Jesús Graván (Tribuna libre).- [Cartas desde mi celda: Reflexiones en cuarentena I] Hola a todo/as. Desde que comenzó esta pesadilla de emergencia sanitaria, no he abierto la boca para opinar sobre nada. Me he limitado a observar la realidad, a dejar que todo pase ante mis ojos.
Al principio todo parecía irreal. Demasiadas películas y series de ciencia ficción en nuestro cerebro como para creer que todo esto vaya a pasar o nos esté pasando de verdad. Aunque estoy seguro de que mucha gente no tiene o no ha tenido esta sensación, porque lo ha vivido o lo está viviendo más de cerca, y puede que hasta haya perdido a algún ser querido. ¡Para todas esas personas, mi más sentido pésame y mucha fuerza y ánimo!
Pero al igual que yo, me atrevería a decir que la gran mayoría de ciudadanos/as, no ha llegado a sentir un miedo real todavía, porque aún no nos creemos que todo esto esté pasando. Sin embargo, seguro que más de uno/a, ha tenido o experimentando otras sensaciones o emociones como la que os describo a continuación: Y es que además de ese sentimiento de irrealidad, ¿no tenéis esa sensación de estar en un país (¡qué digo en un país, un mundo!) en guerra, un país (o mundo) en el que se nos ha restringido aún más nuestra libertad (hasta unos límites inimaginables para nosotros/as, sobre todo para los/as que llevamos más de cuarenta años de democracia y no hemos vivido la guerra, ni la postguerra, ni la transición)?
Cuando bajo a comprar el pan o a la farmacia y veo las calles desiertas (o incluso los supermercados) al estilo de la película: “Soy leyenda”, protagonizada por Will Smith; cuando veo por whatApp los vídeos de los militares en las calles o la policía deteniendo a gente por todas las ciudades; cuando escucho desde mi piso las sirenas que arrastra el viento hacia la ventana (gracias al cielo que tengo una ventana grande); cuando veo a la gente con mascarillas y guantes por todos lados; cuando leo que sólo se puede salir para lo imprescindible y urgente (trabajar, comprar alimentos, ir a la farmacia y poco más, según el decreto del estado de alarma proclamado en nuestro país) y que ni siquiera pueden ir dos personas en un coche, o puedo salir a correr (bendito sea el deporte al aire libre); cuando escucho por la radio que las cifras de personas contagiadas y/o muertas no paran de aumentar… Es entonces y sólo entonces, cuando me doy cuenta de que el mundo está jugando una partida de ajedrez y le han hecho jaque a nuestro rey, que por primera vez ocupa otro puesto en el tablero (y al que le ha salido un padre corrupto y ladrón).
Es entonces, cuando me doy cuenta de que estamos en medio de una guerra. Y es que, si te paras a pensarlo un poco, realmente lo estamos: una guerra contra un enemigo que no sabemos con qué se puede armar y al que estamos estudiando ahora para saber con qué armarnos nosotros/as.
Pero si hasta en las guerras ha existido la tregua, propongo que al menos nos dejen salir a hacer deporte. Una persona sola haciendo deporte, sin contacto con nadie ni con nada no puede ser ninguna amenaza; al contrario, para los/as que estamos encerrados/as es una gran terapia. Ya luego nos quitamos los tenis y tomamos todas las medidas de precaución recomendadas.
En Francia lo han permitido y hasta dicen que es saludable. ¿Por qué aquí no? ¿Acaso hay algo que no nos están contando? ¡En serio, es por nuestra salud psicológica y física! Los deportistas lo tienen que estar pasando fatal. Ah y otra cosa, que los militares de la UME hagan labores humanitarias, pero que no se dediquen solo a patrullar las calles. Que el control se lo dejen a la policía y a la Guardia Civil, por favor.