La Navidad siempre fue una fecha en la que me ponía sentimental, sobre todo porque me acordaba de mucha gente, sobre todo de aquella a la que, por desgracia, no volvería a ver.
El ser humano es curioso, mientras puede estar y compartir, se pierde en otros mundos, y con otras cosas, y cuando ya no puede ni estar ni compartir, se lamenta de aquellos momentos perdidos.
Por eso, hace mucho tiempo dejé de pensar y lamentarme, me limitaba a brindar por presentes y ausentes. Y así me encontraba aquella mañana, brindando en aquel local cercano a mi nueva residencia, los nombres de las calles aun me eran desconocidos, pero creo que era una calle que cruzaba la que se llamaba calle de Ganado, justo al llegar a un edificio que le llamaban el Hospital.
El local era un vetusto Tascón, o bodega en el que menos café había de todo. La hora era la apropiada para comenzar a tomar algo, pasado el mediodía, y lloviznando pero sin frío, entrar en ese calor era necesario. Las conversaciones eran de lo más variopinto, pero sobre todo me centré en una que elogiaba el nuevo alumbrado de la ciudad para festejar las fiestas.
Había para todos los gustos, pero en mi personal opinión, y sin poder comparar con otra cosa, me parecía algo decente. Al fin y al cabo, se trataba de adornar la ciudad, y eso era como poner un árbol de Navidad en casa. Cada hogar ponía lo que podía, cada casa era un micromundo con su presupuesto y con sus gustos, y al final, lo importante en todo hogar era que se participaba.
Cogí la copa y me fui a la calle, la conversación seguía, y el ambiente navideño me hizo contemplar los adornos con otro rostro. Lo importante era la ilusión de tantos, y dolía ver como al final algo tan simple y sencillo, algo tan poco político como era un simple adorno de Navidad servía para crear polémica.
Mi amigo llegó justo a tiempo de poner la siguiente. Ya me había cogido las costumbres y sabía dónde encontrarme en cada momento. El mismo fue quien me aleccionó. Estuviera quien estuviera, se hiciera lo que se hiciera, siempre haba un hueco para el ataque y la crítica. Una pena, una autentica pena que incluso algo como era la ilusión de los más pequeños sirviera de carnaza para intentar sacar un titular.
Me quedé mirando las luces que tenía más cerca, sentí asco y vergüenza, y lo más grave era que en todos sitios era igual. Lo malo era que poco o nada parecía cambiar.