Un momento durante la charla “Las Mallas, elaboración e incidencia social”.

Un momento durante la charla “Las Mallas, elaboración e incidencia social”.

EL PUERTO.- El pasado martes, el alcalde David de la Encina asistió a la charla “Las Mallas, elaboración e incidencia social”, organizada por Patrimonio Histórico sobre el trabajo de las mallistas de El Puerto, una labor artesanal que realizaban las mujeres portuenses a principios del siglo XX.

La charla, que fue impartida por Miguel Ángel Caballero, Jefe de Servicio de Patrimonio Histórico y director del Museo Municipal; contó con la asistencia de un público numeroso, que disfrutó de la misma.

El objeto de la producción de la malla estuvo determinado por el interés de la Casa Terry en distinguir sus productos de los de la competencia. Este producto se encontró dentro del entorno familiar del empresario. Josefa del Cuvillo ideó la primera funda de seda para colocar en las botellas de brandy y de esta forma aunó el interés de su marido Fernando Ángel Terry y la de remediar la pésima situación económica por la que pasaban muchas familias a comienzos del siglo XX.

El nuevo producto no era más que una redecilla que se adaptaba a la forma y tamaño de la botella.  Se confeccionaba con hilo de seda y unos útiles muy básicos y fácil de localizar entre los podríamos destacar: una aguja similar a la de los rederos, un billete de tren de los años 50 y un par de sillas.

Fue un producto que unió dos sectores económicos tradicionales en El Puerto: la pesca y el bodeguero. La malla era una reinterpretación de la confección artesanal de las artes de pesca llevada al interior de las bodegas Terry.



La facilidad de la confección, y la explosión de la demanda de brandy durante la posguerra, hizo que la producción de mallas se extendiera prácticamente por todos los domicilios de la ciudad e incluso en localidades cercanas. Supuso un ingreso extra para muchas familias, y en algunos casos el único.

Esta actividad, de producción a domicilio, estuvo controlada directamente por la Bodega Terry que distribuía la materia prima, recogía el producto elaborado y mantenía un censo de mallistas.

Las mallas se hicieron de distintas formas y colores. Destacan las de color amarilla para las botellas de Centenario, Blancas para el Terry I y amarillas y rojas para el brandy 1900. Se pagaron en función del tamaño y color de esta. Su precio final lo determinaba la categoría del brandy. Los precios oscilaron entre el 1,50 y 2,50 la docena.

La actividad de las mallas es recordada, después de mucho tiempo, con recelo por la dureza de las condiciones de vida y por otro lado con nostalgia porque para muchas personas, que vivieron aquellos años, permanece latente el recuerdo de las reuniones familiares, amigos y vecinos en torno a las mallas.