Esta mañana me he levantado y como cada Viernes de Dolores, he telefoneado a mi tía Loli y a mi abuela Lola para felicitarles por su día. Me he puesto la ropa que tocaba para el Viernes de Dolores, pues en mi armario ya está organizado el “outfit” de cada día de esta Sacra Semana. He desayunado en “La Ponderosa” para comenzar la ruta por San Marcos. Tras entregarme a la Hermandad del Domingo de Ramos, busco la capilla del hospital, la que me llevará a ver si está abierta el Convento del Espíritu Santo, para volver por San Joaquín buscando la Prioral. Allí, Madre de la Soledad, te dije un año más que solo quedan siete días para volver a cumplir nuestro sueño.
Convivencia con los hermanos en la Plaza de España terminan una mañana tan normal como especial, tan deseada como no, porque sabes que si llega, es porque es otra jornada que pasará. La llamada de mi madre me recuerda que hemos quedado para comer con la familia, pues es el día de nuestras Dolores, igual que lo ha sido para la Madre del Cautivo.
En la sobremesa, cerquita de San Francisco ya se oye el pasacalle de la isleña banda del Apostolado de camino a la Parroquia. Ya llegó. Confundido por la sensación de saber si ha dado comienzo ya o no (pasan por Carrera Oficial, por tanto, digo yo que aquí ha empezado hoy ya), sales a la calle dando gracias de que por ya tocaba un Viernes de Dolores sin mirar al cielo. El Himno Nacional presenta a la Dolorosa de San Francisco a su Puerto, que le espera para acompañarle hasta la Prioral.
Una vez en el interior del primer templo portuense, me voy a buscar a la Asociación de la Salle, que ya ha salido del barrio buscando por segundo año la Carrera Oficial. Por primera vez tendremos al Señor en la calle, aquel nacido de la gubia de Angelín Pantoja. ¿Cómo estarán todos? Anabel debe estar preñada de ilusión y regocijo al verlo pasear por las calles de la feligresía… Solo pensarlo, me emociona. Y allí estaba, imponente verle venir por calle Cielo buscando Ganado… Hermanos, quién diría hace unos años que ya estaríais aquí, enhorabuena. Todo a su alrededor eran caras de felicidad, de alegría y de “olés” al Señor.
Y allí en Plaza Peral desde casa por primera vez os vi pasar. “Vaya”, me dije. “Dignamente se está convirtiendo en un fastuoso primer día de Semana Santa”.
Y volviendo a mi habitación, para perfumarme y seguir con la jornada, me vi ahí, acostado. El reloj marcaba las cuatro de la madrugada. El armario no estaba ordenado como cada Semana Santa. La túnica morada y negra de mi padre no estaba planchada y arreglada, de hecho, no sabría decir ni donde estaba. Mi costal y mi faja estaban debajo de canapé, y la ropa de monaguillo de mi hermana, doblada en una bolsa donde siempre. Las Papeletas de Sitio no las tenía guardadas mi madre en el cajón de siempre para que no las perdiéramos, y entráramos en pánico el Viernes Santo a las 18:00 horas. Solo había un candelabro con una vela gastada, y varias de más colores aún enteras, una sarta de estampitas, una foto del abuelo Agustín con la niña en brazos delante de la Soledad, y un incensario en forma de penitente. Fue ahí cuando me di cuenta, y la cruda realidad me dijo “estás soñando”. Y haciéndome un favor a mí mismo le dije a mi “yo” durmiente: “no te preocupes, sigue durmiendo, que yo me encargaré esta semana de que sean tus sueños mis vivencias, y no crueles pesadillas”. Y proseguí mi andanza.