineo, quizás yo fuese ese cirineo que acompañaba tus plegarias y penurias ante un San Judas Tadeo, aliviando el peso de tu cruz en un banco sentado esperando a que se hiciera la promesa verdad con una sonrisa.
Una capilla a rebosar de gente buena y humilde, que hicieron de aquella penitencia personal una maravillosa jornada, una hermandad entregada a sus hermanos y costaleros, que la palabra HERMANDAD la lleva por bandera. Tengo la suerte de poder compartir amistad y poder sentirme en casa, desde entonces hasta hoy.
“Qué tendrán esas abuelas y abuelos que son fuentes de fe inagotable y que con sus tradiciones pueden cambiar nuestro camino para siempre”.