A veces nos cuesta diferenciar entre los verbos Querer y Amar. Se nos pregunta por ellos y, sin dedicarle la debida atención, los confundimos con la mayor de las ligerezas como si fueran hermanos gemelos. No nos paramos a mirarlos con detenimiento para así ver el importante matiz que los hace ser tan distintos a pesar de parecerse tanto.
Utilizamos ambas palabras como si fueran una misma nota musical en esa partitura que vamos componiendo a lo largo de nuestra vida. “Te quiero”. “Te amo”. Parece que queremos expresar lo mismo y, sin embargo, para mí, nada hay más diferente. Es una dislexia emocional que parece importarnos poco, una carencia lingüística que pone en nuestra boca palabras que no siempre ocupan el lugar que les corresponde.
Querer es sentir una necesidad, desear algo que nos apetece. Es una cuestión de apetito del corazón, algo primario que nos pide lo que quiere sin atender a razones. Es un impulso abriéndose paso, una pasión que solo busca un objeto, un instinto que avanza sin importarle mucho a quien arrastra. Decir “Te Quiero” es pedir y pedirlo todo.
Amar es todo lo contrario de querer. Es dar a cambio de nada, solo por la mera satisfacción de dar. Es la entrega altruista, mirarse en el otro, desear su felicidad, buscar lo que le satisface, un continuo deseo de colmar lo que el otro anhela. Amar es sentir por sentir más allá de cualquier necesidad personal.
Amar es acompañar a quien se ama en los momentos difíciles, atravesar el desierto juntos, afrontar las etapas de sequía luchando codo con codo. Es la complicidad ante la adversidad, la suma de dos fuerzas para darle un impulso a la vida cuando el otro lo necesita, es el esfuerzo compartido para hacer posibles los sueños en los momentos en los que el viento sopla en contra.
Amar es incendiar el aire con una mirada, acariciar con los ojos cuando los cuerpos ni siquiera se han rozado. Es la ternura de una caricia que se demora en el contacto y convierte los segundos en siglos; los siglos, en segundos. Es abandonarse a cuerpo perdido, entregarse sin renuncias al otro, el vértigo de una ascendente emoción que nos invade y nos suspende en el cielo por un instante infinito.
Amar es aceptar las imperfecciones de quien se ama, ser indulgentes con sus errores, generosos con sus faltas. Es mirar de frente, no esquivar la mirada ni ponerse vendas para no ver lo evidente; es una mirada compartida con el deseo de aceptar al otro tal cual es.
Amar es dejar ser, no poner límites a las aspiraciones de quien se ama, permitir que camine hasta donde lo lleve su deseo y jamás imponerse con las restricciones del que teme perder algo. Es una libertad compartida, el deseo de caminar en paralelo, de acompañar en la aventura, de abrazar sin ahogar.
Querer es un acto egoísta. Amar es un acto generoso. Solo sé que el único secreto para recibir amor es darlo.